Spectator In Barcino
La arquitectura del 92
Que Ayuntamiento y Generalitat pasen de puntillas por el treinta aniversario de los Juegos del 92 ilustra el aserto de Swift: todo es mejor o peor por comparación

Que Ayuntamiento y Generalitat pasen de puntillas por el treinta aniversario de los Juegos del 92 ilustra el aserto de Swift: todo es mejor o peor por comparación. Sociedad Civil Catalana sí los conmemoró en el INEFC con protagonistas de la efeméride como Narcís ... Serra, Lluís Bassat o Javier Mariscal.
La mejor Barcelona tiene su guarismo en el 92. En 1969 Mariscal llega de Valencia; ve el mar al final de la Rambla, pero un mar de quince metros donde atracan las golondrinas: los muelles ocupados por tinglados y la costa un vertedero. No había dinero: «Debíamos planear Barcelona globalmente y no arreglando placitas», añadió Serra. Y llegó Samaranch. Y el Rey Juan Carlos: «Salvó los Juegos», confesó el exalcalde. Estado y ayuntamiento de la mano de la iniciativa privada mientras el nacionalismo ponía palos en las ruedas, concluyó la presidenta de SCC, Elda Mata.
«Vivimos tiempos de memoria controlada», afirmó el historiador Jordi Canal. La envidia es muy mala y a quien recuerda el 92 Colau le tachará de nostálgico. No extraña la prohibición en el metro de los carteles conmemorativos de SCC con el «subversivo» lema de 'Recuperemos la convivencia'. Este consistorio reduce Barcelona a un holograma ideológico. Y la comarcal Generalitat «republicana» odia Barcelona.
Hojeo 'Barcelona. Arquitectura y ciudad. 1980-1992' (Gustavo Gili), compendio de las obras olímpicas prologado por Vittorio Magnano Lampugnani, Oriol Bohigas y Peter Buchanan. Josep Martorell, responsable con Bohigas, Mackay y Puigdomenech, del proyecto más ambicioso –La Nova Icària– subraya el papel de Barcelona como foro de la arquitectura moderna. Gracias a aquel 92, y a pesar a Colau, la Ciudad Condal será Ciudad de los Arquitectos en 2026.
Este consistorio reduce Barcelona a un holograma ideológico. Y la comarcal Generalitat «republicana» odia Barcelona
Federico Correa, Alfonso Milà, Carles Buxadé, Joan Margarit y Vittorio Gregotti remodelan el Estadio de 1929 que se caía a trozos; Arata Isozaki firma el Palau Sant Jordi; Ricardo Bofill, el INEFC; Esteve Bonell y Francesc Rius, el Velódromo de Horta; Gae Aulenti y Enric Steegman, la reforma del MNAC, (en tiempos de la República, Museu d'Art de Catalunya, la N la puso Pujol); el MACBA de Richard Meier; la ampliación del Liceo por Ignasi de Solà-Morales y la del Palau de la Música de Òscar Tusquets y Carlos Díaz; Solà Morales remodela también el Moll de la Fusta; Santiago Calatrava pone la torre de comunicaciones y el puente de Bach de Roda; Martorell y Mackay, el Parc de la Creueta del Coll con la escultura de Chillida sobre el lago; Rafael Moneo y Solà-Morales el rascacielos recostado de Illa Diagonal; Norman Foster, la torre de Collserola…
Proyectos de gran angular sobre una Barcelona sometida hogaño al dogmatismo 'ecologista'. (No es lo mismo ecólogo que ecologista, advertía el científico Ramon Margalef)
En 'Palabra de Pritzker' (Anagrama), veintitrés conversaciones con los ganadores del gran premio de la arquitectura, Llàtzer Moix se pregunta qué arquitectos sabrán afrontar el atormentado presente. ¿Proyectos provocadores, ecológicamente concienciados, o los que desarrollen la arquitectura? «Es muy probable que el poder quiera seguir manifestándose, y siga inaugurando proyectos que transformen sus ínfulas en inmuebles aparatosos. Pero no serán esos edificios los que harán avanzar a la humanidad. Como tampoco harán progresar su disciplina los profesionales que se limiten a considerar demandas medioambientales o sociales, y dejen de lado la responsabilidad de practicar la arquitectura en toda su complejidad y riqueza», concluye Moix.
Barcelona es un topónimo reiterado en 'Palabra de Pritzker'. Frank Gehry, al que Moix entrevistó en 1988, diseñó el pez dorado en la Villa Olímpica. El portugués Álvaro Siza recuerda las viviendas sociales que proyectó en Barcelona. Tadao Ando evoca los años sesenta: sin dinero, pero con hambre de arquitectura, se pateaba Barcelona de siete de la mañana a diez de la noche. Rafael Moneo estudió en la Escuela Técnica de Arquitectura de Barcelona: fue un trampolín para un viaje a América –Aspen (Colorado)– con Oriol Bohigas, Federico Correa, Lluís Domènech, Juan Antonio Blanc y el diseñador André Ricard.
Glenn Murcutt valora su encuentro con José Antonio Coderch de Sentmenat. Jean Nouvel confiesa que la torre Agbar solo podía estar en Barcelona: «Sus referencias formales a la Sagrada Familia de Gaudí o a la montaña de Montserrat no hubieran tenido sentido en otro lugar. La torre Agbar tiene una forma barcelonesa. El sentido de esa forma reside allí». Toyo Ito deja huella en las Torres Porta Fira. Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilalta firman desde Olot la Biblioteca de Sant Antoni y la plaza Europa de L'Hospitalet… Eduardo Souto de Moura destaca que España cuenta con la mejor formación universitaria: «Y cuando digo España, incluyo a Cataluña… He ido mucho a Barcelona y puedo decir que es España».
Moix elogia al Pasqual Maragall que convirtió Barcelona en destino de la arquitectura internacional y de la arquitectura convivencial.
La ciudad que renació entre 1986 y 1992. Aquel sexenio prodigioso.
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