buenos días, vietnam
Más alta vida espero
Para los domingos hace falta tomar los hábitos: cistercienses o el de leer el periódico
De la ley a la tiranía
![Más alta vida espero](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/11/11/misa-ical-R3VQ2Zibu6fV1RhRjJCqdbM-1200x840@abc.jpg)
Recuerdo una de esas oraciones esculpida por su sonora belleza como si fuera un verso de Lope de Vega: «Señor, dame días…» Pues con la misma devoción pido domingos. Días concretos, mañanas largas. Los domingos son los días que no quiere casi nadie y yo ... los invoco con el mismo fervor que si rezara: «Señor, dame domingos». Los domingos se parecen a la fe. Para aprender al domingo hace falta algo más allá que la disposición, un soplo inspirado, una voz elevada que no explica nada, pero se entiende.
Cuando dejé de levantarme con resaca los domingos descubrí el mundo, como cuando San Francisco se quitó de su afición por lo mundano y cambió los afters del siglo XIII por los laudes y maitines. El problema del reggaeton, ahora que lo pienso, se soluciona a base de ponerles canto gregoriano a los adolescentes. Uno es adolescente y cree que quiere frases como «ya no puedo, girl, ya no puedo, girl. / Nena, discúlpame…» y cosas así porque no tienen ni puñetera idea de latín. De paso nos saldría gente con vida interior, que es lo que escasea últimamente. En eso consisten los domingos: en montarse una vida interior.
Para los domingos hace falta tomar los hábitos: cistercienses o el de leer el periódico. El que sea. Porque los domingos son para los monjes trapenses y para mí. Para ellos el chocolate y para mí la vida contemplativa, porque todo lo interesante se basa en contemplar. Ahora que está tan denostada la contemplación, como si necesitáramos protagonizar absolutamente todo lo que ocurre en el mundo: el ocio en Tailandia, la borrachera de cualquiera de nuestros amigos, incluso un divorcio cuando ellos se divorcian porque ya no nos sirve nuestra pequeña felicidad de los domingos –que es la única que existe–. Hay una edad, no sé cuando exactamente, en la que el hombre vuelve a dinamitar su vida si la descuida como en la adolescencia. Y todos, después de los brotes autodestructivos, piden a Dios –aunque no crean en Él– como piadosos agnósticos domingos tranquilos; por favor.
Los domingos pienso que debería volver a ir a misa. La adolescencia es la barbarie del alma. Ser adolescente es tomar la educación como rehén, sepultar Roma y Grecia como si fuéramos bárbaros y no saber después ni por donde empezar a edificar. Por eso siempre volvemos a ciertos valores, a determinadas ideas de nuestros padres y sobre ellas empezamos a construir. Volvemos, sobre todas las cosas, a los domingos.
Yo rezo y pido días: Señor, dame domingos al sol, dame domingos, domingos en el Rastro, domingos ociosos para llenarme de tareas que sólo le incumban al alma. Dame, Señor, ratos de plancha, películas italianas, libros de esos que todavía no he leído porque para ellos están hechos los domingos. Quiero domingos tranquilos y monótonos, de los que no quiera nadie y yo les daré razones de trascendencia.
Como un místico dominical, los domingos, más alta vida espero.
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