Ruido blanco
Ineficacia reincidente
Hace falta una enorme capacidad de liderazgo, valentía, serenidad y formación para tomar decisiones durante una emergencia grave
Última batalla
Machado inédito
Han llegando, por fin a miles, militares y voluntarios a la Valencia arrasada por el lodo que todavía esconde desaparecidos en los garajes y lugares inaccesibles donde desesperan ayuda. Seis días después del inicio de la mayor tragedia natural de la historia reciente de Europa ... las administraciones comienzan a responder con contundencia. Demasiado tiempo sin agua, sin luz, sin comida, con desaparecidos y muertos aguardando ser rescatados. Hasta el sábado miles de personas se han sentido solas e inseguras asistiendo atónitas a una nueva disputa entre políticos por el reparto de competencias y responsabilidades. Ya ocurrió durante la pandemia, ya sucedió en las nevadas de Filomena, tras la erupción del volcán de La Palma y sigue ocurriendo cada día en las Canarias asfixiadas por la llegada incesante de inmigrantes. Nuestros políticos de todo signo son los primeros desbordados por cada emergencia demostrando una ineficacia reincidente que se acaba pagando en vidas. Hace falta una enorme capacidad de liderazgo, valentía, serenidad y formación para tomar decisiones durante una emergencia grave. Por eso no vale cualquiera para gestionar ciudades, autonomías o naciones. Aunque hayamos construido un sistema político que entrega el poder a cualquiera. Sin exigir aptitudes, tan solo paciencia y buena actitud con las siglas.
Escribía estos días oscuros Lorenzo Silva que «si el Estado autonómico es un freno para que todos los recursos del Estado puedan estar a pie de catástrofe desde es el minuto uno, habrá que repensar el Estado autonómico». La burocracia anda tan descontrolada que a menudo se convierte en estorbo para la eficacia de las administraciones traicionando el sentido último de su existencia. Habrá que repensarlo. Pero en esta inabarcable crisis de la dana todo apunta a que el freno fueron los gestores embriagados permanentemente de una inhumana lucha partidista capaz de sacrificar lo que sea por dejar en evidencia al bando contrario. Podía el presidente popular Carlos Mazón haber solicitado antes más medios al socialista Pedro Sánchez. También podía el progresista Gobierno de España haber decretado el estado de alarma en la Comunidad Valenciana ante la magnitud del desastre sin contar con una sobrepasada Generalitat. De probarse intencionalidad política en la toma de decisiones se pasaría de la incompetencia a la indecencia miserable. El Estado en España anda disuelto y débil, tanto que hasta el Papa Francisco manda sus condolencias a la «península ibérica». Al Estado español hoy solo lo sostiene el Rey, único empeñado (quizá por mamarlo desde la cuna) en cumplir con su deber y responsabilidades. Lo demostró aquel uno de octubre independentista y ante cada nuevo ataque a los valores constitucionales. Lo demostró el viernes enviando la Guardia Real a Valencia mientras el resto seguían arrojándose las competencias.
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