un tiempo propio
Un frío polar
Es verdad que el frío no se lo ha comido el lobo, pero cada vez el invierno gélido es más corto
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Los lectores saben que nací en Sevilla y viví allí hasta que me trasladé a Castilla y León. Soy por tanto meridional y por nacimiento y crianza he conocido y disfrutado muchas veces lo que «esos días azules y ese sol de la infancia» que ... recordaba Antonio Machado. Los andaluces somos muy sensibles al frío porque nuestro organismo está acostumbrado a vivir con sol, temperaturas suaves en invierno y, por supuesto, nunca bajo cero excepto en las montañas. En cambio, sufrimos veranos tórridos en los que se superan los cuarenta grados. He disfrutado de una vida con 45 grados más de una vez. Por eso cuando Castilla y León se viste de blanco bien por la nieve, bien por la escarcha helada o por la cencellada, los del sur sufrimos las consecuencias de vivir prácticamente en una nevera todo el día.
Lo cierto es que cuando llegué a estas tierras en las que me he quedado a vivir, me dijeron que al frío no se lo come el lobo. Y es verdad. Después de casi cuarenta años en Castilla y León, he experimentado cómo ha evolucionado el clima. Recuerdo las primeras nevadas de veinte o treinta centímetros, del constante anuncio del cierre de puertos, del uso de cadenas en las carreteras, ver cómo se deshelaban los aviones antes de despegar y comenzar a abrigarse por los Santos y dejar el abrigo por san Isidro a mediados de mayo. Todo eso ha cambiado. Es verdad que el frío no se lo ha comido el lobo, pero cada vez el invierno gélido es más corto, las temperaturas no llegan a dos dígitos bajo cero, excepto en algunos lugares, y las nevadas casi constituyen una excepción. Llevamos varias Navidades sin nieve, las montañas no están revestidas de con un manto blanco que constituye una de las señas de identidad del paisaje de Castilla y León.
No obstante, en las últimas semanas hemos tenido un clima totalmente invernal. Las temperaturas se desplomaron y los dígitos negativos volvieron a los termómetros. El fenómeno nos ha sorprendido porque no estamos acostumbrados a tener estas temperaturas tan bajas y tan extremas. Nos hemos acomodado a tener un sol tibio, un cielo azul y algo de frío o fresquito, pero no un tiempo polar que nos sorprende y nos pone de mal humor.
El ser humano tiende a adaptarse a lo bueno y no se queja cuando siente el calorcito del sol sin que le queme. Pero se enerva cuando tiene que ponerse varias capas de ropa, taparse con bufandas, gorros, guantes, etc. para combatir al frío. Y si acompaña el viento, entonces se sufre aquello de que «el frío es el clavo y el viento el martillo». No obstante, hay que admitir que algo está cambiando y esos duros, fríos, helados y polares inviernos han quedado en el recuerdo y ahora también en Castilla y León podemos hablar con más frecuencia de «esos días azules y ese sol de la infancia» tan machadiano.
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