shambhala
Atracos en la zona alta
Que un chico entre con total impunidad en un restaurante del Turó Park y sepa perfectamente a qué cliente encañonar para robarle su Rolex es algo que ni es casualidad ni puede ser tomado a la ligera
Artículos de Salvador Sostres en ABC

Nuestros padres nos educaron en la prudencia de no ir a los barrios desgraciados con nada que pudiera resultar ostentoso pero en los últimos tiempos los malos han aprendido la lección y suben a robarnos a domicilio. Hoy es más peligroso ir con un Rolex ... a 99 Sushi Bar que a un restaurante del Raval, del Borne o del Ensanche izquierdo. Los restaurantes y las tiendas de lujo se han vuelto un problema y no sólo porque los ladrones hayan cambiado de estrategia sino porque algunos dependientes y camareros tienen el negocio paralelo de vender a sus clientes. A veces avisan a las bandas de los relojes que llevan, a veces explican quién ha almorzado en este o aquel reservado y de qué han hablado. Son los mismos camareros que luego hacen encendidos discursos sobre los derechos del trabajador.
A todos ha sorprendido el atraco a mano armada que el lunes sufrió el piloto Pepe Oriola mientras estaba cenando en el citado restaurante, delante del Turó Park. La noticia habría causado la misma estupefacción pero no tanta sorpresa puesta en relación con otros atracos que tuvieron lugar con el mismo restaurante como centro de operaciones. Al abogado Pablo Molins, un conocido personaje de Barcelona le había regalado un Rolex, y como es propio de la natural alegría y donaire del penalista, enseñó muy orgulloso su reloj a algunos de los camareros. A la salida le esperaban dos pintas que le siguieron hasta su casa y ya en el parking le robaron el regalo. Al tenista Marcel Granollers no se molestaron en seguirle: en la misma acera de la calle Tenor Viñas lo tiraron al suelo y le robaron el reloj, de precio muy superior a un Rolex.
Los Mossos sospechan desde hace tiempo de algunos camareros que «marcan» a sus clientes. Aunque nada todavía se ha podido demostrar, los tres casos de 99 Sushi son altamente sospechosos, porque hay que hilar muy fino para darse cuenta en la calle de que una persona lleva aquel reloj determinado. Ayer dos agentes de los Mossos de paisano se personaron en el restaurante para llevar a cabo sus investigaciones. Que los ladrones sigan a sus víctimas puede suceder con turistas que salen de un hotel de cinco estrellas, porque allí tienen a sus compinches vigilando o ellos mismos lo hacen. Pero para atracar a barceloneses que van de su casa al restaurante, normalmente en coche y sin exhibir particularmente nada, se necesita algún tipo de chivatazo.
Tres factores subyacen en estos atracos. El primero es que la zona alta de Barcelona está especialmente descuidada por los Mossos. El consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, descrito por su profesores de la universidad como «lo contrario a la sagacidad», no ha tomado ninguna iniciativa para paliar tan alarmantes sucesos. Sin ningún refuerzo policial, la dejadez continúa siendo la característica principal de la actuación de su departamento en los barrios de Sarriá y Pedralbes. Natius no es una mala persona pero sí un hombre de luces apagadas, incapacitado para la elaboración y que necesita tomar aire para pronunciar frases subordinadas. No estropea lo que funciona pero en sus manos, lo que necesita arreglo no lo encuentra y lo que puede ir regular va peor.
El segundo factor es la banda de napolitanos que últimamente se ha especializado en este tipo de atracos, chicos que según han estudiado los Mossos llegan en ferry, procedentes de Nápoles con su moto, para pasar en la ciudad no más que un par de noches. Con una bolsa cubren la matrícula italiana de su vehículo para dar los palos –tres o cuatro como máximo– y al cabo de los dos días, con el billete de regreso que ya tenían comprado desde Italia, toman el ferry de vuelta con su moto y es imposible o muy difícil dar con ellos.
El tercer aspecto, no tan relacionado con la delincuencia directa como con una progresiva falta de respeto con el cliente, tiene que ver con el manifiesto decaimiento de los restaurantes de la zona alta de Barcelona, sobre todo después de la pandemia. No es ningún secreto que la alta cocina nunca fue su fuerte y que su interés se basa –o se basaba– en una idea del servicio. Tras el Covid, la sensación es que esta idea se ha devaluado, que el esmero con el cliente ha sido sustituido por la mecanización de los procesos, la rigidez funcionarial en los horarios y la priorización de los supuestos derechos de los trabajadores por encima de lo que les hacía diferentes y atractivos, y que era su dimensión de club social, con un gran sentido del humor para las horas de entrada y de salida. Si a ello le añadimos que en los últimos meses, supongo que en parte por la guerra de Rusia aunque no totalmente, los precios han subido sensiblemente a cambio de una cocina que en el mejor de los casos es pasable y de un servicio que se ha convertido en una deprimente parodia de lo que fue, vuelve a nuestros corazones y a nuestros cerebros la pregunta que se hacía Bertolt Brecht sobre qué delito era peor, fundar un banco o robarlo.
Entre los camareros que marcan a los clientes y los que venden la información de lo que que pasa en los reservados; el consejero de Interior de corto alcance y los napolitanos con sus fines de semana delictivos en la ciudad, Barcelona tiene que plantearse si solamente victimizarse y quejarse va a ser la solución a sus problemas. No es verdad que seamos una ciudad especialmente insegura, no es verdad que haya miedo en las calles. Pero que un chico entre con total impunidad en un restaurante del Turó Park y sepa perfectamente a qué cliente encañonar para robarle su Rolex es algo que ni es casualidad ni puede ser tomado a la ligera, ni tampoco las cuentas bandoleras que, de momento a cara descubierta y sin pistola, presentan estos negocios que han perdido el sentido de su misión y singularidad. Hay una degradación y tiene que ser atendida con algo más que lamentos o genéricas invocaciones al signo de los tiempos.
99 Sushi Bar tiene que dar respuesta como empresa a tan funestos acontecimientos si no quiere ver perjudicada su credibilidad, sobre todo cuando hemos conocido la noticia de que será uno de los restaurantes que se instalará en el nuevo Santiago Bernabéu. Los grandes retos hay que afrontarlos desde la responsabilidad y de lo primero que un restaurante ha de responsabilizarse es de no intoxicar a sus clientes con productos de mala calidad y de la fiabilidad de sus empleados: que no te maten, que no te vendan. Parece mentira tener que recordarlo.
Otra cosa es que las joyas, en una ciudad tan informal como la mía, donde mejor lucen es en la caja fuerte del banco. No es lo que tendría que ser, pero seamos realistas.
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«Grupo Empresarial Bambú Restauración S.L. como propietarios de la cadena de restaurantes '99 sushi bar & restaurant' invocando el ejercicio del derecho de rectificación de la L.O. 2/1984 con relación al artículo anterior, se ha dirigido a este medio solicitando que conste que no es cierto que 1) '99 Sushi Bar & Restaurant' tenga relación alguna con el atraco que sufrió don Pablo Molins en el año 2022 en el garaje de su casa; 2) ni que tenga relación alguna con el atraco que sufrió don Marcel Granollers en el año 2022 en una calle de Barcelona. 3) Tampoco es cierto que '99 Sushi Bar & Restaurant' o cualquiera de sus trabajadores hayan colaborado con los atracadores que perpetraron un robo el pasado martes 13 de febrero de 2024, 4) ni que haya tenido episodio alguno de intoxicación alimenticia en ninguno de sus restaurantes».
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