Buenos días, Vietnam
España, 1898
Cataluña es esa novia que nunca le gusta nada, que quiere que no la quieran, sin quererse marchar
Las lágrimas de la reina
![Cientos de ciudadanos convocados a través de las redes sociales protagonizan una protesta contra la ley de amnistía y el Gobierno de Pedro Sánchez](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/11/04/AMNISTIA_20231104202404-RDzxdiWQ7ouHHqJfqGn1vGL-350x624@abc.jpg)
Vivíamos de las rentas de una Europa donde no se ponía el sol. Nos quedaban burócratas a falta de soldados de los Tercios viejos a los que mandábamos a Flandes o a Bruselas para ver qué había de lo nuestro, qué era la PAC y ... sentirnos importantes como nos sentíamos en 1890 todavía porque nos quedaba Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Y a nosotros nos quedaba España porque no había por dónde desprenderse de más. Creíamos aún que teníamos opciones de ser un país serio, una democracia respetada, que es en lo que evolucionaron las sociedades modernas después de 1945 porque siempre es más civilizado que ser temidas. A España en la última década del siglo XIX le quedaba Cuba, que era una provincia más de Andalucía – «Tengo un amor en La Habana y el otro en Andalucía…»– y a esta España de los 2000 nuestra le quedaba la dignidad. Una dignidad que no se ponía en duda, insobornable, de país serio que edificaron a base de poner la nuca y la vida casi novecientas víctimas de ETA para que los representantes de sus asesinos –abogados del diablo– acabaran decidiendo de quién dependía la gobernabilidad. Una España que no lo vio venir, igual que en 1898 estaban de vinos y toros en Madrid mientras perdían Cuba porque los americanos mandaron el Maine y aquí nadie se enteró de que era un caballo de Troya con la bandera de la libertad. Y así lo justificó la Cataluña independentista también: bajo la bandera de la convivencia, de la justicia y de la libertad. El Maine de nuestro tiempo se llamaba 'Estatut' y nos estalló en la cara mientras el inmovilismo del Estado no lo quiso aceptar.
Después de aquello nosotros no hemos llegado a un tratado en París, si no a un Waterloo en el que España puede olvidarse de Cataluña, como se olvidaron de Cuba entonces, porque hemos claudicado a una Leyenda Negra que nunca se le pareció. A todas las mentiras que quisieron contar: que si en España, más allá de 1975 aún vivía Franco, que si el Barcelona, que si Companys, que si Artur Más… E incluso que Colón, Santa Teresa o Cervantes eran del Ampurdán.
Cataluña, con los independentistas al mando, es ese hijo tonto que nunca termina de irse de casa, que no produce y que está todo el día faltando al respeto, que siempre anda pidiendo dinero para gastar. Cataluña es esa novia que nunca le gusta nada, que quiere que no la quieran, sin quererse marchar. Algo así como lo de Amber Heard y Johnny Deep. Por eso es tan aborrecible saber que definitivamente el Gobierno –contra el criterio de la Justicia– se pone de parte de aquellos que marginaron y señalaron durante años a todos los que no pensaban igual. De parte de los que llegaron a maltratar psicológicamente a los críos en las escuelas por no hablar catalán, por ser hijos de guardias civiles… Porque habían heredado la libertad.
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