Barcelona 92: la llama (impura) de la concordia
La noche del 25 de julio de 1992 se inauguraron los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Este es el relato de lo que pasó entre bastidores

La noche del 25 de julio de 1992 Antonio Rebollo lanzó la flecha y el pebetero del Estadio Olímpico exhaló la poderosa llama de los mejores Juegos de la Historia.
En los bastidores –madeja de llaves de paso– mi padre, Vicente Doria (Barcelona, 1935- ... 2016), coordinaba a los operarios de Gas Natural. Desde la nominación olímpica trabajó con los equipos técnicos del COOB en la gasificación de la Villa Olímpica, el Palau Sant Jordi, el Inefc, el estadio… El pebetero culminaba jornadas interminables con olor a tabaco: la última etapa de una vida profesional que comenzó a los catorce años. De su andadura meritocrática, mi padre evocaría con orgullo dos episodios: haber estado en los sesenta a las órdenes de Pere Duran Farell para traer el gas natural de Argelia a España y, cómo no, las Olimpiadas de su ciudad.
La flecha podía pasar de largo y dar al traste con la ceremonia. No se supo adónde fue a parar; pero sí, tras respetar el tiempo de confidencialidad, que mi padre ordenó activar la llave de paso que alumbró el instante mágico en la medianoche olímpica: «Estaba todo tan estudiado, tan ensayado, tan preparado al milímetro que era imposible que saliese mal… El mecanismo interno del pebetero es modélico. Diez años después no se haría de otra manera«, explicaba a Àlex Gubern en el décimo aniversario de los Juegos. También lo de la llama impura. Se hicieron decenas de combinaciones para que el aire que proporcionaban potentes ventiladores diera una combustión color fuego. La llama perfecta del gas natural es azul y no habría destacado en la oscuridad.
El arquero y ebanista de profesión había lanzado casi quinientas flechas: «Rebollo estaba cabreado, muy cabreado porque se enteró sólo horas antes de que se iniciara la ceremonia de inauguración de que él y no Joan Bozzo era el arquero elegido. Y porque a su compañera sentimental no le permitieron acceder a determinada zona del recinto olímpico por razones de seguridad. Y porque ya había tenido problemas para que les pagaran los viajes de Madrid a Barcelona». Así lo recuerda el maestro Arturo San Agustín con quien tuve el privilegio de cubrir los Juegos en 'El Periódico de Catalunya'.
La llama impura
Las semanas previas al prodigio hubo nubosidad y lloviznas. Una tormenta podía devolvernos a la noche negra de septiembre de 1989, inauguración del Estadio de Montjuïc, campeonato internacional de atletismo: lluvia torrencial, goteras, silbidos al Rey y pancartas de 'Freedom for Catalonia'. Los cachorros de Pujol hacían realidad el programa secreto: «Hoy paciencia» –y negocios clientelares–, «mañana independencia».
Pero el 25 de julio de 1992 la meteorología fue menos tornadiza. El sol de la concordia venció a los nubarrones del sectarismo. La antorcha prende la flecha que prende la llama impura color fuego. La llama impura, bella metáfora. Nacidos de la cooperación, los Juegos de Barcelona y la Expo de Sevilla desterraron el aciago mito de las dos Españas. La transición pacífica se asentó sobre la debilidad de los dos bandos del 36. De esa conjunción de debilidades nace la llama –felizmente– impura de la España democrática.
En el palco, los Reyes de España, Don Juan Carlos y Doña Sofía, vestido claro con un Cobi de plata. Juan Antonio Samaranch, y su esposa, Bibis Salisachs. El alcalde Pasqual Maragall y Diana Garrigosa. El presidente socialista Felipe González y Carmen Romero. Jordi Pujol y Marta Ferrusola. El ministro Javier Solana con Josep Miquel Abad y Carlos Ferrer Salat.
Habilitado para sesenta autoridades, el aforo se tuvo que ampliar hasta doscientas. La XXV Olimpiada de Barcelona atrajo a Hassan II, François Mitterrand, Helmut Kohl, Mijail Gorbachov, Fidel Castro, Felipe de Edimburgo, Carlos Salinas y Carlos Menem.
