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Testigo y víctima del último asesino en serie

Jean Pierre Herbillon pidió auxilió tras el primer ataque de Thiago. Once días después, lo mató a él. El acusado acepta 63 años de cárcel por asesinar a tres personas sin hogar en Barcelona durante el confinamiento

La Fiscalía pide prisión permanente para el acusado de matar a tres indigentes en Barcelona

Jean Pierre Herbillon, junto a sus hermanos Jonathan y Jimmy, en una imagen de 2012 CEDIDA
Elena Burés

Elena Burés

Barcelona

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Ya es de noche. Un matrimonio acaba de salir de su floristería y se dirige a casa. Antes, ambos hacen una parada para comprar una botella de vino y, cuando están llegando a su edificio, en la calle Rosellón de Barcelona, ven a un individuo «muy nervioso» con «una especie de hoz en la mano». Asustado, él la empuja a ella dentro del portal y cierra la puerta. Ya en el piso, un primero, el hombre se asoma al balcón y ve a una persona tendida sobre un charco de sangre. Era Jean Pierre Herbillon, de 32 años, nacido en Fourmies, una población francesa de 12.000 habitantes.

Solo once días antes, el 16 de abril de 2020, Jean Pierre había alertado a uno de los vigilantes de seguridad del Auditorio, en la calle Lepanto, de que un amigo suyo estaba herido. Él dormía, junto a otro hombre francés, a unos 15 metros de la víctima, Imad Allous, de 22 años y natural de Beni Chiker (Marruecos). El chico también descansaba cuando un individuo lo mató al propinarle repetidos golpes en la cabeza. Al lado del cuerpo, los Mossos d'Esquadra localizaron una barra de hierro, con uno de sus extremos curvado.

Su atacante, al que captaron las cámaras de seguridad, fue «muy cruel», detalló el empleado durante el juicio. Llevaba la barra en una mochila. Sobre las 14.20 horas, la sacó y atacó a Imad. Allí la dejó, juntó al chico que agonizaba y, solo unos minutos después, entró en la estación de metro de Glorias, ataviado con una gorra del Barça y unos mitones. La primera patrulla que llegó al lugar tomó declaración a Jean Pierre sobre lo ocurrido.

Herbillon se había marchado de casa con 18 años, y subsistía realizando trabajos ocasionales. De una relación sentimental nació su hijo Hugo, ahora ya adolescente, aunque tras separarse, perdió el contacto con él. En el último mensaje de voz que envió a su madre Nathalie, el 10 de abril de 2020, le explicó que estaba en Barcelona, que buscaba trabajo y que la gente era más amable que en Francia. Le contó que esperaba poder acceder a un albergue, pero que, en pleno confinamiento, no había espacio suficiente. También que tenía previsto encontrarse con trabajadores sociales.

Con su hermano pequeño, Jonathan, habló por última vez en enero de aquel año. Le dijo que iría a verlo pronto. A Laetitia, mayor que él, fruto de una relación anterior de su padre, la llamaba con frecuencia. «No te preocupes por mí, todo está bien». La última vez le dijo: «Te vas a alegrar, voy a dejar de moverme, encontrar un trabajo – 'no sabía estar quieto en un sitio, necesitaba moverse'–, un piso propio y conseguir el régimen de visitas de Hugo».

Jean Pierre fue la tercera y última víctima del mismo asesino, Thiago Fernándes. Un brasileño de 38 años que, en pleno confinamiento por la pandemia, mató a tres personas que dormían al raso en la capital catalana. Imad fue la primera. En sus bolsillos, llevaba dos mecheros y una figurita de un león de plástico. El resto de sus pertenencias las guardaba en una pequeña bandolera.

Tras lo ocurrido, Jean Pierre no volvió a dormir en la zona, y se 'instaló' junto a una panadería de la calle Rosellón. Era un hombre tranquilo. Una «bellísima persona», lo definió uno de los vigilantes que lo veía marchar cada mañana del Auditori, tras pasar la noche en sus alrededores.

Thiago «trató de un modo degradante e inhumano a las tres víctimas, lesionando gravemente su dignidad humana»

Dos días después de matar a Imad, Thiago Fernándes perpetró el segundo ataque. Pasada la medianoche, era ya 18 de abril, y Juan Ramón Barberán Giner dormía junto al Bar Bonavista, en la calle Caspe. Su agresor le propinó seis golpes en la cabeza con un palo. La víctima, nacida en 1952 en Valderrobres, un pequeño pueblo de Teruel, llevaba más de una década durmiendo en la calle.

