Lección de imaginería con sus «grandes colosos»
La Catedral de Valladolid, convertida en «un gran museo» de la escultura española, recrea un diálogo entre Gregorio Fernández y Martínez Montañés en una exposición que quiere «instruir, deleitar y emocionar»
El clamor de uno de los últimos imagineros de la escuela castellana: «Se va a perder y es una desgracia»

Cuentan las crónicas que no llegaron a cruzarse en vida, aunque sin duda alguna se conocían de oídas. Aún así, Martínez Montañés y Gregorio Fernández tuvieron mucho en común. Los dos fueron escultores en los albores del Barroco –el primero, en Valladolid; el segundo, ... en Sevilla–. Ambos sirvieron a la monarquía española. E incluso coincidieron en algún que otro 'pleito', como el concurso para realizar el gran retablo de la Catedral de Plasencia –que finalmente se llevó el castellano–. No obstante, si en algo coincidieron los venerados artistas, fervientes creyentes, fueron en sus presupuestos estéticos, religiosos y estilísticos. Desde este martes, la Catedral de Valladolid se ha convertido en «el gran museo de la imaginería policromada» para recrear un diálogo entre estos «dos grandes colosos de la escultura española del siglo XVII».
A través de cerca de setenta obras distribuidas en un preámbulo y seis capítulos, la exposición 'Gregorio Fernández-Martínez Montañés. El arte nuevo de hacer imágenes' pretende «instruir, deleitar y emocionar», han sostenido los catedráticos Jesús Miguel Palomero y René Payo, comisarios de la misma. Ambos mostraron su satisfacción de que haya cuajado un proyecto del que comenzaron a hablar allá por 2019. Un año después, el Museo de Sevilla acogió una gran exposición de Martínez Montañés y fue entonces «cuando nos quedó totalmente claro que había que intentar contraponer» ambas figuras. En 2022, nada más acceder al cargo, el consejero de Cultura y Turismo, Gonzalo Santonja, recogió el guante y lo convirtió en un proyecto de legislatura que, pese a las dificultades intrínsecas, ha podido ver la luz con el impulso de la Fundación Las Edades del Hombre.
Para entender cómo ambos artistas concebían su trabajo hay que ponerlos en su contexto histórico, recordaron los comisarios. De ello se encarga el preámbulo 'Dos imagineros, dos talleres, dos ciudades', donde se pueden ver sendos retratos de ambos artistas realizados por Diego Valentín Díaz y Francisco Varela, así como documentos como las partidas de bautismo y de defunción.



Con una población diezmada por el paso de la peste, la sociedad de aquella época necesitaba «desechar» la representación de un Dios con el rostro apocalíptico y sustituirlo por «una cara que recuperase la confianza de los hombres». Tanto el artista nacido en Sarriá (Lugo) como el jienense natural de Alcalá la Real comenzaron a representar a un tipo «que bajo una apariencia natural escondía una idealización del bien». Así se propusieron representar esa 'bondad' con lo que entendían que eran los cánones de la belleza: «Imágenes altas de estatura y esbeltas de cuerpo porque tenían que seguir una proporción armónica, hombres bellos como sinónimo de virilidad» y, sobre todo, tallas que provocaran emoción, ya que «esa es la gran diferencia entre el escultor y el imaginero», ha recordado Palomero.
El origen de ambos estilos
Estas ideas son las que trata de recoger el título de la muestra, que hace referencia al «arte nuevo de hacer comedias» con el que Lope de Vega se propuso representar sobre el escenario «la realidad que el espectador quería ver». También el primer capítulo del recorrido, 'El origen de dos estilos', que reúne obra de artistas como Pompeo Leoni o Francisco Rincón, con los que los imagineros fueron descubriendo nuevas formas, composiciones y técnicas que dieron forma a su personalidad artística.
Para Payo, se trata de una muestra «esencialmente estilista», con la que plantear un itinerario que va desde el origen de ambos talladores a cómo ellos van contribuyendo a la creación de su propio estilo, «cuáles fueron los grandes tipos que desarrollaron y quiénes fueron sus sucesores». El fin, ha añadido, es «contraponer» a dos grandes personajes «en sus semejanzas, pero también en sus diferencias», ya que «tuvieron una manera distinta de acercarse a ese intento de que lo sagrado se haga real».

Su evolución, ese tránsito que les lleva del manierismo al naturalismo, es plasmado en el 'capítulo 2', que contrapone un 'San Bruno' del andaluz procedente del Museo de Bellas Artes de Sevilla, con un Santo Domingo de Guzmán del convento vallisoletano de San Pablo y San Gregorio, o también uno de los múltiples 'Ecce Homo' del artista que estuvo asentado en Castilla con un San Cristóbal del primero.
'Fieles a Trento' es el título del tercer espacio de la muestra, en el que hace referencia al «contexto ideológico» en el que se movieron ambos artistas. Dividido en tres 'subcapítulos' –Historia de la Salvación, La grandeza de María y Modelos de Santidad– recoge escenas de los textos sagrados que ambos trasladaron a la madera, así como iconografía de María, en auge en aquella época, y de los santos. Además de la Vírgen, son protagonistas de este espacio la Trinidad, San Pedro, San Pablo y San Ignacio de Loyola, entre otros. Son tallas que sirven al espectador para darse cuenta de la diferencia de estilos –mientras la escuela castellana abusaba de «lo sangriento», a la andaluza le «repugnaba»–, así como de la «perfección» con la que terminaban sus trabajos, como se puede ver en un San Francisco, la única obra no policromada de la exhibición.
Precisamente del trabajo de los policromadores se ocupa el antepenúltimo capítulo, el número '4'. Diego Valentín Díaz y Francisco de Pacheco fueron dos de los pintores con los que los maestros trabajaron estrechamente en sus talleres, y de ellos se pueden ver sendos óleos de la Inmaculada Concepción y 'La lactación de San Bernardo'. Del diálogo entre la pintura y la escultura se percibe que «no hubo solo un trasvase de policromías sino también de tipos», sostuvieron los comisarios.
Con la 'estela' que dejaron los maestros en sus aprendices Manuel Rincón y Juan de Mesa encara la recta final la exhibición, que concluye con algunos de los trabajos referentes que ambos hicieron, como el 'San Jerónimo penitente' de Martínez Montañés, el 'Descendimiento de la Cruz', de Gregorio Fernández, o el impresionante 'Cristo Yacente', del mismo autor que reposa entre las dos únicas obras no religiosas: las figuras orantes de Alonso Pérez de Guzmán El Bueno y su esposa María Coronel.
La inauguración de la exposición, que se mantendrá hasta el 2 de marzo, ha reunido a una amplia representación de la sociedad e instituciones vallisoletanas. Allí, el consejero ha destacado que el tesón de la Junta y la apuesta por el diálogo y la suma de esfuerzos y colaboraciones (Iglesia, coleccionistas privados e instituciones) han permitido vencer lo que parecía un «imposible» y ha remarcado que este proyecto marcará «un antes y un después».
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