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Mojigangas

«No tiene sentido mantenerse en las trincheras ideológicas sin aceptar el diálogo como máximo exponente del razonamiento»

El Congreso de los Diputados durante una intervención del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez EFE
Juan Carlos Valero

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Los límites de nuestro mundo los contornea nuestro lenguaje, según sostenía el lúcido filósofo Ludwing Wittgenstein en su obra 'Tractatus'. Por lo tanto, la conversación, ese intercambio de lindes de nuestros particulares mundos, es la fábrica de ideas más extraordinaria que tenemos, la herramienta transformadora más potente a nuestro alcance y una fuente inagotable de aperturas hacia el infinito.

El neurocientífico y divulgador Mariano Sigman recuerda en su ensayo 'El poder de las palabras' (Debate) que la conversación es una de las armas más poderosas para mejorar nuestro sistema cognitivo. Nada puede transformar con más eficacia la realidad que una buena charla; nunca mejoramos tanto como cuando intercambiamos opiniones con otras personas o con nosotros mismos, que es el principal paso para derribar creencias preconcebidas y autolimitadoras.

Las buenas conversaciones, al igual que los debates, mejoran la toma de decisiones, la generación de ideas y refuerzan la durabilidad de la memoria y la estabilidad de la vida emocional y pública. Cuando la conversación se realiza en un ámbito de representación social, como un parlamento, también mejora la sociedad y, en consecuencia, puede cambiar nuestras vidas por completo. Lamentablemente, llevamos años sin fomentar el diálogo que persiga el consenso.

En otro libro muy recomendable para estas fechas de regalos, la doctora en filología y catedrática de Lengua Española Lola Pons observa la realidad con las gafas de la lengua puestas y demuestra que todo puede ser explicado en clave lingüística, como lo hace en su recopilación de 80 reflexiones agrupadas en el libro 'El español es un mundo' (Arpa). No tiene sentido mantenerse en las trincheras ideológicas sin aceptar el diálogo como máximo exponente del razonamiento. Sólo así evitaremos ver los parlamentos convertidos en corrales de comedias como entreactos electorales, en una sesión continua de mojigangas cuyas extravagancias tornan las iniciales sonrisas en un rictus de preocupación. Por favor, hablen más, ustedes y nuestros representantes: sus cerebros, y nuestro futuro como sociedad, se lo agradecerán.

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