Muere Agustí Villaronga, el cineasta de la belleza incómoda
El director de ‘Pa negre’ falleció el domingo en Barcelona a los 69 años víctima de un cáncer
‘Loli tormenta’, película que rodó el pasado verano y primera comedia de su carrera, es su testamento artístico
El cine de lo insano, lo exótico, lo lírico
El cine, defendía Agustí Villaronga, es un ejercicio de libertad y ganas; una soberana lección de curiosidad. «A lo que me niego es a renunciar a la curiosidad», decía. Normal que, aún sabiéndose ya enfermo de cáncer y durante una de las muchas olas de calor que atravesaron el pasado, el realizador mallorquín se mantuviese pegado a la cámara. El sol abrasaba los exteriores y los médicos no entendían que Villaronga hubiese dejado la quimioterapia para centrarse en la producción, pero lo importante era terminar a tiempo ‘Loli tormenta’, cinta que se ha acabado por convertir en su testamento cinematográfico. «Esto da una idea de lo que quiero a esta profesión, es mi vida. Es un oficio al que le das todo», explicó el propio cineasta el pasado mes de noviembre en un coloquio con las actrices Susi Sánchez y Marisa Paredes.
El cáncer, debía pensar Villaronga, podría quitarle muchas cosas, pero no la curiosidad. Eso nunca. Máxime ahora que, después de casi cuatro décadas de carrera, se había atrevido por primera vez con una comedia, un último giro para coronar una carrera hecha de volantazos, escorzos y piruetas aparentemente imposibles. De éxitos arrebatados y fracasos estrepitosos. De ternura, crueldad y memoria extirpada de las trincheras. «Más que la Guerra Civil española en concreto me interesa el tema de la guerra en general. El hecho de que el destino de las personas, sobre todo de las que son muy jóvenes, casi niños, esté abocado al desastre más absoluto», explicaba al poco de concluir la trilogía formada por ‘El mar’, ‘Pa negre’ e ‘Incerta glòria’, uno de sus proyectos más celebrados y, a partir de hoy, también más recordados.
Sin Villaronga, fallecido el domingo en Barcelona a los 69 años tras anunciar hace algo más de un año que le habían diagnosticado un cáncer, queda el luto en el cine español y la conmoción en la escena catalana a pocas horas de alzar el telón de su gran noche, la de la entrega de los premios Gaudí. Ahí fue precisamente donde Villaronga empezó a hacer historia en 2011 con ‘Pa negre’: ganó 13 de los 15 premios a los que optaba la película y salió como un cohete rumbo a los Goya de ese mismo año, donde repitió la gesta pocas semanas después con otras 9 estatuillas. Fue, recordarán, la primera cinta rodaba en catalán (y en cualquier idioma cooficial) en llevarse el Goya a la mejor película. La adaptación de la novela de Emili Teixidor, crudo retrato de la Cataluña rural de posguerra, le valió a Villaronga un reconocimiento que hasta ese momento le había llegado, si es que lo había hecho, por fascículos y con cuentagotas.
Vocación precoz
Nacido en Palma de Mallorca en 1953, Agustí Villaronga heredó la pasión por el cine de su padre, un cartero que coleccionaba cromos de actores y actrices y que le abrió de par en par las puertas del Séptimo Arte. De talento precoz, a los 14 años ya tenía claro que quería ser director de cine, aunque su idea de enrolarse en la escuela de Roberto Rossellini se vio frustrada precisamente por su corta edad. Le escribió una carta al pope del neorrealismo italiano, pero la respuesta no fue demasiada alentadora. «Me rechazaron por ser demasiado crío. Hoy su cine no me gusta tanto. Ahora quien me apasiona es Pasolini, al que cuando yo era joven no fui capaz de apreciar», recordaba el cineasta mallorquín en una entrevista. Bergman y Dreyer, aseguraba, fueron los primeros directores que le hicieron querer dedicar su vida al mundo del cine. Con el tiempo, la lista se iría llenando de haches (las de Haneke y Hitchcock) y también de celuloide sabiamente envejecido. «Veo a menudo películas viejas para no olvidar la parte humana de la gente», decía.
Licenciado en Historia del Arte, pasó por el Institut del Teatre y, pese a que su futuro estaba detrás de la cámara, su gran estreno fue en los escenarios, actuando en los años setenta en la ‘Yerma’ de Núria Espert. Alternó a partir entonces papeles en películas como ‘El fin de la inocencia’ y ‘Perros callejeros’, aunque la mano del productor Pepón Corominas le llevó a trabajar en 1982 como figurinista en ‘La plaça del diamant’, de Francesc Betriu. No sería hasta 1986, pasado ya el umbral de la treintena, que conseguiría escribir y rodar su primera película: la inquietante e incómoda ‘Tras el cristal’, la historia de un siniestro oficial nazi que torturó y abusó de multitud de niños en los campos de concentración. La película, seleccionada para el Festival de Berlín, inaugura una filmografía marcada por la memoria, la juventud atormentada y el difícil tránsito a la edad adulta. «Nunca he sido capaz de hacer películas amables», reconocía el cineasta.
Luego vendría ‘El niño de la luna’, Goya al mejor guion original que no se tradujo en una acogida acorde, y una larga travesía por el desierto en los noventa, década en la que trabajó por encargo e incluso se planteó dejar el cine. «Estuve siete años fuera de circulación, y dudé, dudé mucho sobre si dirigiría de nuevo», explicó en su día sobre una época en la que cambió cámaras y rodajes por el trabajo en una pastelería. Con el cambio de siglo, sin embargo, la suerte cambió y Villaronga emergió de nuevo gracias a ‘El mar’ primero y ‘Aro Tolbukhin: en la mente del asesino’ más tarde.
El éxito de ‘Pa negre’ le llevó a afrontar retos de gran envergadura como ‘Incerta Glòria’, adaptación de la novela de Joan Sales; ‘El vientre del mar’, particularísima adaptación de un texto de Alessandro Baricco que arrasó en el Festival de Málaga de 2021; o ‘Nacido rey’, superproducción de encargo que pasó de puntillas por España y en la que Villaronga narra la historia de Fáisal bin Abdulaziz, Rey de Arabia entre 1964 y 1975. Y todo mientras seguía fantaseando con llevar a la gran pantalla ‘La mort i la primavera’, de Mercè Rodoreda, proyecto que se le resistió hasta el final de sus días.
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