El «trabajazo» de todo un barrio para montar una ópera en el Liceo
'La gata perduda', que se ha estrenado esta semana en el teatro, cuenta con la participación de 450 personas del Raval

En casi 120 años de historia, en los palcos de La Paloma debe haber pasado casi de todo. Lo que faltaba por verse en la mítica y abarrocada sala de baile barcelonesa es un montón de alumnos aplicados, haciendo los deberes. Y sí, ha sucedido estos días. Son cosas que solamente puede lograr la ópera.
La decoración del local se inspiró en Versalles y, a pesar de su luz más que tenue, deslumbró a varias generaciones de ciudadanos de Barcelona que iban al Raval a mover el esqueleto. Hoy, funcionando a medio gas y siempre con la amenaza del cierre sobre la cabeza, acoge eventos de lo más diverso, incluidos algunos ensayos de la ópera 'La gata perduda' («La gata perdida») que el Liceo ha montado en el marco de su programa educativo y social. Ese es, en el fondo, el motivo por el que los palcos han acabado llenos de chavales atareados con sus cuadernos.
El proyecto involucra a 450 personas del Raval, a los que se propuso subir al escenario del Liceo para representar una ópera sobre su barrio, escrita ad hoc por la libretista Victoria Spunzberg y el músico Arnau Tordera, con la estrecha colaboración del director de escena Ricard Soler y el musical, Alfons Reverté. «Sondeamos las historias y las músicas del barrio con un equipo inicial, trabajando sobre el terreno», explica el director del área musical, social y educativa del Liceo, Antoni Pallés.

El resultado ha sido una ópera de dos horas de duración, en las que se ha involucrado a todo un barrio del que el Liceo es un vecino más. La historia de una gata rebelde que se ha perdido sirve para retratar los problemas y los valores humanos del Raval. Los participantes, detalla Ricard Soler, «pertenecen básicamente coros del barrio que ya existían y que han querido añadirse al proyecto». «Habían hecho cantatas y conciertos corales multitudinarios», pero esta vez es diferente: «Se han estado preparando para actuar mientras cantan, y además, hacerlo en un escenario tan emblemático como éste». Los preparativos se prolongaron —pandemia mediante— cerca de cuatro años, y en los días previos al estreno los nervios estuvieron a flor de piel: de la de los participantes y la del personal del Liceo, que tuvo que hacer un esfuerzo aún mayor al que es habitual en cada montaje de ópera. «Hemos tenido que resolver problemas que no esperábamos, porque no cabe tanta gente en las salas de ensayo y los camerinos del Liceo: por eso tuvimos que ir a La Paloma», señala el director de escena.
Espacio de estudio
El misterio de los niños estudiando en los palcos de la sala de fiestas se resuelve al hablar con Cristina Colomer, encargada de coordinar la logística de todos los coros: «Durante algunas semanas llegamos a hacer ensayos de seis de la tarde a diez de la noche, y los que tienen deberes estaban un poco desesperados», de modo que hubo que buscar la manera de darles un espacio para que no se quedasen atrás en el cole, aprovechando los ratos en los que no les tocaba ensayar su parte.
El trabajo de Colomer, como el de todos, ha sido intenso, pero gratificante. Al recibir las partituras vio que había pasajes demasiado difíciles para algunos de los coros, y como la mayoría de participantes no sabían leer música, se pasó unas navidades enteras grabando cada voz por separado. ¿La recompensa? «En la entidad Món Raval un día vi cómo se habían juntado diez señoras, con sus perritos al lado, un altavoz en medio y escuchando mis grabaciones y cantando para aprenderse la música», recuerda emocionada. «Han hecho un trabajazo», remata.

Profesionales y aficionados
Los cantantes profesionales que colaboran también han disfrutado de los preparativos. El barítono Pau Armengol destaca la dificultad de sobreponerse a una orquesta de más de ochenta alumnos del conservatorio del Liceo, además de una banda de rock y una batucada. «La orquestación es muy generosa, y aun siendo cantantes líricos tenemos que ir microfonados, porque era imposible que se nos escuchase».
La mezzosoprano Marta Infante, bregada en actuaciones en solitario y en óperas escenificadas en teatros nacionales e internacionales, asegura que «en proyectos de calado social como éste todos aprendemos, trabajando codo a codo; nos da una perspectiva diferente y muy interesante de nuestro propio trabajo».
El Liceo ha programado dos únicas funciones que agotaron las localidades semanas antes del estreno. La semilla plantada germinará, con un poco de suerte, contribuyendo a romper barreras de acceso a la cultura y despertando, si no grandes vocaciones musicales, sí la creatividad y el interés por el arte.
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