Buenos días, vietnam

Wild Wild West

Está claro que en este país, funcionarios a la cabeza, nos sobra prepotencia y nos falta humildad

La corte de los milagros

Líderes en peligro de extinción

«El problema de muchos jóvenes que nos llegan ahora a comisaría es que son unos pistoleros», me dijo un jefe de Policía Municipal como hablan hoy los viejos periodistas de un oficio que no reconocen. Como si Valladolid fuese el lejano Oeste y hubiese ... cuatreros cabalgando por esa llanura larga e indómita que es el Paseo Zorrilla de madrugada. Lo descubrí cuando, sobrio, este verano me vi cercado por dos vehículos de la Municipal que se cruzaron por delante y por detrás a deshora para cortarme el paso. No iba rápido, no llevaba un cadáver en el maletero. Recapacité deprisa mientras clavaba el freno del coche, sobre si había pagado todos mis impuestos el trimestre anterior o me había caducado la nacionalidad española, aunque haya nacido en Valladolid… pero con un padre de Palencia vaya el lector a saber. Se está poniendo esto del autonomismo como para revisar el pasaporte cada semana. El caso es que allí estábamos, siete agentes y yo, nervioso como no lo están ni los narcos de Barbate con Marlaska y dictándole a mi novia los enseres básicos que debía llevarme al calabozo si mi ánimo flaqueaba y acababa confesando que, con quince años, les hice el lío a mis padres sobre un aprobado de inglés.

Resultó que el coche tenía una multa del propietario anterior. Traté de explicarle que lo acababa de comprar. Añadí que no sabía, que tendría él razón, que me dijera como lo resolvíamos –porque aquellas no parecían horas para estar despertando a todo el vecindario con las sirenas–. «Mañana lunes lo va usted a buscar al depósito municipal…». Y allí me vi en mitad de la nada, sin coche, con novia y con la amenaza velada del municipal que estoy seguro de que hacía pesas con la placa, de que si no me subía en la acera tendrían que irme a buscar a comisaría a mi también.

Ayer en un descuido se nos perdió la cartera. Llamaron de una comisaría de cuyo nombre no quiero acordarme: «Pueden pasar aquí a por ella». Al entrar el agente de la puerta nos dijo que allí seguro que no era. Que la semana próxima entra en vigor una norma por la que la Policía Nacional ya no recoge objetos perdidos y lo decía con una especie de desprecio de clase, como si eso fuesen tareas menores. Después de poner la comisaría patas arriba, porque el número de teléfono del aviso coincidía aunque el agente en cuestión jurase y perjurase que no, apareció.

Está claro que en este país, funcionarios a la cabeza, nos sobra prepotencia y nos falta humildad. Suerte que tenemos la mejor policía de este lado y del otro lado del Atlántico. Quizá sea únicamente una cuestión generacional. Y lo digo con pesar, porque hay en mí una educación que me hace incapaz de criticar un cuerpo policial: un tío general de la Guardia Civil… Pero también hay algo que me impide mentir en un artículo, aunque este más sea una crónica de anteayer.

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