Juan José Esteban Garrido - Historia militar de la Comunidad Valenciana
Cuando los vikingos saqueron Orihuela
«Han tenido siempre una imagen impactante y atractiva, pero los hechos históricos casan muy mal con esas leyendas»
Los ataques bárbaros sobre el occidente europeo, no habían concluido con las invasiones bárbaras que acabaron con la desaparición del imperio romano de occidente. Otros bárbaros surgidos de las brumas del gran norte, hijos de sociedades primitivas y pobres, buscarían en la mar una vida ... mejor que sus lugares de origen no le podían ofrecer, utilizando sin reparos, el terror y la extorsión . Sembrarían el caos por las costas de Europa, en una época trepidante y cruel, alcanzando los ecos de sus sangrientas correrías, hasta nuestros días.
Altos, fornidos, temibles guerreros, ajenos a la cultura cristiana heredera de Roma que conformó Europa; los vikingos, navegando a bordo de sus drakkars, han tenido siempre una imagen impactante y atractiva, excepcional materia prima para que sobre sus aventuras, rodeadas del halo romántico y libertario del pirata, hayan corrido océanos de tinta.
Los hechos históricos, curiosamente, casan muy mal con esa imagen legendaria . En el 711, el mismo año de la invasión árabe de España y de la caída del reino visigodo de Toledo, una expedición normanda había conseguido establecerse de manera permanente en la costa Atlántica del norte de Francia y no fue precisamente con buenas palabras como hicieron suya una tierra a la que darían nombre: Normandía, sino a sangre y fuego.
De esos y otros enclaves conquistados en la costa francesa, saldrían numerosas expediciones de saqueo dirigidas hacia el sur , contra cristianos y contra musulmanes, que lo mismo les daba a unos normandos, cuyo deseo llano y escueto, no era otro, que conseguir botín sin importar como.
Ermentario de Nourmoutier escribiría en los años 60 del siglo IX: «El número de barcos se incrementa, el flujo interminable de vikingos, nunca deja de crecer. Por todos lados el pueblo de Cristo cae víctima de las masacres, los incendios y el pillaje. Los vikingos expolian todo lo que tienen delante y nadie puede detenerles . Han saqueado Burdeos, Périgueux, Limoges, Angulema y Toulouse. Angers, Tours y Orleans han quedado abandonadas. Los barcos han dejado de remontar el Sena y por toda la región el mal se ha hecho fuerte. La fortaleza de Melun ha sido arrasada hasta los cimientos, Chartres está ocupada, Evreux y Bayeux han sufrido depredaciones y todas las ciudades han tenido que pagar rescates».
Este es el desolador panorama, de tintes apocalípticos, que presenta la costa francesa sometida a la primera embestida vikinga o normanda. Una vez esquilmada, será dejada atrás en pos de nuevos botines que habría que buscar cada vez más al sur. Las costas atlánticas de Hispania y las del Mediterráneo aparecían en el horizonte, como tierra de promisión.
Los salvajes habitantes de las tierras del norte, hombres primitivos y feroces que aún realizaban sacrificios humanos, en muchos casos de niños, se lanzaron al mar con sus barcos de quilla plana y escaso calado, especialmente aptos para la navegación fluvial. En estas veloces y maniobrables embarcaciones, llamadas drakkars, surcaron las costas europeas, asolándolas y poniendo en boca de toda Europa el famoso: «A furore nomannorum libera nos Domine». «Del furor de los hombres del norte, líbranos Señor».
Su táctica de ataque preferida era remontar cauces fluviales, hasta alcanzar las ciudades que se alzaban en sus riberas, cayendo sobre ellas por sorpresa y sometiéndolas a un feroz e inhumano pillaje . La huida debía ser tan rápida como la llegada, antes de que la reacción militar pudiera organizarse.
Además, los Drakkars eran barcos simétricos, iguales por la proa que por la popa, lo que facilitaba sus movimientos en espacios reducidos. Su perfil hidrodinámico estaba bastante conseguido, de manera que en condiciones de viento favorables podían llegar a alcanzar cerca de los 20km/h (aproximadamente 10 nudos), impulsados por una sola vela cuadra izada en su único mástil o por la boga de sus tripulantes. Cada Drakkar llevaba unos 120 guerreros que debían bogar y combatir. Sus limitados conocimientos de navegación, los obligaban a ir costeando, sin alejarse mucho de la tierra que les servía de referencia.
