Clonando gilipollas

Pero esto es Edimburgo y llegamos por aquello que dijo Voltaire de que para saber cualquier cosa, antes o después, había que pasar por Escocia. Y aquí estamos nosotros, por ver si de paso descubrimos alguna cosa de nuestro tiempo también. Y concluyes que fuera todavía hay calles por las que no ha pasado la memoria histórica, incluida la lápida de un coronel al que no le han quitado la calle, sino que en el epitafio de mármol se puede leer que era «un soldado galante y un perfecto caballero admirado por todos sus hombres». Después entras al Museo Nacional de Escocia y descubres que la gente hace cola para ver a la oveja Dolly disecada y no sobre el mármol mortuorio de María Estuardo que está dos salas más allá ya se queda uno más tranquilo porque los escoceses no son más perfectos que los españoles.

No es que a nosotros nos entren ganas cada cincuenta años de matarnos porque hace siglos que no tenemos un enemigo común, sino que viajando caes en la cuenta de que ningún país se diferencia demasiado, que incluso los británicos necesitan cortarse la cabeza entre ellos con cierta periodicidad. Y ya queda claro que esto no tiene solución. Que incluso en el XXI, somos tan siglo XX… Que la decadencia es occidental. Que en vez de aislar la célula de la oreja de Stevenson que todo lo escuchó, decidimos clonar una oveja.