La Seminci hace hueco al cine como mecanismo interdimensional, un instituto como metáfora del mundo y el poder del amor
Lois Patiño se estrenó en el festival con 'Samsara', el alemán Ilker Çatak desembarcó con 'Sala de profesores' y Andrew Haigh regresó a Valladolid con 'Desconocidos'
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![El director de 'Samsara' Lois Patiño, y cobertura de la rueda de prensa que ofrecerá el director junto a las productoras Garbiñe Ortega y Leire Apellaniz](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/10/25/seminci-presentaciones-REDCOlee3CcPB8Xg1nFMocL-1200x840@abc.jpg)
Tres películas dispares se sumaron ayer a la competición oficial de la 68 Semana Internacional de Cine de Valladolid. La primera en abrir el fuego fue 'Samsara', tercer largometraje del gallego Lois Patiño, que participó por primera vez en Seminci con un viaje interdimensional desde la muerte hacia la vida, en una película concebida para ser vista en buena parte «con los ojos cerrados». A continuación llegó el turno de 'Sala de profesores', del alemán Ilker Çatak, que toma un instituto como microcosmos donde encierra bajo llave los males endémicos de una sociedad contemporánea a punto de explotar. Y la jornada se completó con 'Desconocidos', el nuevo film de un viejo conocido del festival como Andrew Haigh', que ocho años después de '45 años' regresa con una historia de fantasmas redimidos por el poder sanador del amor.
'Samsara' es una historia de transmigraciones de almas y viajes en el tiempo y en el espacio, con la cual profundiza en la «búsqueda de lo invisible en el cine». El film partió de la idea de «hacer una película para ver con los ojos cerrados», y lleva hasta el último término la radical apuesta a partir de una adaptación absolutamente libre del Bardo thodol, el libro tibetano de los muertos.
'Samsara' es un viaje extrasensorial desde la vida hacia la muerte, y desde la muerte hacia la vida. «La vida cambia», todo se transforma, y las conexiones entre los seres vivos, sean personas, animales o plantas, está ahí, aunque nos empeñemos en mirar hacia otro lado. La película arranca en Laos, con una nueva hornada de jóvenes monjes meditando, y viajando a otros lugares del espacio-tiempo. Ese es el juego que Patiño propone al espectador, llevarle a otra dimensión, con la ayuda del celuloide, que en su caso utiliza por primera vez.
De la mano de una anciana que ve aproximarse la muerte, y que se prepara para el viaje mientras un joven le lee el Bardo en una remota aldea budista, el espectador es arrojado al vacío en una historia de leyendas, mitos y ritos, que enlaza con la anterior filmografía del gallego en tanto en cuanto propone una forma de conexión con la naturaleza más allá de lo racional.
Según explicó el cineasta a los medios en rueda de prensa, el germen del proyecto surgió fruto de su interés por «explorar las relaciones del ser humano con el paisaje y con la propia experiencia contemplativa y meditativa de la imagen». En su exploración del lenguaje cinematográfico, el anterior largo de Patiño era 'Lúa vermella' (2020), donde «reflexiona sobre los muertos y la idea del más allá», dentro de la tradición gallega.
Un mundo en el abismo
Todo parece a punto de estallar en 'Sala de profesores'. Rodada en un asfixiante cuatro tercios, con unos violines estridentes que enervan cada secuencia, la película sigue los pasos de Carla, una profesora de Matemáticas y Educación Física que debuta en la enseñanza en un centro donde se está cometiendo una serie de robos que convierte a todos en presuntos culpables.
En clave de 'thriller', el cuarto largometraje de Çatak se despliega como un intenso estudio sociológico, que profundiza en las perversas dinámicas de poder que se establecen, los abusos o las tensiones que florecen en un instituto, entendido como microcosmos. La cámara acompaña en todo momento a la protagonista, una mujer racional que intenta llegar al fondo del asunto y que se ve involucrada en un laberinto elíptico del que ya no podrá escapar.
El plano secuencia y la cámara al hombro son las herramientas formales en las que se sustenta el cineasta para construir un crescendo en torno a la psicosis colectiva, mientras siembra el relato de piezas de un puzle aparentemente inconexo, que el espectador es invitado a construir, como el cubo de Rubik que la propia protagonista brinda a su alumno más aventajado.
Ese juguete sirve además como metáfora de una sociedad en descomposición, que para recomponerse necesita descomponer al resto, y donde la ciencia deja de ser exacta para convertirse en azarosa, y la verdad deja de tener sentido en virtud del relato. Como una partida de ajedrez, el director mueve sus peones mientras el sistema se colapsa, y la pérdida del control se hace evidente conforme avanza la situación.
La lucha de clases, el racismo, el miedo, los prejuicios, el colectivo, el desvirtuado rol del cuarto poder… Son muchos los temas que aborda 'Sala de profesores', elegida por Alemania para participar en la carrera al Oscar a la mejor película internacional, que en el fondo de lo que trata es de la relevancia o más bien de la pérdida de la relevancia del a verdad en el mundo en que vivimos, donde la desconfianza y la desinformación campan a sus anchas.
Heridas abiertas
Protagonizado por la dupla estelar que conforman Andrew Scott ('Sherlock') y Paul Mescal ('Aftersun'), 'Desconocidos' adapta a la gran pantalla de la novela 'Strangers', de Taichi Yamada. La historia se desarrolla en un fantasmal edificio de apartamentos en el Londres contemporáneo, una torre prácticamente vacía donde se ha instalado Adam, un guionista de cine y televisión que intenta sin mucho éxito iniciar la escritura de un guion ambientado en 1987, el año que su vida cambió. Con apenas doce años perdió a sus padres en un fatal accidente, y desde entonces vive atormentado por el silencio.
Su tránsito de espaldas a la vida, en total soledad, se interrumpe cuando conoce a Harry, un misterioso joven que parece ser su único vecino, y entre ambos comienza una relación, tras el encuentro de dos soledades reflejadas una en la otra. Él es el detonante de una explosión interior de Adam, que le permite abrir una suerte de puerta temporal hacia el pasado, como hacía la pequeña Nelly en la hermosa 'Petit maman' de Céline Sciamma, a través de la cual se conecta con sus padres en la casa donde vivían juntos antes del siniestro.
Los espectadores acompañan de la mano al protagonista en un complejo viaje de sanación interior, en el cual intenta saldar cuentas pendientes con sus progenitores y liberarse del sentimiento de culpa con el que ha crecido desde pequeño, solventando dolorosos silencios y ausencias, a través de un enfebrecido juego de espejos y reflejos donde realidad y sueño, vida y muerte, y muerte en vida, se entremezclan.
«Quería hurgar en mi propio pasado, como hace Adam en la película. Me interesaba explorar las complejidades del amor familiar y romántico, pero también la experiencia concreta de una generación específica de gays que creció en los años 80. Quería alejarme de la tradicional historia de fantasmas de la novela y encontrar algo más psicológico, casi metafísico», completa sobre la película más personal que ha rodado hasta la fecha, que fue acogida con aplausos en Valladolid.
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