La preferencia vikinga era la de luchar en tierra, dadas sus carencias para la navegación de altura, aunque a veces no quedaba otro remedio que batallar en fiordos, bahías y estuarios, nunca en alta mar, donde aquellos barcos pensados para aguas tranquilas , resultaban bastante inestables. No disponían de brújula pero con cielos cubiertos conseguían situarse de manera aproximada, gracias al espato de Islandia (las piedras solares) que aún con cielos cubiertos refleja un ligero brillo, señalando la posición del sol. Con estos precarios medios naúticos y gracias a que no perdían nunca de vista la costa , tarde o temprano acababan encontrando su objetivo.
En el 844 d. C, llegaron ya a atacar Sevilla , remontando el Guadalquivir, pero fueron vencidos en la batalla de Tablada, después de saquear la ciudad. De tan desastrosa experiencia para el califa cordobés, que al no disponer de ningún poder naval, pudo salvar la situación «in extremis», surgiría la flota andalusí que se encontraría ya operativa, en la siguiente oleada vikinga, 15 años después.
En el marco de las sucesivas oleadas normandas de las que han dejado constancia los historiadores árabes, los vikingos partieron de sus bases del Loira en el 859 con algo más de 70 barcos. Frente a las costas portuguesas perdieron dos barcos a manos de los musulmanes. Los lideraba Björn Ragnarsson, apodado «Costado de Hierro». Fue el primer normando, que tras el descalabro sevillano iba a penetrar en el Mediterráneo.
Asaltaron Algeciras y apresaron numerosos cautivos sobre los que se cernía la negra sombra de la esclavitud, si su familia no podía pagar rescate. A continuación se dividieron en dos: un grupo se dirigió hacia las costas marroquíes, desembarcando en Arcila y Nekor, pequeño reino en el que hicieron prisioneras a dos mujeres de la familia real. El emir de Córdoba pagaría un enorme rescate a «Costado de Hierro», para recuperarlas.
Simultáneamente, el segundo grupo arrumbó hacia el este, dobló el cabo de Gata y muy pronto avistó las dunas de Guardamar . Así, arribaron a la costa alicantina que en la zona de Orihuela, se encontraba en el siglo IX, bastante más desplazada hacia el interior de lo que contemplamos hoy, por lo que el trayecto fluvial por el Segura, que tuvieron que realizar los vikingos, era mucho más corto que el actual, surcando las aguas de un río mucho más caudaloso que el actual, debido al ínfimo aprovechamiento agrícola de entonces.
Además, el califato Omeya se encontraba en relativa paz dentro de sus fronteras, de modo que la zona de Orihuela, muy alejada de las mismas, no disponía ni de tropas ni de una flota militar a pesar de su intensa actividad marítima. En definitiva, las ciudades levantinas se encontraban confiadas, sin prestar excesiva atención a su defensa y eran fácilmente accesibles desde la mar por vía fluvial. Circunstancias todas, ideales para un pirata.
En el momento de la aparición de los vikingos ante Orihuela, en el otoño del 859 d.C, la ciudad estaba protegida por las defensas que coronaban el cerro de San Miguel y como centro organizativo y defensivo, tenía influencia sobre un extenso territorio circundante. Si bien, su verdadero talón de Aquiles en la antigüedad, fue la falta de infraestructuras defensivas en la desembocadura, en las dunas de Guardamar, lo que hacía enormemente vulnerable a una Orihuela vinculada directamente con la mar, como todas las principales ciudades levantinas de la época antigua.
Ubicadas siempre, en la ribera de un río y a escasa distancia del mar de dónde venía el comercio, es decir , la prosperidad y la riqueza. Emplazadas a la distancia justa de la costa para disponer de un margen de reacción ante el avistamiento del imprevisible enemigo. Ahí están: Ilici (Elche), Sucro (Alcira), Valentia, Sagunto, Burriana etc para corroborar lo dicho. Siguiendo el guión previsto, tras remontar el Segura, los normandos desencadenaron un ataque relámpago sobre Orihuela y antes de partir, cargados de botín, provocaron un impresionante incendio que arrasó gran parte de la ciudad . Los oriolanos habían probado en sus carnes el «furor normanorum».
