Reforma urbana de Barcelona
JUAN PEDRO YÁNIZBARCELONA. El siglo XIX fue época de grandes arquitectos y urbanistas que adaptaron las viejas metrópolis monumentales y amuralladas a las necesidades de la Revolución Industrial y los
JUAN PEDRO YÁNIZ
BARCELONA. El siglo XIX fue época de grandes arquitectos y urbanistas que adaptaron las viejas metrópolis monumentales y amuralladas a las necesidades de la Revolución Industrial y los enormes cambios sociológicos que la misma comportaba. Se precisaban espaciosas viviendas, para absorber las grandes masas de población emigrante, necesarias como mano de obra fabril; era ineludible reformar el centro de las encorsetadas ciudades históricas -para trazar una red de vías rápidas, lo más rectilíneas posibles-; y, por último, había que construir grandes barrios residenciales, exteriores a las urbes.
Barcelona, a este respecto, resultó un modelo arquetípico, ya que precisó un plan de reforma exterior, debido a Ildefonso Cerdá, que conectara la urbe medieval con las poblaciones que había esparcidas en el Llano barcelonés; y otro de esponjamiento y mejor aprovechamiento del espacio urbano intramurallas, el llamado Plan de Reforma Interior, debido a Ángel José Baixeras (Barcelona, 1834 a 1892), cuyo nombre recuerdan hoy: una calle detrás Correos y un grupo escolar barcelonés, cercano.
Grandes vías horizontales
El Plan Baixeras consistía, en esencia, en el trazado de dos grandes vías horizontales, en sentido Este/Oeste, más o menos paralelas a las Ramblas; que permitieran el rapido cruce de la vieja urbe por automóviles, tranvías y los nuevos ferrocarriles metropolitanos. Para ello era preciso derribar gran cantidad de viejas calles, plazuelas y edificios vetustos, hasta casi dos mil.
Los dos planes de reforma urbana tropezaron con grandes obstáculos y resistencias, debidos a los numerosos intereses creados, y sólo fueron llevados a la realidad, en parte; pero sentaron las bases de la gran metrópoli barcelonesa de los siglos XX y XXI.
Las dos vías, que se denominaron A y O -sobre los planos de Baixeras- son las actuales Vía Layetana y Rambla del Raval -aún inconclusa-. También se proyectó una vía vertical, de Sur a Norte, que es la más problemática de las tres, y de la que son recuerdo las actuales Avenida de la Catedral y Cambó; la primera de ambas se pudo abrir gracias al desescombro de un dédalo de callejuelas, alcanzado por los bombardeos de 1938; y la segunda por los derribos realizados con motivo del 92, entre Álvarez de Castro y la antigua Puerta Nueva. La Vía A, unió dos plazas, la de Urquinaona, dedicada al clérigo gaditano José María Urquinaona y Bidot (1814 -1883) -que fue obispo de Barcelona entre 1878 y 1883. Prelado concordatario tuvo que oponerse a las excesos integristas y consiguió suavizar las relaciones Iglesia/Estado- con la de Antonio López, primer marqués de Comillas, fundador de una dinastía de potentados barceloneses del XIX.
La plaza Urquinaona contó con un coquetón quiosco de vidrio como entrada de la estación del Metro, algunos notables edificios como el palacio del marqués de Ciutadilla, duchas municipales en el subsuelo y una fuente Wallace. De todo el entramado urbano afectado, sólo sobrevivió el inmueble de la sede del Gremio de Veleros, famoso por los esgrafiados dieciochescos de su fachada. El primer tramo de la gran avenida, desde Urquinaona al artístico edificio, era la calle Bilbao, delimitada por el cine «Pathe» y la sede de la Caja de Pensiones y Ahorros, construída por Enrique Sagnier Villavechia.
Todo el barrio tomó el nombre de la Reforma y así aparece en los papeles informativos y oficiales de la época. Las obras de Vía Layetana no acabaron hasta 1943 con la urbanización de la plaza de Ramón Berenguer y bien entrados los 50 del pasado siglo se construyó el edificio que hacía esquina con Avenida de la Catedral, donde después estuvo el Consulado General de los EE. UU. que en los 80 se mudó a un lugar más alejado de la ruta de las manifestaciones de todo tipo, por estar los centros oficiales concentrados en la zona.
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