Ruido blanco
Cadena de recuerdos
La enfermedad de Alzheimer lidera la escala de crueldad de las cosas que acaban matándonos
Isabeles de Castilla
Trampantojos
Hay en la humanidad una batalla ancestral e innata contra el olvido. Es la razón última de la cultura y la religión. La esencia misma de la identidad. Uno hereda enseres, tradiciones y vivencias con el objetivo de vencer al tiempo y que nuestros antepasados ... sigan viviendo en nosotros para después habitar en la siguiente generación y así sucesivamente. La identidad es la verdadera trascendencia porque es lo único que no se convierte en polvo ni ceniza. Los nombres se acaban borrando o cayendo de las lápidas.
Uno es capaz de aceptar, con ayuda divina o mundana, lo irremediable de la muerte pero no el olvido. Escribió el Nobel François Mauriac aquello de que «La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, los guarda y los inmortaliza en el recuerdo». Y así igualmente nuestro anhelo es ser guardados por otros en una cadena de recuerdos sin final, tan potente y sagrada como el propio ciclo de la vida. Escribimos, componemos, pintamos, construimos, fracasamos, odiamos y amamos con el propósito de ser recordados.
La enfermedad de Alzheimer lidera la escala de crueldad de las cosas que acaban matándonos. Ataca esa identidad que nos define. Destruye nuestro eslabón en la cadena de recuerdos y nos vuelve tan caducos como las hojas del álamo en otoño. A mi abuelo Millán lo mató el Alzheimer un septiembre de hace diecinueve años. Lo intentó borrar desde un puñado de años antes aunque todavía no lo ha conseguido. El primer día que supimos que iba en serio fue cuando se perdió por el barrio al ir como cada mañana a comprar el pan y el periódico a dos calles de casa. Después se fue haciendo borroso poco a poco, de una forma despiadada y salvaje, hasta que olvidó su nombre y los nuestros, su vida y las nuestras, su historia y la nuestra. Dijo Pasqual Maragall que el «Alzheimer borra los recuerdos pero nos los sentimientos». En los últimos años Millán no sabía por qué pero al vernos siempre sonreía y nuestra mano le calmaba cualquier pesadilla. Él que sobrevivió a una infancia de pobreza, conoció en un baile a la mujer de su vida, luchó una guerra, adoptó una niña, construyó un edificio, fue feliz y ganó dos veces la lotería.
Este fin de semana se ha celebrado el Día Mundial del Alzheimer. Afecta en España a novecientas mil personas y se prevé que su incidencia siga creciendo azotando la identidad de miles de personas y familias. Mientras no consigamos vencerlo con fármacos tenemos la obligación de ganarle con memoria. Haciendo inmortal a mi abuelo Millán y a tantos en una cadena de recuerdos que nos hace perennes. Solo somos porque ellos han sido.
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