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Una dirección para dejar de ser invisible

SINHOGARISMO

Arrels habilita 10 pisos en el barcelonés barrio del Poblenou para personas sin hogar

Si la situación económica de la entidad lo permite, también habilitará un espacio de acogida en los bajos del edificio

Omar, una de las diez personas sin hogar que se instalará en los pisos de Arrels en el Poblenou PEP DALMAU
Elena Burés

Elena Burés

Barcelona

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Es bereber, del norte de Marruecos. Omar cree tener unos 60 años, aunque no puede asegurarlo. Abandonó su país siendo un niño y no tiene documentación. Desde entonces ha alternado la calle con albergues y pensiones. Se ha buscado la vida como ha podido en Francia, Italia, Inglaterra y Alemania. «De Holanda salí y entré el mismo día», bromea, para restarlo del cómputo. Trabajos en obras, también haciendo «carga y descarga» de materiales, pero siempre de manera irregular. Por eso, su mayor aspiración ahora es «tener un trabajo normal, digno».

Está tramitando «los papeles». Y, en pocos días, accederá a uno de los diez pisos que la fundación Arrels, que atiende a personas sin hogar en Barcelona, ha habilitado en el barrio del Poblenou. Mientras, Omar pasa las noches en el denominado piso cero, un espacio de baja exigencia que, entre las 20.00 y las 8.00, hace las veces de refugio para aquellos que malviven al raso.

No hay requisitos de higiene, ni relacionados con el consumo y tampoco se prohíbe la entrada de mascotas. «Lo único que se pide es un mínimo para garantizar la convivencia, y lo que se pretende es que la persona dé un paso, aunque sea tímido, para dejar la calle», apunta Ferran Busquets, director de la entidad. Quienes deciden utilizar este espacio pueden entrar y salir cuando quieran, incluso de madrugada.

Falta poco para que Omar abandone el piso cero. La semana pasada visitó por primera vez la que se convertirá en su nueva casa, en la calle Llatzeret, a la que ha vuelto este viernes. Un edificio de cinco alturas, con dos pisos por planta, y una zona compartida de cocina, que pretende fomentar «la ayuda mutua» -en palabras de Busquets- de quienes allí se alojen.

«Será una base para empezar. De momento tengo un techo», constata Omar que resalta algo que, para muchos otros, puede parecer una obviedad: ahora, por fin, tendrá una dirección. «Si alguien me busca, me podrá encontrar, porque ya no estaré en la calle. Es un milagro para una persona que no tiene la posibilidad de tener un piso», cuenta mientras varios periodistas se arremolinan a su alrededor.

Omar, en la entrada del piso del Poblenou PEP DALMAU

No está incómodo, pero tampoco acostumbrado a ser el centro de atención. Ha pasado de ser invisible, como les ocurre a muchos de los que malviven en la calle, a visitar acompañado el que será su nuevo hogar. No se desprende de su gorro negro, y en su plumífero lleva el lazo rojo, que simboliza la lucha contra el Sida.

Desde Arrels explican que no a todos los vecinos del barrio les ha hecho gracia el nuevo emplazamiento. «Algunos tienen dudas y miedo a que se generen problemas, por eso siempre apostamos por la mediación». Fue hace unas semanas cuando la entidad alertó de sus dificultades económicas para seguir atendiendo a personas sin hogar en Barcelona, donde unas 1.200 duermen al raso. Las obras para rehabilitar el edificio comenzaron hace un año y encaraban su recta final, pero si las donaciones no lo permiten, los bajos de la casa, que pretenden ubicar otro piso cero, no podrán acoger a otras diez personas, como estaba previsto.

Omar en uno de los espacios del piso habilitado por Arrels PEP DALMAU

La cantidad estimada para el mantenimiento de este espacio es de unos 80.000 euros anuales. El de los pisos, de una media de 30 euros diarios. Busquets sostiene que «la atención es para toda la vida» y que, por tanto, «el presupuesto debe ser diez años vista». Y es que las personas que entran en los equipamientos de la entidad no tienen límite de permanencia. «No podemos decirle a alguien, 'lo siento, tienes que volver a la calle'», subraya. Y es que ese es el motivo que lleva a muchas personas en situación prolongada de sinhogarismo a rechazar algunas ayudas: el miedo a tener que volver a vivir al raso.  

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