Voluntarias de más de 65: tiempo y saber para ayudar

Entre aquellos que regalan su esfuerzo a entidades y ONG, existe un gran número de jubilados que se vuelcan con una energía y determinación que «ya querría la gente joven»

Taller de manualidades impartido por Rosa en el CVA de Huerta del Rey (Valladolid). iVÁN tOMÉ

Ayudar a los demás, ese noble impulso que nace en muchos, tiene cada 5 de diciembre una fecha para tomar fuerza: el Día Internacional del Voluntario. Según datos del INE, en Castilla y León, más de 650.400 personas superan la barrera de los ... 65 años, y eso también tiene su reflejo entre los voluntarios, ya que una gran parte de las personas que se vuelcan desinteresadamente en los demás peinan canas, han dejado atrás la juventud o su vida profesional. Eso sí, energía y sonrisas no les faltan, y hacen uso de ellas en toda clase de misiones, a las que aportan la experiencia o el tiempo que otros no poseen.

La paciencia es para Guadalupe Díez Viñayo, de 68 años, la cualidad 'extra' que ha ganado respecto a la joven que un día fue. «Ha cambiado mi manera de vivir la vida, ahora puedo repetir todo cuarenta veces», asegura la leonesa. Ella se mudó a Inglaterra cuando era una estudiante y no volvió hasta 25 años después, con la experiencia de ser profesora de español y también de enseñar «inglés de emergencia» a personas en necesidad. «Siempre he estado metida en cosas así», confiesa Guadalupe, «no es que yo sea una santa, pero me gusta ayudar a los demás». Así fue como al volver a España para enseñar inglés pero al encontrarse con la sensación de tener «las manos vacías», la casualidad le llevó a Cruz Roja y comenzó a dar clases también con ellos.

En la actualidad lleva dieciocho años de voluntaria en Cruz Roja León, y es presidenta de la asamblea comarcal de La Magdalena, el pueblo en el que nació. Ha colaborado en ámbitos tan distintos como socorros, personas mayores, refugiados o infancia. En ese voluntariado más rural, explica, son pocos, así que «es normal que un voluntario haga de todo». «Vivo en la España despoblada y aquí todo el mundo es distinto», señala, en referencia a lo amplio de las necesidades.

Guadalupe Díez Viñayo, voluntaria de Cruz Roja en León. Cruz Roja

Ahora, se niega a salir en la foto si no es con el sempiterno chaleco de la ONG. «Deseo que tenga más voluntarios», explica por teléfono. «Estoy muy orgullosa y me identifico mucho, quiero que la gente me vea y diga 'ahí va Guadalupe, la de Cruz Roja'», se sonríe.

No es la única en sacar pecho de la entidad con la que se ha comprometido. También Amor Fernández Granado (70 años) y Rosa Cantalapiedra Alonso (68 años) encaran «con una alegría tremenda» su decisión de impartir talleres en el Centro de Vida Activa de Huerta del Rey, en Valladolid. Sólo en este edificio se imparten 94 talleres, y a mayores el CVA ha pasado recientemente a coordinar la Oficina del Voluntariado Social de Personas Mayores del ayuntamiento. Su director, Álvaro de la Rosa, afirma que en toda la ciudad hay 306 voluntarios, de los que 67 pertenecen a Avoma (Asociación de Voluntarios Mayores), que ofrecen a otros clases de baile, de matemáticas en el arte o de historia, que dirigen grupos de ajedrez o llevan un coro. Están comprometidos con esta iniciativa con «doble objetivo»: promover el voluntariado y alentar el envejecimiento activo para combatir la soledad no deseada, tanto en los que dan como en los que acuden al taller. Las historias de Rosa y Amor, que miran la iniciativa como si de «medicina pura» se tratase, son buen ejemplo de ello.

Rosa se quedó viuda a los 58 años, y el mundo se le cayó encima. «Pastillas, cama, sofá, eso no era vida», reconoce. Enfermera de profesión, su marido había muerto de forma tan repentina que el dolor era inmenso. Lentamente se 'obligó' a ir a clases como alumna. «Aunque me costó, porque no me adaptaba y me daba miedo salir, no tenía la cabeza para nada», explica. Poco a poco se vio «preparada para seguir adelante». Y cuando se encontró mejor, se lanzó a enseñar a otros. Lleva ya siete años mostrando cómo bailar sevillanas y hacer manualidades a otras personas mayores. «El día que estoy de bajón, me miro, me arreglo y–con perdón–, a la puta calle», ríe.

