Buenos días, vietnam
Ella y él se casan de forma muy original
Quizá todo lo que le falte a las bodas de ahora -religiosas, civiles y criminales- sea un poco de solemnidad
Están las iglesias llenas, todas abiertas y con adornos florales de Sevilla a Valladolid. Se casan dos enamorados, pongamos que hablo de Madrid y llevan a todos sus invitados con sombrero, como si aquello fuese Ascot, pero con panamá. Y todo en nombre de la ... originalidad. La originalidad de nuestro tiempo, sobre todo llegados a una boda, es un prêt à porter de manual. Hay una generación entera que se considera «súper especial», cada individuo se cree único en su especie. No iban a ser distintas las novias de blanco, a las doce y media de la mañana, como si fuesen las primeras de toda la humanidad. Y más tarde agitarán las servilletas, como en todas las bodas, mientras imagino a la legión de invitados rindiéndose en las trincheras saturados de tanta originalidad.
Este es el resultado de haber repetido tanto a los hijos que podrían ser todo lo que quisieran, incluso originales, pero se les olvidó hablarles del esfuerzo, que era la letra pequeña del contrato. Aunque desde que los políticos decidieron que la excelencia era cosa de fachas, tampoco es que te garantice nada. Tipos que no se conforman con enseñarte las fotos de la boda, sino que antes de la ceremonia ya te enseñan las fotos de lo que será. Porque más allá del enlace, en el que Dios es un trámite aceptable para que de fondo se vea un retablo que hace juego con los ojos de la novia, todo en las bodas es prácticamente igual. Más desde que cada una debe de ser una fiesta como si cerrase el verano Pacha: neones, diademas, hielo seco, focos de colores, pies con ampollas por los tacones y un tío lejano del novio que se durmió en una esquina y amanecerá mañana ahí como si fuese un decorado que se puede contratar para la próxima celebración igual.
Quizá la única originalidad en un enlace sea ya el «sí, quiero» y dos novios que saben lo que se hacen. Más allá de eso, todas las bodas, desde la de Tamara Falcó a la de cualquier becario de KPMG, son igual. Una especie de escape room en el que el invitado no se puede ir hasta que haya probado cada una de las experiencias que los novios han diseñado como si aquello, más que un juntar familia y amigos, fuese 'El juego del calamar'. Y no vaya ninguno a decir que no, por no ofender a los recién casados. Una fuente con ostras, donde lo difícil es encontrar la que no te mande a la cama…
Contaba Pemán lo triste de las bodas civiles. Aquella pareja que se casó en el juzgado y el juez les recitó algo en latín del Código Civil por darle un poco de solemnidad. Quizá todo lo que le falte a las bodas de ahora -religiosas, civiles y criminales- sea un poco de solemnidad; es ya en lo único en lo que se puede ser original.
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