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Spectator in Barcino

Un estilita en La Pedrera

A Plensa y Gaudí les une la indiferencia de la ciudad hacia sus obras

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Exposición de Jaume Plensa en La Pedrera inés Baucells
Sergi Doria

Sergi Doria

Barcelona

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Gaudí quiso coronar la Casa Milà con una escultura de la Virgen María con Jesús, flanqueada por los arcángeles san Miquel y san Gabriel. Uno de sus colaboradores, el escultor Carles Mani, ya tenía preparado un modelo de yeso.

La propuesta asustó a Pedro Milà. Tras la violencia anticlerical de la Semana Trágica de 1909, poner una estatua de la madre de Dios en la cúspide del edificio actuaría como un imán para los incendiarios. La negativa del propietario se reveló acertada: en otro julio, el de 1936, los revolucionarios arrasaron el taller de Gaudí en la Sagrada Familia, destruyeron las maquetas y estuvieron a punto de profanar la tumba del arquitecto. La ausencia de la imagen sagrada libró a La Pedrera del vandalismo.

El edificio que Gaudí inauguró en 1912 lo corona ahora una obra de Jaume Plensa: 'Day-Night'. Encaramada en una peana la figura actúa cual estilita en permanente observación. Adviene el crepúsculo y el estilita insomne se ilumina para que sepamos que sigue ahí.

A Plensa y Gaudí les une la indiferencia de la ciudad hacia sus obras. Cuando el arquitecto murió en 1926, atropellado por un tranvía en el cruce de Gran Vía con Bailén, su obra se consideraba arcaica y ultracatólica por el racionalismo de Le Corbusier. No fue hasta los años ochenta cuando Gaudí pasó del olvido a convertirse en el reclamo estético de Barcelona.

A Plensa el reconocimiento le ha llegado también tarde; como asegura el refrán, tuvo que «rodar el món» para «tornar al Born». En el paseo del Born se ubica la que hasta el momento fue su única obra barcelonesa: ese cofre del que, demasiado tiempo, nadie supo de su autor. Llegó Carmela al Palau -está por ver si se quedará siempre-, las puertas del Liceo y la exposición de La Pedrera.

Jaume Plensa I. B.

Plensa conjuga silencio y palabras. 'Poesía del silencio' lo denomina. Nada nos desafía más que el silencio; y nada aquilata tanto las palabras como cuando irrumpen entre silencios. Flora, la efigie que sella sus labios, nos recuerda los rótulos de las clínicas de nuestra infancia: aquella imagen de una enfermera con cofia pidiendo silencio.

Las letras conforman esculturas o abrigan los torsos colgantes de la serie 'Lilliput'; las corcheas componen partituras físicas; signos de mil alfabetos originan un esperanto. Todo nace, explica Plensa, de una temprana bibliofilia: «Mi familia estaba más próxima a lo escrito y a lo musical que a lo visual. Muchos de los autores que, por suerte, conocí de muy joven, para mí han sido no sólo grandes autores, sino compañeros de viaje, amigos que han ido confirmando mis intuiciones». Se refiere a Blake, Canetti, Baudelaire, Dante, Goethe, Shakespeare, Estellés.

Su primera figura con letras se remonta a 2008: 'Tel Aviv Man XX'. La inspiró una edición berlinesa años veinte del 'Cantar de los Cantares'. Se la regaló el director del museo de Tel Aviv. El escultor compara el bello poema bíblico con la Declaración Universal de los Derechos Humanos: «La vida nos va tatuando permanentemente con palabras, pero con tinta invisible, y de pronto alguien tiene la capacidad de leer esta invisibilidad en ti y se vuelve tu amante, tu amigo, tu compañero…» La alcaldesa Colau, al romper por decreto el hermanamiento con Tel Aviv, ignora que la cultura no conoce sectarismos.

En el desván de La Pedrera, bóveda de serpenteantes arcos parabólicos, los bustos broncíneos de 'Rui Rui's Words' dialogan con los ladrillos rojizos. La esfinge remite al silencio que imaginó Blake. Ya en la azotea, entre las chimeneas con los racimos de cascos romanos, el estilita divisa el Ensanche. Gaudí, Plensa… y Cerdà.

Si en 1912 la prensa satírica hacía befa de La Pedrera, la rapiña inmobiliaria hollaba pasajes y patios interiores del Plan Cerdà. Al urbanista -cruel ironía- se le dedicó una plaza que se inundaba en unos de los enclaves más horrísonos de Barcelona. Hogaño, el izquierdismo populista que, so pretexto de «completar» su obra, destroza la cuadrícula y violenta la igualdad urbanística, propone una estatua a Cerdà en plaza de las Glorias. Cruel recochineo.

Volvemos a Plensa y el reconocimiento -tardío- de su ciudad. Le pediríamos que siga explorando los sonidos del silencio. Que proteja las palabras del enmascaramiento, como aconsejaba Ruskin. Que el éxito no provoque que la fórmula sustituya a la forma. Que las miríadas alfabéticas no se desparramen en la banalización. Que controle el merchandising, un fuego amigo que cursa en manierismo.

No sabemos cómo evolucionará la obra de Plensa. Ahora y aquí nos alegramos de que su inmutable estilita alumbre nuestras noches desde La Pedrera. Esta Barcelona (tan decaída) lo necesita.

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