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Spectator in Barcino

Los 12 (o más) trabajos de Collboni

Limpieza y seguridad. Más cultura y menos cannabis. Más vivienda pública y menos okupaciones 'políticas'. Más Sant Jordi (inclusivo) y menos Diada (excluyente). Menos políticas divisivas y más cooperación

Artículos de Sergi Doria en ABC

Ada Colau y Jaume Collboni, en un acto cuando la primera era alcaldesa de Barcelona Inés Baucells
Sergi Doria

Sergi Doria

Barcelona

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Si Ada Colau deja Barcelona hecha unos zorros, Jaume Collboni, que colaboró -por acción u omisión- en el destrozo, aprieta a las concesionarias de limpieza para que justifiquen los 300 millones anuales que la recogida de residuos cuesta a los barceloneses. Si dividimos 300 millones por los 365 días del año el resultado da 821.917 euros la jornada. Con esa cantidad se puede limpiar mucho. La limpieza, todo sea dicho, complementada con civismo. Un día bien paseado por el eje verde de Consejo de Ciento da una idea de lo que sería Barcelona si Xavier Matilla, el ya cesado director de arquitectura, hubiera perpetrado su veintena larga de proyectos 'pacificadores'.

La 'pacificación' de Colau es un ejemplo de la neolengua orwelliana tan propia del comunismo. De paz, nada. Al principio se ve bonito, pero el paseo en paz solo puede discurrir por la parte de las antiguas aceras (ahora sin bordillos). Si tomas el tramo central debes volver la vista para que no te atropelle el patinete, el ciclista o la moto que enfilan la senda arborizada como un atajo «la mar de práctico, tú».

Por la mañana la calle 'pacificada' sirve de aparcamiento a los vehículos de reparto entre los que se cuela algún espabilado que deja su coche un ratito. Las maniobras de furgonetas y camiones -necesarios para la intendencia de la restauración- martirizan los cables de acero que circundan los parterres: dos semanas después de su instalación, ya aparecen rotos. Los ejes verdes conforman una topografía del caos: sin jerarquización vial, cada uno va por donde le peta: un 'campi qui pugui' poco 'pacificador'.

A partir de mediodía, ya sin vehículos de reparto, adviene el rumor de las terrazas que se prolongará 'in crescendo' hasta la madrugada. La Asociación de Vecinos de la Esquerra de l'Eixample alerta del efecto decibélico Enric Granados en los nuevos ejes verdes: «Hemos tenido días muy bestias, de gente a las dos de la madrugada armando alboroto, borrachos… Puedes aguantarlo un día de fiesta mayor, pero no cada día».

Por si no fuera suficiente con el terraceo, al 'pacificador' Matilla y sus dogmáticos seguidores se les ha ocurrido montar unas mesas con sillas: el picnic y el botellón convierten la vía urbana en un merendero de La Floresta. «Borrell y Consejo de Ciento han quedado bonitas», proclama la progresía panglosiana que votó Colau. Bonitas como los precios multiplicados de los alquileres que enriquecerán a los propietarios de pisos y tiendas en los ejes verdes. Si Colau pretendía que el tejido vecinal barcelonés siguiera vivo ha conseguido lo contrario: expulsarlo del barrio. La lengua del mercado en su 'pacificada' Barcelona ya no es el castellano o el catalán, sino el inglés.

Todo esto lo advertimos cuando el consistorio comunero se aprestó a destripar chaflanes; pero en este país ejercer de Casandra cotiza a la baja. Casandra vaticinó la caída de Troya, pero sus conciudadanos no le creyeron. Ahora, con el caballo de Troya ya intramuros, se escuchan lamentos 'a posteriori': sucedió también con el infausto 'procés' (no aprendemos).

Ya en clave de mito sigamos con los 12 (o más) trabajos de Hércules que aguardan al alcalde. Olvidar ejes verdes y apostar por interiores de manzana (la fórmula ideal). Avanzar más en la reforma de la Rambla (de seis años a tres) poniendo más dinerito (que antes se volcaba en los ejes verdes). La recuperación de las tradicionales sillas de alquiler anuncia ese propósito de enmienda. ¿Por qué Colau odia la Rambla? 'Chi lo sa'. Meter en vereda a patinetes y ciclistas (el seguro obligatorio implica la responsabilidad civil que ahora eluden). Reconsiderar carriles bici responsables de atascos, como los de Vía Augusta. Ir a todas con la ampliación del aeropuerto para que Barcelona se conecte con el mundo sin necesidad de echar la culpa, 'comme d'habitude', a Madrid. Presionar a la Generalitat para que pague las líneas de metro pendientes y deje de ningunear a Barcelona, también 'comme d'habitude'. Y ahora que Albert Batlle ya no tiene un brazo atado a la espalda como con Colau, combatir la delincuencia.

Divisamos la ciudad desde la terraza del hotel Claris en compañía de Joaquim Clos. El chef Pedro Salillas, formado en Akelarre y Martín Berasategui, presenta la carta de verano: 'vitello tonnato', canelón de bogavante con bullabesa, vieiras con panceta… El Claris que inauguró hace treinta años su padre, Jordi Clos, en el palacio Vedruna, al unísono con el Museo Egipcio, ejemplifica el turismo de calidad cultural que necesita Barcelona.

Limpieza y seguridad. Más cultura y menos cannabis. Más vivienda pública y menos okupaciones 'políticas'. Más Sant Jordi (inclusivo) y menos Diada (excluyente). Menos políticas divisivas y más cooperación. Más ideas y menos ideología. Si Collboni afronta esos 12 (o más) trabajos decisivos tendrá con él a la sociedad civil digna de tal nombre.

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