Diez años del crimen por venganza que cambió León
El 12 de mayo de 2014, la entonces presidenta de la Diputación y el PP provincial, Isabel Carrasco, fue abatida a tiros por la inquina de una mujer y su hija, que la culpaban de obstaculizar la carrera de la joven
Los 6.000 ataúdes que ¿no llegaron? al crematorio

Era una tarde cualquiera del que parecía un día más a orillas del río Bernesga. Cielo nublado, poco ajetreo... Hasta que tres disparos lo cambiaron todo. Una mujer caía desplomada al suelo y la ciudad de León despertaba de su vespertina calma. El misterio ... ensombrecía una de las pasarelas que salvan el río. Los curiosos comenzaban a agolparse. Se sabía que alguien había sido diana de varios tiros. Los servicios sanitarios llegaron pronto al lugar pero no la atendían. No la evacuaban. Era evidente, pero de forma oficial ni siquiera se informaba de que hubiera muerto. Entonces comenzó a circular la identidad de la víctima. «Es la presidenta de la Diputación. Es Isabel Carrasco». Escépticas, más y más personas llegaban a la ribera donde encontraban confirmación en las contenidas expresiones de las Fuerzas de Seguridad, que con la misma incredulidad asentían sin pestañear. El rumor era cierto y la poderosa política había sido asesinada a las cinco y cuarto de ese 12 de mayo.
Este domingo se cumplen diez años de la muerte de Isabel Carrasco y una década después esa pasarela sigue evocando en un vistazo el recuerdo de una imagen grabada en la retina: una sábana bajo la que costaba creer que se encontrara el cuerpo sin vida de la malograda política. Lo poco que escapaba de ella eran dos detalles: un bolso y unos zapatos que cuadraban con el estilo de la popular, que no pasaba desapercibido. En realidad, nada en ella pasaba desapercibido. Todos sabían quién era y se encargaba de hacerse notar. Admirada por sus fieles y temida y odiada por quienes no comulgaban con ella. Durante un tiempo su tenaz sombra siguió marcando la provincia. Hoy en día su huella y la de sus afines se ha diluido en el PP que presidía. También en la Diputación, que dominó y donde ahora mandan el PSOE y los leonesistas. Sus calles vuelven a sentir ya los pasos de, al menos, una de las condenadas por el crimen. Mientras, las otras dos continúan tras las rejas en una nueva vida entre libros y plantas.
¿Quién había matado a la presidenta de la Diputación? Era la pregunta que se hacía esa tarde una sociedad en shock. ¿Su pareja? ¿Un adversario político? Todos ellos estaban a pocos metros de su cuerpo sin vida. Habían acudido alertados por las sirenas desde la cercana sede del PP en la que aguardaban precisamente la llegada de Carrasco, que desde su casa debía de recorrer escasos 800 metros para llegar allí y juntos coger un autobús para acudir a un mitin en Valladolid. La duda no tardó mucho en resolverse. Y la respuesta no estaba en esa escena inmóvil, sino en la discreta persecución que en paralelo había emprendido un policía jubilado tras la autora material. Aunque esa pasarela en la que se efectuaron los disparos no era muy frecuentada, tampoco era ajena a ojos de los viandantes, entre los que estaba este agente retirado y su mujer. Si no llega a ser por él tal vez los pasos de la asesina se habrían desvanecido entre la gente. A punto estuvo de lograrlo.

