Empadronado en un pueblo fantasma
El TSJ de Castilla y León obliga a la localidad de Igüeña (León) a inscribir en el censo al único vecino de Los Montes de la Ermita, un pueblo deshabitado desde hace años
La Justicia da la razón al vecino y rechaza el argumento del consistorio de que es una localidad que no reúne las condiciones mínimas para vivir
![Una de las casas de Los Montes de la Ermita (León)](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/01/10/los-montes-ermita1_20230110205723-R9NtJvtY0JPUYgQQZd0vOiM-1200x840@abc.jpg)
Podría ser considerado el último romántico de un medio rural cada vez más despoblado; un 'héroe' en la lucha contra la llamada España Vacía. Pero también puede convertirse en un auténtico «dolor de cabeza» para un pequeño ayuntamiento y, a partir de ahí, de otras administraciones.
Es un hombre, ganadero jubilado, que pretende mantener su identidad en el anonimato y que puede convertirse en el nuevo poblador de una aldea que está oficialmente deshabitada desde hace medio siglo. La historia se ubica en Los Montes de la Ermita, un conglomerado de casas perteneciente al municipio de Igüeña, en la comarca del Bierzo (León).
Colgados de las faldas del pico Catoute (2.112 metros), se encuentran los vestigios de un núcleo que albergó a familias que, tradicionalmente, se dedicaban a la ganadería. En verano, subían sus reses a la montaña y llenaban el pueblo. En invierno, bajaban a lugares de climatología más benigna. Su aldea quedaba prácticamente vacía. Hasta que en una fecha que no está definida, entre los años setenta y ochenta del siglo pasado, el último habitante de Los Montes no regresó.
Los hijos de los antiguos ganaderos optaron por trabajar en la mina y el camino desde su pueblo resultaba muy penoso para ir y volver, cada día, al tajo. El silencio se adueñó del pueblo, que quedó en una especie de estado de congelación. El paso del tiempo fue haciendo mella en edificios de gruesos muros de piedra y cubierta de pizarra, y singularmente en las construcciones que tenían «teito» de paja y perdieron ese tradicional elemento constructivo. Pero la memoria mantuvo vivo el recuerdo de Los Montes de la Ermita, que aún ostentó la consideración de junta vecinal hasta 2021, igual que la vecina aldea de Urdiales de Colinas, que corrió la misma suerte.
Dos años de pleitos
Ahora, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León (TSJCyL) ha condenado al Ayuntamiento de Igüeña a empadronar a aquel ganadero como habitante del pueblo de Los Montes de la Ermita. Después de dos años de pleitos, ha obtenido el pronunciamiento favorable de los magistrados frente a la negativa de la administración local, que se ha venido oponiendo a esa inscripción, con los argumentos de que el pueblo está abandonado, no reúne condiciones mínimas para vivir y que su calificación urbanística no es urbana.
El demandante defiende que su casa cumple con los requisitos para ser su domicilio habitual, hecho que acepta el TSJCyL en una sentencia pionera que añade que la reciente disolución de la junta vecinal no es obstáculo para el empadronamiento. El abogado que representa a este hombre se felicitaba por «una decisión contundente que desmonta las excusas del Ayuntamiento de Igüeña para no empadronarlo».
El letrado Carlos González Antón añadía que se abre una puerta para que otros vecinos hagan lo mismo porque hay «una veintena o una treintena de casas restauradas, con luz, agua y hasta televisión, que han pagado ellos». No obstante, no determina los motivos del empeño en declararse vecino de Los Montes o si consigue beneficio económico, moral o sentimental por ello: «no tiene que justificarlo. Es un ciudadano que quiere ejercer sus derechos democráticos de vivir en el pueblo donde nació, ha residido y quiere seguir», concluye.
Postura del Ayuntamiento
No obstante, esa pretensión sigue chocando con la postura del Ayuntamiento de Igüeña. Su alcalde, Alider Presa (PSOE), confirmó que se recurrirá ante el Tribunal Supremo porque este «antiguo pueblo carece de todos los servicios mínimos para poder vivir». La cuestión de calado que subyace en este conflicto es la dificultad de un pequeño municipio como éste, para afrontar la recuperación de esa localidad. La presencia de personas podría obligar al Ayuntamiento a dotarla con servicios como calles asfaltadas, alumbrado, un acceso digno, además de abastecimiento de agua o saneamiento.
Alider Presa reconoce que hace años se calculó que supondría un desembolso de más de trece millones de euros, una cantidad inasumible e «inviable para un ayuntamiento que tiene un presupuesto anual de un millón y, a duras penas, puede mantener sus ocho pueblos», sentencia.
Ese puede ser el auténtico dolor de cabeza que se avecina desde un pueblo sin gente, supuestamente, y los efectos que puede provocar la insistencia de una persona por vivir en un lugar que necesita infraestructuras básicas, aunque su casa reúna las condiciones.
Es esa aldea que pasó a la historia en la película «Los Montes», rodada en 1981 por el cineasta berciano Chema Sarmiento (premio Espiga de Honor en la Seminci de 2022), que reflejó los efectos de la despoblación rural cuando nadie hablaba de ella y que acumuló galardones en festivales. Ahora, pareciera que se quiere desenterrar la llave del cementerio del pueblo que sepultaron las protagonistas del cortometraje, que caminaban con madreñas, calzado de madera, para evitar el barro. Igual que habría que hacer ahora. Esta película no ha terminado su rodaje.
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