Spectator In Barcino
El (oneroso) legado de Colau
Si Colau revalida mandato, la destrucción de Barcelona se consumará. Si no lo revalida, revertir tantas malas obras va a salir muy caro
![La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, durante un acto en el Ayuntamiento el pasado mes de diciembre](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/01/02/adacolau1-R1ZNEyTlkB3JLTCpBKm5qmK-1200x840@abc.jpg)
A Jordi Rabassa Massons, historiador y activista -mala cosa-, concejal comunero de Ciutat Vella y de Memoria Democrática, le preocupa más echar a la Policía Nacional y convertir vía Layetana, 43 en centro de sectarismo histórico que remediar el Raval más degradado desde los ... años ochenta.
La detención de Miguel Ricart en un narcopiso de la calle Aurora acaparó la atención mediática por ser asesino de las niñas de Alcàsser, pero es un episodio más en el contador delictivo de una ciudad con 123.842 infracciones de enero a septiembre, según el Ministerio del Interior.
La Barcelona de Colau y Rabassa, más pendiente de la memoria sesgada que de la actualidad rasgada por la inseguridad, lidera el ranquin de la criminalidad nacional: un 35,4 por ciento de delitos más que en 2021. Dos de cada tres barceloneses -el 66,4 por ciento- opinan que la ciudad está cada vez peor.
La Barcelona de los comunes -ese comunismo que no osa decir su nombre- está hecha un asco y parece que seguirá, como cantaba Gardel, cuesta abajo en la rodada. El barómetro municipal del último semestre revela que más del 50 por ciento de los barceloneses suspenden la gestión de Colau y el tancredista Collboni: la inseguridad y la suciedad lideran las cuitas de los encuestados. No hay que preocuparse, proclama Jordi Martí Grau: los datos negativos son percepciones más que realidades. Según el teniente de alcalde, la ciudadanía padece una alucinación más pertinaz que la sequía.
Entre las aportaciones de la que otrora fue capital del diseño, los bloques Aprop construidos con contenedores, evolución de lo que en la URSS años cincuenta se conoció como «Jruschovkas»: edificios con paneles prefabricados de la época de Nikita Jrushchov.
El irónico destino ha querido que el bloque de contenedores levantado en Glorias esté muy cerca del Museo del Diseño (la «grapadora» de Bohigas). En la inauguración, y con su desparpajo habitual, la alcaldesa propuso extender esta fórmula «rápida, eficaz y con un resultado de mucha calidad y dignidad» a toda Cataluña.
Colau se hace trampas al solitario tras el fiasco de sus promesas de construcción pública y la obligación de dedicar el 30 por ciento de la promoción privada a vivienda asequible: 150 viviendas en cuatro años frente a las 400 previstas. Eso sí, puestos a comparar a la baja, siempre quedará la Generalitat, más ocupada en la amnistía y la autodeterminación que en la vivienda pública.
En 'Contra Colau y el colauismo' el Col·lectiu Ildefons Cerdà hace balance del comunismo que no osa decir su nombre: «Tenemos la empresa funeraria pública, la comercializadora eléctrica municipal, la recogida puerta a puerta en Sarriá y San Andrés del Palomar, el empeño obsesivo por remunicipalizar Aigües de Barcelona, la gestión del tráfico en la ciudad y un largo etcétera de personas ineptas al timón atacadas de adanismo crónico… Esa enfermedad la pagamos todos los barceloneses».
En el último plenario del año y con la abstención de Esquerra la coalición gobernante aprobó los presupuestos de 2023: casi 3.600 millones de los que 750 se destinarán al urbanismo táctico y el tranvía contra el que votaron los barceloneses. Cosas del despotismo poco ilustrado.
Aunque el pleno decidió por mayoría frenar las licitaciones, la tierra quemada de Colau en el Ensanche ya expele sus miasmas. El tráfico, cual dinosaurio de Monterroso, sigue ahí: ahora colapsa la calle Valencia y la Gran Vía, tal como preveía la sensatez documentada y negaba el pensamiento mágico de Eloi Badia o Janet Sanz. Como escribió Quim Monzó en referencia al utopismo colauista: «La ciudad es un patio de guardería donde ellos juegan sin preocuparse de la mierda que van dejando por el camino».
El Col·lectiu Ildefons Cerdà subraya la afirmación: «Si el urbanismo fue clave de la transformación de Barcelona del añorado pasado reciente, hoy se ha convertido en el instrumento de su destrucción». Una destrucción que ha provocado la alergia del izquierdismo podemita con su demonización sistemática de la iniciativa privada. Para diseñar un modelo de ciudad se requiere consenso y no la imposición de una facción ideológica: «El consenso es contrario al alma del populismo. Consenso y populismo son antagónicos», concluye el opúsculo.
A cinco meses de las municipales se impone, como en aquella canción de Serrat, «llamar al orden a estos chapuceros que lo dejan todo perdido». Urge un consenso que, al margen de siglas políticas, se marque como principal objetivo el renacimiento de Barcelona.
Propósitos para 2023. Consenso sin banderas que plantee la reforma del Plan General Metropolitano y recobre el espíritu del 92: gestión de los mejores (sin partidismos), colaboración franca con la iniciativa privada.
Si Colau revalida mandato, la destrucción de Barcelona se consumará. Si no lo revalida, revertir tantas malas obras va a salir muy caro a los barceloneses. Ocho años para tan (oneroso) legado.
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