Tenaz, inteligente y polémica, ejerció de inspectora de Hacienda hasta abrise hueco en la política. Fue consejera, senadora y presidenta de la Diputación de León y tenía el mando del PP provincial.
Isabel Carrasco
«Es la política que sale en la televisión». Comentaba esa tarde el matrimonio sobre el río cuando Carrasco daba sus últimos pasos con vida. Ella continuó andando y les dejó atrás. Iba con una mujer de mediana edad pegada a ella y pensaron que sería su escolta. Tras superar a la pareja, esta segunda persona realizó el primero de cinco disparos. Uno alcanzó en el pecho a la víctima, que se desplomó en el suelo, donde recibiría dos tiros más en la cabeza. Todos ellos mortales de necesidad. Como si nada, la asesina guardó el arma y se dio la vuelta regresando hacia estos dos vecinos, que temieron que les matara también. No fue así. Siguió su rumbo hacia el centro de la ciudad. «Voy a seguirla», advirtió el agente a su esposa y emprendió la marcha a una distancia prudencial. Cuando llegaba ya a su coche y rozaba una vía de huida, el testigo advirtió a la Policía Local de lo ocurrido y fue detenida. En ese momento apareció una segunda persona que se iba a reunir con ella, que corría la misma suerte. Inicialmente no confesaron, pero la autora material acabaría entonando un «yo la maté, por venganza».
Se trataba de Montserrat González, una mujer de 58 años, casada con el entonces inspector jefe de Policía Nacional de Astorga, que aseguraba que lo había hecho por inquina personal hacia la política ante el trato de ésta hacia su acompañante de calabozo, su hija Triana, de 35. La joven había trabajado a las órdenes de Carrasco en el PP y en la Diputación de León y situaba el conflicto en que la presidenta –dijo– le había prometido darle a dedo una plaza que salió a oposición y no ganó –según su testimonio por negarse a mantener relaciones sexuales–. Tras quedarse sin empleo, aseguró también que su ex jefa había actuado en su contra intentando que no lograra otro trabajo.
Con su declaración se sabía ya la autoría y el móvil pero aún no había rastro del arma. Se empezó a peinar la zona que Montserrat había recorrido y el río sobre el que se había registrado el asesinato. No hubo éxito hasta que en un inesperado giro de los acontecimientos trasciende que la tiene una policía municipal. Y no porque la hubiera hallado en las labores de rastreo, sino porque estaba en su coche. Era amiga de Triana. Esa tarde había estado con ambas en su casa. En su huida Montserrat había aprovechado un pasaje sin público –ni siquiera lo alcanzó a ver el testigo que la seguía–para darle el revólver a su hija y ésta lo guardó en el coche de la agente, Raquel Gago, que en ese momento estaba en una calle cercana junto al vehículo discutiendo con un trabajador de la ORA. Pasaron 30 horas desde este momento hasta que dio aviso del hallazgo en la parte de atrás de su vehículo. Entre medias siguió con su vida normal participando incluso como policía en el dispositivo por el funeral. Se justificó asegurando que no había sido consciente de que estuviera allí la pistola, que madre e hija habían comprado en el mercado negro en Asturias.
El juicio
Las tres mujeres fueron condenadas dos años después tras un mediático juicio en el que la autora material reconocía con frialdad el crimen. «O la mataba, o enterraba a mi hija». No fue algo improvisado. Llevaba años maquinándolo, realizando seguimientos. Incluso una vecina llegó a alertar a la Policía tras verla merodeando a diario la casa de Carrasco. El veredicto fue claro con ella y con su hija, a la que había intentado desligar de los hechos. Ambas fueron consideradas culpables, lo que se tradujo en una pena por asesinato. La madre, como autora material, y Triana, como cooperadora necesaria aunque no apretara el gatillo.
Las dudas siempre apuntaron más hacia la agente. Su participación ha sido objeto de debate y de un sinfín de conversaciones a pie de calle. Lo cierto es que no se logró concretar un móvil por el que ella hubiera accedido a colaborar en el asesinato de la política. Durante un juicio no exento de sobresaltos –su abogado fue sancionado tras desaparecer durante horas y no acudir a una sesión– insistió en que su implicación fue una casualidad y que no había concertado nada con su amiga. La Fiscalía tuvo claro que conocía el «plan» y el jurado popular la consideró culpable de asesinato. No obstante, en otro giro argumental ese veredicto no pesó en la sentencia. El magistrado lo rectificó y apuntó sólo al encubrimiento. Instancias superiores revertieron después esa decisión y, finalmente, fue condenada como cómplice de asesinato.

Llevaba tiempo planeándolo, compró el arma, realizó seguimientos y merodeó la casa de Carrasco hasta que ese 12 de mayo la abatió. «Si no lo hago hubiera ido al entierro de mi hija», dijo.
Montserrat González
La asesina

Trabajó para Carrasco en la Diputación hasta que su puesto salió a concurso y ella quedó fuera. Dice que la política la perjudicó. Ése fue el origen de la venganza que se cobró su madre.
Triana Martínez
La cooperadora

Policía municipal en el momento de los hechos. Esa tarde tomó un café con madre e hija. Amiga de Triana, guardó el arma en su coche. Siempre negó su implicación y es la gran incógnita del caso.
Raquel Gago
La cómplice
Diez años después Raquel Gago sigue siendo la gran incógnita del caso. Continuó defendiendo que no conocía los planes de madre e hija y aferrándose a cada instancia judicial, pero en 2018 el Tribunal de Estrasburgo dictó la última palabra. Sin más opciones ya que cumplir con su condena de catorce años de cárcel remitió un comunicado en el que mantenía su «inocencia» y manifestaba «su profundo pesar por tan execrable crimen y su solidaridad con la familia de Isabel Carrasco». Ahora, tras haber cumplido más de una tercera parte de la pena y con un expediente impoluto entre rejas, disfruta desde hace dos años de un tercer grado e incluso se la ha podido ver en alguna ocasión en la capital leonesa, aunque no es allí donde se encuentra el centro de inserción en el que pernocta.
Conflictos tras las rejas
Triana, por su parte, fue condenada a veinte años cárcel que, junto a su madre –cuya pena asciende a 22 años–, cumple en el Centro Penitenciario de Asturias. Allí recalaron tras pasar por los de León y Valladolid. Los constantes conflictos con presas y funcionarios, daños o la aparición de un teléfono móvil en la celda se acumularon en su expediente tras los barrotes y las costó su codiciado puesto de trabajo en el economato.
Durante un tiempo Triana tuvo como pareja de hecho a otro preso, lo que les permitía disfrutar de encuentros en privacidad, una situación que habría acabado, al parecer, tras salir él del penal, según explican fuentes penitenciarias. Ahora en su día a día –que ha mejorado con su salto al Principado– Montserrat pasa las horas en el huerto de la prisión. Triana, por su parte, trabaja en la Biblioteca y solicita de forma insistente su primer permiso, que de momento le ha sido denegado.
Con ninguna de las protagonistas ya como parte de la ciudad, León sigue una década después aún en shock por esa tarde. El panorama político ha cambiado por completo y lejos de ese funeral multitudinario al que no faltó ni el entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, no se prevén actos de recuerdo en este décimo aniversario, como tampoco los hubo en los anteriores, más allá de los que se celebren en el ámbito privado.
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