En pocas horas, dos crímenes con el mismo perfil: indigentes. También, misma forma de matar: golpes en la cabeza, con un objeto contundente, que el agresor abandonaba junto a los cuerpos. Ninguno pudo ofrecer resistencia; estaban dormidos. El visionado de las cámaras de vigilancia confirmó las sospechas de los agentes: el autor había sido el mismo. No solo coincidía la fisonomía, sino que había vuelto a usar la misma gorra y los mismos guantes.

Dormir solo

Así, mientras la gran mayoría de la población se encontraba encerrada en casa por el Covid, la Policía catalana, con la ayuda de la Fundación Arrels, alertó a los sintecho. Les recomendaron que no durmiesen solos, y empezó así una búsqueda contra reloj del sospechoso, que finalizó con su detención pocas horas después de que perpetrase el tercer crimen, el 27 de abril. Fue una patrulla del Distrito de Sant Martí la que lo identificó, de forma rutinaria, tras verlo circular en patinete, en pleno confinamiento. Llevaba encima un destornillador y los mitones. El dispositivo culminó junto a la caravana en la que se había instalado, en Las Planas. Allí, los investigadores localizaron varias de las prendas con las que perpetró los crímenes.

Un agente de los Mossos junto a la caravana donde instaló el asesino en Las Planas (Barcelona) EFE

Tras permanecer en prisión provisional desde entonces, el primer día del juicio, poco antes de arrancar la vista, alcanzó un acuerdo de conformidad con las acusaciones, por el que aceptó 63 años de cárcel. De ellos, 60 por tres asesinatos con alevosía, y los restantes por delitos contra la integridad moral, ya que no fue hasta un año después de estos asesinatos cuando la aporofobia se incluyó en el Código Penal. Como atenuante, un trastorno por consumo de cannabis y alcohol.

En el acuerdo, al que ha tenido acceso este periódico, Thiago Fernándes admite que «trató de un modo degradante e inhumano a las tres víctimas, lesionando gravemente su dignidad humana». Buscó, y así lo ha admitido en el citado escrito, al mismo tipo de víctima, hombres que estaban durmiendo en la calle, »vulnerables y desprotegidos». Los atacó aprovechando que estaban solos. Ninguno pudo prever el ataque ni defenderse. Tampoco pedir ayuda.

«Si no fuesen personas que dormían en la calle, estarían vivas»

«La vulneración de un derecho, el de la vivienda, lleva a otra, en este caso, al de la propia vida», señala Ferran Busquets, presidente de Arrels, entidad que asiste a personas sin hogar en Barcelona. De aquellos once días de abril de 2020, en plena pandemia, cuando los Mossos buscaban al asesino de indigentes, recuerda una paradoja: «Les recomendaban dormir juntos cuando el resto de la población tenía prohibido juntarse». Tiene claro que si las víctimas no hubiesen sido indigentes el impacto social de los crímenes hubiese sido mucho mayor. «Si no fuesen personas que dormían en la calle, estarían vivas», censura. Los recursos asistenciales eran insuficientes entonces, y lo siguen siendo ahora, advierten desde la fundación.

Para comunicar los fallecimientos –el protocolo marca que los agentes tienen que hacerlo en persona–, en el caso de Imad, los Mossos enviaron un oficio al consulado de Marruecos, ya que el chico no tenía «domicilio conocido». En el de Juan Ramón, tras la preceptiva búsqueda, sí consiguieron localizar a su hermana, que ahora tiene 79 años, a quien informaron presencialmente de lo ocurrido. Tras ser alertado por la Gendarmería, Jimmy, hermano mayor de Jean Pierre, fue quien, por teléfono, dio la noticia a su padre, del mismo nombre. «El acuerdo de prisión nunca será suficiente porque no traerá de vuelta a mi hijo», explica el progenitor, a través de su abogado, Jorge Juan Bassols.

Los Herbillon son la única familia personada como acusación en el procedimiento. Otro de sus letrados, David Miras, que representa a Laetitia, fue quién reclamó la pena por delitos contra la integridad moral para el asesino que, en la última sesión del juicio este miércoles, en su derecho a la última palabra, con voz apenas audible y asistido por una traductora, pidió «perdón a la sociedad española» y aseguró no recordar los crímenes por estar bajo los efectos de las drogas. Una vez el jurado hubo abandonado ya la sala, se puso a reír.

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