Artes & Letras
Pobres niños ricamente educados
Hijos del Olvido: Andrés Manjón y Manjón (Sargentes de la Lora, 1846 - Granda, 1923)
El religioso burgalés desarrolló en Granada una obra pedagógica dirigida a los desfavorecidos que aún pervive en la provincia andaluza
Francisco de Carvajal, el 'Demonio de los Andes'
El secreto de las piedras
![Pobres niños ricamente educados](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/02/26/hijos-olvido22-RoPOuajgg3XmYGWuhuSkmgJ-1200x840@diario_abc.jpg)
Menos mal que hay ministros del gobierno que no leen estos hijos del olvido, porque de leerlos, a Javier ya le habrían colgado de los pies, por sus incursiones constantes en el «marco colonial» y a mí, por mi obsesiva «mirada etnocéntrica». Como bien saben nuestros lectores habituales, estamos en las antípodas del actual oficialismo cultural, así que por favor, magnánimos lectores, no digan ustedes nada, que luego todo se sabe.
Con prudencia y un punto de temor quisiera hoy hablarles de un hombre que, por su labor y hacer, estaría de plena actualidad. Y no por su condición de padre, en el sentido religioso -a lo que llegó en la cuarentena de su vida-, sino por su compromiso educador. Hoy la educación, especialmente en esta tierra, disfruta las mieles de la gloria que le otorgan examinadores imparciales. Pero quizá esto tenga que ver con el pasado más de lo que pensamos.
De quien voy a hablar es de un humilde, en el más amplio sentido de la palabra. Un humilde que lo fue de familia, pero también de palabra, obra y hasta por omisión. Andrés Manjón fue uno de aquellos hombres que si no se hizo a sí mismo, al menos sí hizo por ser, y mucho, en sí mismo. A pesar de tener una valía natural para el estudio, sus exigüidades familiares le encaminaban a recibir un armamento intelectual muy básico. Pero una madre decidida y un tío párroco hicieron que el predestino no se convirtiera en sino.
Entre el seminario de Burgos (1861-1868) y la Universidad de Valladolid (1868-1871) logró atesorar el joven Andrés unos conocimientos notables en teología, filosofía y leyes. Pero fue en Madrid, donde el genio del burgalés comenzaría a dar muestras de su pujanza. La Academia de Jurisprudencia y Legislación, de la que se haría habitual, viviría momentos de esplendor en aquel tiempo. Sobre todo, cuando contendían, fijando posiciones bien distantes y distintas, su presidente, Eugenio Montero Ríos, y nuestro hombre.
Con el gallego, a la sazón ministro y luego -aunque por breve tiempo- presidente del Consejo, se las tuvo el de Sargentes tiesas en muchas ocasiones. Hasta el punto de que es probable que esas desavenencias determinaran a la postre su vida y obra. Porque fue el cacique liberal quien le guindó una cátedra de Disciplina Eclesiástica en Salamanca y, después, exhibiendo su poder en Galicia, y sobre todo en su Santiago natal, quien hizo que la cátedra de Disciplina de la capital gallega se le atragantara -en apenas un curso- a Manjón y le llevara a optar a la misma vacante, pero esta vez en Granada. Y ahí comenzó todo.
En Granada se ordenaría sacerdote, obtendría una canonjía y, a la par, un puesto de profesor en el Seminario del cabildo de la Abadía de Sacromonte. Para entonces ya había dado a las prensas su imprescindible manual de 'Derecho Eclesiástico'. Pero lo mejor, lo grande, aún estaba por llegar. Y llegó con la naturalidad que llegan estas cosas.
Un día de 1888, el año 'azul', al bajar por una cuesta del Sacromonte en su borriquilla, escuchó a una mujer cantar el catecismo al fondo de una de aquellas cuevas habitadas por humildes. Cuando entró en aquel lugar se topó con una escena que podría haber pintado el mismísimo Murillo: diez gitanillos escuchaban y repetían lo que una pobre mujer iletrada, pero devota, les enseñaba. Al padre Manjón se le encogió el ánimo y se sintió pequeñito ante tanta grandeza. Y así comenzó una obra pedagógica que aún pervive en aquella provincia andaluza.
Rehusó Manjón todos los reconocimientos, civiles y religiosos, que quisieron otorgarle en vida. Y fueron muchos. Dedicó su tiempo, su dinero y toda su obra a la instrucción de niños pobres. Fue, en su dimensión pedagógica, un innovador y un visionario, enfrentado de lleno al krausismo pujante e importado -y encarnado en la ILE, cuyo «Libre» no remite a libertad, sino a su condición de 'privada' y, por tanto, sólo accesible a unos pocos privilegiados-. Su idea de la enseñanza quedó plasmada en obras como 'El Maestro mirando hacia afuera o de dentro afuera' (1923), obra que ha envejecido muy bien, a pesar del tiempo.
En 'Vida de Don Andrés Manjón y Manjón, fundador de las Escuelas del Ave-María', dice su desconocido autor: «Los niños absorbían toda su atención, ellos eran su único atractivo y todo lo miraba con desprecio y con desdén; su mayor honor era vivir con los pobres y a lo pobre; los cargos eran para él una carga pesadísima que no podía soportar, y por eso consintió renunciarlos todos para esconderse en su pobre celda y convivir con los niños».
Y en su 'Derecho de los padres de familia en la instrucción y educación de sus hijos' -probablemente en la cabeza del legislador constitucional resonara fuerte este título, al redactar el artículo 27 de la aún vigente- añade: «Esos rezagados de la civilización de tal manera se hacen retrógrados (quizá sin conocerlo), que en pleno siglo XX reproducen en leyes y filosofías las enormidades de los idólatras, que sacrificaban niños al ídolo Moloch y al ídolo socialista de la Patria (Esparta y otros pueblos). Y así sostienen que los hijos son del Estado antes que de los padres [Celaá 'etiam dixit'] y legislan de modo que la escuela del Estado sea libre de la autoridad de los padres, y se haga obligatoria por medio del monopolio (que es el Moloch de la enseñanza en nuestros días)».
Por decir cosas así, hoy el aún no beatificado padre Manjón sería tenido por apóstol de la 'fachosfera'. Como poco.
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