Cuando volvieron al Mediterráneo, fueron alcanzados por la flota del emirato de Córdoba, que les causó algunos daños. Posteriormente se reunieron de nuevo con la parte de la expedición que venía de asolar el norte de África. Nuevamente la flota normanda adquirió una entidad respetable a pesar de sus pérdidas.
Tras ese combate continuaron su periplo hasta la desembocadura del Ródano y posteriormente hasta Italia, desatando desde su base en la isla de La Camargue, campañas aniquiladoras, por todo el golfo de León. No había ninguna fuerza naval capaz de hacer frente a la flota normanda. Una lección que no olvidarían en lo sucesivo: marselleses, genoveses y pisanos. Los esclavos, entre ellos los niños, eran los bienes «comerciales» preferidos por los vikingos, ya que eran muy demandados en los mercados de esclavos musulmanes entre los que destacaba el de Tortosa. Creo que resulta más que evidente, que había sobrados motivos para considerar a los vikingos, como demonios y alimañas .
![Juan José Esteban Garrido: Cuando los vikingos saqueron Orihuela](https://s1.abcstatics.com/media/espana/2021/02/05/vikingo-historia-k0hF-U40192705324449H-510x700@abc.jpg)
Llegados a este punto, considero conveniente lanzar un aviso a navegantes y advertir al lector sobre producciones audiovisuales, repletas de explicaciones insatisfactorias y cojitrancas , cuyo propósito mal disimulado, no es otro que presentar los hechos históricos, de indudable crueldad y salvajismo protagonizados por los vikingos, de una manera mucho más amable para gentes del siglo XXI.
Tales producciones, casan muy mal con la verdad de lo sucedido en aquellos años a pesar de su divulgación masiva en las pantallas de medio mundo. Quizás porque estos vikingos, llenan el imaginario anglosajón y son los antepasados de los que hoy se presentan a través de sus poderosos y hegemónicos «mass media» con la aureola de avanzados y tolerantes, colgando el sanbenito de villanos de mil aristas, siempre que pueden, a los pueblos del sur europeo. Hasta aquí el aviso a navegantes, para aquellos que se aventuren por las procelosas y turbulentas aguas de la historia de esta época.
Tras el expolio sistemático del Mediterráneo occidental, dónde pocas fueron las ciudades que escaparon al «furor normanorum», «Costado de Hierro» pensó que había llegado la hora de volver a casa, con sus drakkars atestados y hasta la borda de botín. Pero al cruzar el estrecho de Gibraltar hacia poniente, se toparon con una gran flota del emir cordobés . Los vikingos no tenían defensa para los proyectiles incendiarios que los árabes habían aprendido a usar de los bizantinos, sus barcos iban sobrecargados y tras un corto combate se retiraron dejando atrás una decena de navíos en llamas.
En la batalla, los vikingos perdieron en total unos 40 barcos , lo que sumado a las pérdidas anteriores, supuso que de los algo más de 70 barcos que iniciaron la expedición tan solo unos 20 consiguieron volver a sus bases, eso sí, cargados de tesoros y convertidos en una leyenda para el resto de vikingos. Era la semilla de futuras expediciones de saqueo.
Aunque cada vez les resultaría más complicado desplegar su saña en unas costas mediterráneas prevenidas, los hombres del norte seguirían devastando aún durante décadas, con intensidad y furia inauditas las costas del Mare Nostrum. Sin embargo, como todos los pueblos bárbaros que los habían precedido, confrontados con la cultura cristiana, aquellos feroces vikingos, irían siendo asimilados por el mundo cristiano en el que tanto dolor y sufrimiento causaron. Hasta el punto de acabar convertidos, en guerreros de la Cristiandad.
Y así a principios del siglo XI, en un tiempo de grandes guerreros de leyenda como el Cid Campeador , serían guerreros normandos descendientes de aquellos del «A furore nomannorum libera nos Domine» que arrasaban con especial deleite monasterios y obispados cristianos, los que, paradojas de la historia, iban a reconquistar Sicilia para la Cristiandad, enarbolando en sus mástiles y en sus lanzas, la bandera de la cruz. Así nacería un reino normando, en medio del Mediterráneo, pero esa es ya otra historia.
Juan José Esteban Garrido es Teniente de Navío (RV), ingeniero de Caminos, Canales y Puertos y miembro de la Asociación Valenciana de Historia Militar
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