Las voluntarias Rosa Cantalapiedra y Amor Fernández. Iván Tomé

Por su parte, Amor empezó a meterse en temas de voluntariado después de su separación. Etapa nueva tras años de matrimonio y con un hijo de 18. «Se te caen todos los esquemas y lo pasas mal», reconoce. Así que optó por apuntarse a un curso del Teléfono de la esperanza, y luego a otro, en los que trabajó su autoestima y su independencia, compaginándolo con su puesto como recepcionista. «Fui viendo las mejoras en mí y me dije que me gustaría que funcionase también para los demás», cuenta. Se formó con los tres cursos de rigor, en conocimiento de uno mismo, crecimiento personal y resolución de conflictos, y eso le abrió la puerta a enseñar a otros en el propio Teléfono de la esperanza, en el que que estuvo doce años. En el presente propone un taller de gestión emocional que bebe de ese saber hacer y que se llama 'Vivir entre amigos': expone un tema y luego trabajan en grupos de cuatro. No consiste en debatir, «sino en socializar».

Conscientes y atrevidas

«Se trata de compartir vivencias y de sentirse acompañados», explica. En un amplio catálogo de talleres, la actividad realizada se vuelve lo de menos, observan las dos voluntarias vallisoletanas. «Hay gente que, sin esto, en todo un día sólo hablaría para decir '¿Me das una barra?'», señala Amor. La mujer asegura que los que se animan, reencuentran «una energía que ya querría la gente joven» y que el cariño que le devuelven compensa con creces.

Con la edad, asegura Rosa, «vives de una manera más consciente, con la cabeza más amueblada». Y la consciencia pasa por el placer. «Ahora, caña que me tomo, la disfruto; bailo y disfruto más», refiere. Puede enseñar porque ha tenido el tiempo y el dinero para perfeccionar sus sevillanas, y Amor coincide en destacar esa mayor experiencia y capacidad de apreciar lo que se tiene. «Hasta los 30 vas en piloto automático: 'toca'casarse, comprar un coche... Luego te das cuenta de que la vida es un regalo».

«Soy la misma, pero ahora me enfrento a las cosas como antes no me atrevía», afirma en la misma línea Carmen Correa García, desde Segovia. «Diría que nos ponemos más en nuestro sitio y luchamos más, sobre todo las mujeres», añade. A sus 70 años, hace uno y medio que colabora con el Banco de Alimentos, tras conocer en un baile a su presidente, Rufo Sanz. «Trabaja demasiado y quise ayudarle, y también a otra gente, ser útil con lo que pueda hacer». A su juicio, lo relevante es fijarse en cómo se complementan las cualidades de cada uno para que el equipo funcione.

Vecina del municipio segoviano de Palazuelos de Eresma, Carmen era auxiliar clínica y confiesa que nunca antes tuvo tiempo para voluntariado. «Ni me lo planteaba», reconoce. Pero ahora ha unido su ímpetu al de otros para que a mucha gente no le falte qué comer, y lo hace con más determinación que nunca. «Yo no dudo, hago las cosas», afirma, «si me implico, me implico, y aquí hay mucho trabajo, así que lo mismo cojo una furgoneta que me ocupo del ordenador en el almacén», insiste.

De hecho, ella fue la encargada de entregar un ramo de flores a la reina Sofía cuando visitó su nave el pasado octubre, en un momento «muy bonito». Pero Carmen no deja de lado la reivindicación y pide que se faciliten las tareas burocráticas que enfrentan, que los bancos de alimentos reciban más recursos y que se valore su trabajo. «No es fácil y hay mucha gente que depende de nosotros», recuerda.

Estas mujeres parecen poner cara a aquel refrán que asegura que la experiencia es la madre de la ciencia. «La edad es un grado, y además la mayoría de la gente con la que me codeo es como yo o mayor», asume Guadalupe. Pero no sólo apunta a la fuerza de su número o a su dinamismo, sino a su capacidad de seguir descubriendo cosas nuevas en ese rol de voluntarias, como el funcionamiento de un asistente de voz. «Cuando hacemos talleres, somos todos iguales y yo también aprendo...»

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