POR MI VEREDA
Rigor y aplomo de cardenal
A sus 87 años y sin papeles, el arzobispo emérito de Madrid demostró el rigor intelectual de su condición de catedrático de Derecho Canónico
Una absoluta desfachatez
Otra mentalidad rural

Antonio María Rouco Varela estuvo el viernes en la Cofradía Penitencial de las Angustias, en Valladolid, para presentar el libro sobre Marcelo González, otro gran purpurado de la generación anterior a la suya y castellano de Villanubla. La obra, escrita por el sacerdote de la ... Diócesis de Getafe Gonzalo Pérez-Boccherini, lleva por título 'El alma católica de España' y recoge las preocupaciones de nuestro paisano sobre la disolución de la identidad cristiana de la nación y sus riesgos. Con su verbo pausado, el término preciso y el enfoque atinado, el otrora poderoso cardenal confesó que Don Marcelo fue para él un hermano mayor, al igual que para muchos seminaristas y sacerdotes de entonces, a quienes atraía «por su compromiso social de atender los problemas de la gente, su profundo amor a Cristo y a la Iglesia, sin olvidar su carácter entusiasta y sus dotes como predicador».
A sus 87 años y sin papeles, el arzobispo emérito de Madrid demostró el rigor intelectual de su condición de catedrático de Derecho Canónico para trazar un perfil muy completo del hombre que puso todo su empeño «en llevar adelante toda la obra del Concilio Vaticano II», sorteando infinidad de dificultades. Explicó que destacar la labor de González en aquellos años no supone restar méritos a otros prelados de indudable talla, como Casimiro Morcillo o Vicente Enrique y Tarancón. Porque esa disyuntiva González-Tarancón viene de lejos. El primero ofició el funeral de Franco en la Plaza de Oriente. El segundo, la misa de coronación de Juan Carlos I en Los Jerónimos, en cuya homilía pide que sea «el rey de todos los españoles, de todos cuantos se sienten hijos de la Madre Patria, de todos cuantos desean convivir, sin privilegios ni distinciones, en el mutuo respeto y el amor».
Ambos contribuyeron decisivamente a la concordia entre los españoles, que ahora se quiere dinamitar. Un asunto en el que también incidió Rouco para asegurar que, a pesar de ser tildado de retrógrado en la Transición, «Don Marcelo nunca se movió de su sitio». Así, señaló que el episcopado de finales de los setenta tenía claro que un católico podía apoyar la Constitución en el referéndum porque no había ningún «obstáculo de conciencia» desde la perspectiva cristiana. A su juicio, se podía haber perfeccionado con algunos de los puntos que censuraba González, relativos a la familia, el divorcio o la educación. «En el fondo compartía el espíritu de la Constitución, por ser un gran instrumento para una convivencia sin división, por traer la reconciliación como un bien común», concluyó con aplomo Rouco, también crítico con el independentismo: no puede ser que un cristiano, de una parte de un estado legítimamente constituido, quiera romper unilateralmente la unidad de la comunidad política. ¡Pues hoy vota Cataluña, la que va a misa y la que no!
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