buenos días, vietnam
El saco de Roma
Mirar como si aún quedasen esculturas por descubrir, edificios por admirar y alguna leyenda de dudoso valor histórico que nos pudiera estremecer
![Terrazas en la Plaza Mayor de Valladolid](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/01/13/bares-RoTncywRa2oSOthnIw4R9CL-350x624@abc.jpg)
Es necesario, cada cierto tiempo, volver a sentirte extranjero en casa, guiri en tu ciudad, viajero en Valladolid, para poder ver con ojos lejanos, las cosas del día a día. Para que las torres de las iglesias sean más altas, los parques más verdes, mirar ... el río como si fuese una novedad hidrográfica que acabaran de inventar. Sorprenderse por las esquinas en las que ya no quedan sorpresas porque las hemos gastado todas de tanto engancharnos en ellas. Mirar como si aún quedasen esculturas por descubrir, edificios por admirar y alguna leyenda de dudoso valor histórico que nos pudiera estremecer como si la hubiese escrito Bécquer antes de ayer. Quedarse escuchando en los 'free tours' de la Plaza Mayor y poner cara de sorpresa cuando dicen que allí murió Colón. Quién lo iba a decir… Llegar al Mercado del Val y pedir turno como si fuese la primera vez. Preguntar si a los pavos del Campo Grande los dejan salir así sin más por la ciudad, como si a alguien se le hubiese olvidado ponerles la correa, cerrarles la puerta, pedirles el DNI.
Y otros días uno se va a Madrid, que es la forma de mirar Valladolid con ojos nuevos a la vuelta. Y una vez en Madrid la mejor manera de sentirse extranjero es sentarse a comer un bocata en la Plaza Mayor con la certeza de que no hay forma de que esa historia acabe bien. A uno lo miran como a una presa los camareros, igual que un leopardo a una gacela, cuando atraviesa la sabana que va de un soportal al otro soportal. Allí rige la ley de la selva. Uno no sabe si va a comer o a ser comido. Lo sé bien porque ayer dos amigos alemanes querían un bocata de calamares de esos 'tipical in Spain'. Porque quién quiere jamón teniendo calamares, señor… Y nos sentamos para comprobar que el pan estaba congelado, la caña caliente.. En fin, que la hostelería para turistas marchaba bien. Y yo me compadecía de los pobres turistas, como aquellos dos chinos en Roma que decidieron cenar junto a la Santa Croce y en el restaurante les sacaron por un plato de pasta, algo de vino y un postre regular una mensualidad de un piso en Madrid. El saco de Roma. Cualquiera diría que les engañaron como a chinos. Porque de haber sido un español, claro, habría resuelto aquella cuenta de mil doscientos setenta y tantos euros diciéndole muy serio al camarero, con una amenaza entre tu padre y el padrino, que se le había escapado un número de más. «Mira te voy a dar ciento veintisiete euros, que ya es mucho para lo que hemos comido, quédate con la vuelta y estamos en paz». Esa es la diplomacia española con la que conquistamos el mundo. Esa y la de los Tercios. El problema es que ahora queremos conquistarlo con un bocata de calamares y además con el pan sin descongelar.
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