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Toni Hill: «Hay que empezar a hablar de los inmigrantes cuando no hablamos de inmigración»

«Me gusta partir de un punto alejado del realismo más concreto y a partir de ahí elaborar», decía Hill

Toni Hill posa para el diario ABC INÉS BAUCELLS

David Morán

Y de repente, a Toni Hill (Barcelona, 1966) se le apareció Teresa Lanza. El escritor barcelonés, equilibrista del género negro y hábil escapista de las casillas estilísticas, llevaba ya un tiempo, más o menos desde que regresó a su Cornellà natal para escribir «Tigres de cristal», dándole vueltas a la posibilidad de abordar en una novela « la inmigración de ahora, la que viene de Latinoamérica », pero fue la aparición de Teresa Lanza, una joven hondureña que limpiaba casas, lo que hizo que todo cuadrara. Sólo existía en su imaginación, sí, pero fue la chispa que prendió ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ (Grijalbo / Rosa dels Vents), un nuevo quiebro literario con el que el también padre del inspector Salgado retorna a la novela de misterio para explorar inmigración, diferencias de clases y todos esos suicidios que la sociedad esconde bajo la alfombra.

Porque Teresa, y no es spoiler, es como el fantasma de las Navidades pasadas; la hija del Charlie Parker de John Connolly que hilvana el relato desde el más allá. « Me gusta partir de un punto alejado del realismo más concreto y a partir de ahí elaborar . No soy muy fan de las distopías, pero sí del recurso. Como todo lo que pasa es tan extraño, y más ahora, o le das un punto de distancia y te apartas un poco o al final parece que hagamos novelas clónicas, que es algo que detesto profundamente. Ya hice tres ‘salgados’ y luego he hecho cosas muy distintas», explica Hill, para quien salir airoso de una novela de misterio no es asunto baladí. «Las novelas enigma, cuando están bien hechas, son maravillosas. El problema es hacerlas bien: plantear un misterio, sostenerlo y resolverlo», explica.

Mundos cruzados

En ‘El oscuro adiós…», el espectro de Teresa es el hilo que conecta la historia de cinco amigas de vida más o menos acomodada que esconden sus secretos entre torres y urbanizaciones de Castellverd, trasunto de Valldoreix y « espacio muy de novela negra » que también frecuentan el jardinero Jimmy Nelson y, claro, la propia Teresa Lanza. «Al final lo que me preguntaba es qué ocurre cuando esos mundos se cruzan demasiado», apunta Hill, para quién la idea casi pintoresca de la inmigración que ofrecen algunas ficciones ha quedado francamente obsoleta. «Hay que empezar a hablar de los inmigrantes cuando no hablamos de inmigración. Como autor, son personajes que ya están aquí: compartimos espacio con ellos, así que no entiendo cómo podemos seguir haciendo novelas en las que la población española es blanca. Ya no lo es. Hay un millón y medio de inmigrantes. Y alguno se merecerá estar en una novela, digo yo», defiende el autor.

Además de cambiar los descampados y las calles a medio asfaltar del Cornellà de los setenta por una recoleta urbanización ficticia a las afuera de Barcelona, Hill aprovecha ‘El oscuro adiós de Teresa Lanza’ para reflexionar sobre el suicidio, tema tabú que quizá debería dejar de serlo. « No hablar del tema para evitar el efecto contagio no parece que esté funcionando demasiado . Y al final de lo que hablamos es de que la decisión de suicidarse a los 25 años no es natural. Es un fallo de la sociedad. Así que del mismo modo que hemos hecho políticas para prevenir otras cosas, igual es el momento de hacer algo con esto. En Japón, por ejemplo, han creado un ministerio de la soledad y el aislamiento ante el aumento de suicidios por el confinamiento y la pandemia», explica.

De hecho, buena parte de la novela es un intento por comprender qué puede llevar a alguien con Teresa, un personaje joven « en teoría con toda la vida por delante y que intentando buscar una vida mejor y parece que lo consigue », a borrarse del mapa. «La fuerza de la novela es Teresa Lanza. Nació con nombre y apellidos y ya como un fantasma», insiste Hill, para quien la novela es cómo una pecera en la que va añadiendo personajes y conflictos más o menos recurrentes como la inquietante maldad de los niños o la desaparición de según que franjas de edad de las obras de ficción. «Es como si la generación de los que tienen 40 y 50 años esté ya pasadísima de moda, cuando en realidad le siguen pasando cosas. Y le quedan aún muchos años para que le pasen O eso espero», bromea.

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