La noche mágica
Tres mil pares de millones de ojos aplaudieron la llama (impura) de la concordia en la noche mágica barcelonesa. La antorcha de aluminio diseñada por André Ricard (ligera, poco más de un kilo) había recorrido España desde su llegada a Ampurias el 23 de junio. Fueron 32 días con 4.786 relevistas, uno por kilómetro, por tierra, mar y aire: Lérida, Jaca, Pamplona, Logroño, Vitoria, Bilbao, Santander, Oviedo, Lugo, La Coruña, Santiago, Orense, León, Valladolid, Segovia, Madrid, Toledo, Cáceres, Mérida, Sevilla, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas, Málaga, Granada, Almería, Murcia, Alicante, Valencia, Castellón, Tarragona, Palma de Mallorca y Barcelona.

El Rey apoyó la candidatura barcelonesa desde su gestación. El Estado aportó 230.000 millones de pesetas. La Generalitat de Pujol, que entorpeció unos Juegos que reafirmaban la Barcelona ligada al proyecto español, tuvo que rendirse ante la evidencia del éxito. La inquina nacionalista queda ilustrada en el acertado título de un artículo de Jordi Amat: 'Matar a Cobi'. La mascota de Mariscal, subraya el historiador Jordi Canal, era el icono «de una Barcelona moderna y no ensimismada, el de una Cataluña mestiza, bilingüe y no uniformada y, finalmente, el de una España pujante y relativamente optimista, hija de una exitosa transición a la democracia, normal en la anormalidad, plural en la unidad y con nítida presencia en un mundo que estaba a punto de ingresar en el nuevo milenio».
El prodigio de convivir
Maragall aludió en su discurso –en catalán, inglés, francés y castellano– a Cataluña, España, Hispanoamérica y la patria europea ensangrentada por la guerra de los Balcanes. Mientras presumía del sol mediterráneo, cayeron finas gotas de lluvia. Fue una falsa alarma de ocho minutos: «Barcelona, la ciudad de los prodigios, quiere que estos Juegos además de ser suyos, de Cataluña y de España, sean de todos. Que lo primero que suba al podio sea el prodigio de la convivencia«, proclamó el alcalde.
Además de las instalaciones deportivas (Estadio, Palau Sant Jordi, velódromo, piscinas…), Barcelona ganó la Villa Olímpica, las rondas, el aeropuerto, hoteles, oficinas y cuatro kilómetros de playas. Se invirtieron más de 10.000 millones de euros sobre un impacto total de 20.000 millones: el erario municipal solo tuvo que costear el 2 por ciento.
La Generalitat de Pujol, que entorpeció unos Juegos ligados al proyecto español, tuvo que rendirse ante la evidencia del éxito
Los 34.000 voluntarios certifican el compromiso ciudadano con unos Juegos que pusieron en órbita al olimpismo nacional: de las cuatro medallas de Seúl-88 a las veintidós de Barcelona. El edificio del Inefc y la creación del Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat revolucionaron la formación deportiva en España.
Tres horas de éxtasis: de las ocho a las once y diez de la noche. El día antes comuniqué con mi padre los rumores de la redacción: «En el diario dicen que lo de la flecha tiene truco». «Tranquilo, todo está previsto», respondió con un guiño cómplice de chaval del Poble Sec. Y me lo contó. Lo de la llama impura.
La llama impura prendió en años sucesivos. En el primer aniversario, requerido para coordinar el encendido, mi padre quiso mostrarme el interior del pebetero. Al entrar en aquel camarote con olor a cemento fresco hallamos un cementerio de palomas: nidos de palomas en corte nupcial, huevos rotos, esqueletos de polluelos, hedor excremental… Mi padre dibujó un rictus de tristeza. Qué poco se cuidan las cosas en este país.
Poco antes de morir evocaba con orgullo los Juegos de Barcelona cuando cada español, al margen de ideas políticas o identitarias, incluyó el 25 de julio de 1992 en el calendario feliz de su existencia. En su habitación –cuidados paliativos– escrutaba en la pantalla televisiva la obscena exhibición de odio y victimismo del procés. Aquel barcelonés lamentaba que la lealtad al Estado que «representó» Pujol disfrazara un nacionalismo excluyente.
Los amigos para siempre, la rumba de Peret y Los Manolos, el dúo Mercury-Caballé… Ecos lejanos. Conservo el aliño indumentario de las ilusiones paternas: traje cruzado Yves Saint Laurent azul marino, pin de Cobi en solapa, corbata con logo del COOB.
El independentismo que saboteó la XXV Olimpiada secuestró Barcelona. Al salir de la cárcel, los sediciosos indultados blasonaron de la infame pancarta: 'Freedom for Catalonia'. Matar a Cobi. Apagar la llama olímpica. La llama de mi padre. Bendita llama impura de la concordia española.
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