Independentismo eclesiástico
El intento de segregación de la Iglesia catalana puso las relaciones entre el Gobierno de Jordi Pujol y el Vaticano al borde de la crisis

«La Iglesia es, por definición, universal, pero se encarna en las diferentes realidades concretas. En Cataluña se ha sentido muy identificada con el sentimiento catalán, pero siendo abierta y cumpliendo su misión ecuménica».
Estas diplomáticas palabras del ex presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, esconden una profunda insatisfacción por la imposibilidad de lograr la independencia de la Iglesia catalana, pretensión que llegó a tensar las relaciones entre la Generalitat y el Vaticano hasta rozar la crisis.
El proyecto de crear una jerarquía catalana autónoma estuvo latente durante los 23 años de gobierno de CiU y quedó casi diluido con la llegada del Ejecutivo tripartito, que si bien ha mantenido unas relaciones cordiales con la Iglesia, nunca recuperó esa reivindicación catalanista.
Pujol, que en alguna ocasión ha confesado su arrepentimiento por no haberse implicado más en la lucha por una Conferencia Episcopal catalana, contó con el apoyo de varios obispados catalanistas, siendo el más emblemático el de Vic, pero topó con el escepticismo del arzobispado de Barcelona, mantenido hasta hoy. No son ningún secreto las disputas que el ex «president» mantuvo con Narcís Jubany, cardenal desde 1971 y 1990, por su escasa complicidad con la causa catalanista. Hubo, no obstante, una cierta efervescencia de la Iglesia catalanista a principio de los ochenta vehiculado a través del manifiesto «Raíces cristianas catalanas», favorable a la Conferencia Episcopal Catalana. Resultaba alentador que el Papa Juan Pablo II pronunciara un discurso ante la Unesco en el que habló de la identidad nacional catalana, pero el reconocimiento no fue más allá.
Coorecto, pero poco más
La visita que el presidente autonómico realizó al Vaticano en 1981 junto a su esposa, Marta Ferrusola, se saldó con un recibimiento correcto por parte de Juan Pablo II, pero poco más. Al año siguiente tuvo lugar el viaje del Santo Padre a Cataluña, en la que Pujol había depositado muchas esperanzas. Juan Pablo II dedicó sólo tres minutos al matrimonio Pujol-Ferrusola durante su estancia en Monserrat. «Este hombre no nos entiende. Este hombre no nos quiere», exclamó entre lágrimas la primera dama catalana. Su Santidad ofició una homilia íntegramente en catalán, pero el «president» se sintió ignorado. Posteriormente, visitó la Sagrada Familia, como el próximo día 7 de noviembre hará Benedicto XVI.
En aquel estado de efervescencia se celebró el Concilio Provincial Tarraconense en 1995 en la ciudad de Tarragona, donde el nuncio en España Monseñor Tagliaferri, arrojó otro jarro de agua fría a las aspiraciones del Gobierno catalán al alertar, durante su sermón donde pedían explicaciones sobre su sermón de la Misa de clausura, de los riesgos del nacionalismo exacerbado y de mezclar política y religión, así como su rechazo a una conferencia episcopal catalana.
Cierre de oficina en Roma
Las aspiraciones de crear una Iglesia catalana se mantuvieron hasta que en 2001, año en el que los obispos nacionalistas tuvieron que conformarse con la declaración de una Región Eclesiástica Tarraconense, a medio camino entre la situación anterior y la Conferencia Episcopal Catalana. A finales del mandato de Jordi Pujol, la Generalitat abrió una oficina en Roma, gesto reconciliatorio que el socialista Pasqual Maragall eliminó al asumir la presidencia de la Generalitat junto a ERC e ICV, inaugurando así una etapa menos reivindicativa que se ha mantenido durante el Ejecutivo de José Montilla, cuyas relaciones con la Iglesia se limitan a la cordialidad que exige tener este cargo tal cargo institucional. Hoy, el espíritu patriótico dentro de la Iglesia catalana se mantiene a través de personalidades como el abad de Monserrat, Josep Maria Soler.
En la actualidad, Jordi Pujol se lamenta de no haber sido más combativo en este terreno, tal como ha hecho el Gobierno aragonés en el conflicto sobre los bienes eclesiásticos de la Franja, que ha durado casi quince años.
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