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El arte como seducción

La directora del Museo Nacional Colegio de San Gregorio aborda las posibles diferencias que percibirán de las exposiciones los visitantes españoles y los extranjeros por su origen religioso, aunque las obras expuestas resaltan fundamentalmente por su gran valor artístico y plástico

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POR MARÍA BOLAÑOS

«Expresionismo artístico», «El bello vicio», «Sacramento-carne»... son algunos titulares de impacto con los que se ha querido describir «Lo sagrado hecho real» en su presentación en la National Gallery de Londres y de Washington y la revelación internacional de un arte español desconocido pero espléndido. Es, pues, una fortuna para los ciudadanos de Castilla y León que la muestra concluya en un museo de nuestra Comunidad, el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid. Sede idónea además, que conserva en España la mejor colección de escultura policromada, de modo que al visitante deseoso de «más barroco» le basta con cruzar la calle para seguir disfrutando con Montañés, Mena, Cano o Fernández.

Y es que, entre otros méritos, Lo sagrado hecho real tiene algo de acto de justicia. La presencia de la «flor y nata» de la escultura barroca repara el viejo desdén por este arte, que en los museos se ve usualmente arrinconada por la pintura, una hermana mayor, despótica y abusivamente protagonista. Y ello a pesar de que la escultura está hoy en el corazón de numerosas orientaciones críticas de la Historia del Arte, incluida la contemporánea.

«Re-descubrimiento»

Para los anglosajones, cuya educación protestante es recelosa frente a la imagen religiosa, ha supuesto un «re-descubrimiento» del Barroco español, de nuestro gusto brutal e insólito por la muerte, por las lágrimas y la sangre. Desprende, para muchos, la fragancia de una España entre inquisitorial y mística, que resume cierto pedigrí nacional. Y es cierto que estos jesuitas, ascetas y crucificados nacieron al calor de la Contrarreforma, un discurso ideológico de fundamentalismo y vigilancia que abocó a los artistas a una empresa de propaganda religiosa y dio vida a ese deslumbrante «teatro de la crueldad».

Para los visitantes españoles resultan, en cambio, imágenes bien familiares; demasiado, quizá. Hemos crecido con ellas, han conformado nuestra educación y nuestras mentes y siguen creándonos, más allá de las creencias, una mezcla de empatía y temor. Forman parte del imaginario nacional.

¿Es, pues, una exposición religiosa más? ¿Una exposición «confesional»? Creo que no. Olvidemos toda idea reductora y autocomplaciente de nuestra identidad: también hay crueldad en las tragedias de Racine o en las óperas de Purcell. ¿Qué hay de nuevo en estas salas? ¿Qué puertas nos abre? Quizá la clave esté en el título, en la fusión de lo sagrado con lo real. La escultura y la pintura crearon una técnica, y también una poética, para representar lo divino, no dirigiéndose a la razón, sino engañando al ojo: pintando figuras tan corpóreas que salían del lienzo y coloreando esculturas con tal destreza que parecían vivas. Los jesuitas de Montañés nos desasosiegan como hombres de carne y hueso. El mayor verismo al servicio del mayor engaño. Ese artificio realista sigue siendo muy perturbador. Rebasa las fronteras históricas y nos impone una relación física con la obra de arte; conecta con nuestra sensibilidad a un nivel primario, no solo religioso; y toca raíces psicológicas que preferiríamos ignorar.

Y ese gusto por la paradoja y la confusión sigue haciendo subyugante al programa barroco. Confusión entre verdad y disfraz, entre lo mortal y lo divino, entre ascetismo y erotismo. San Bernardo, según Ribalta y Alonso Cano, vivió experiencias tan carnales y tan metafísicas, como ser abrazado por Cristo en la cruz o recibir de una estatua un hilo de leche materna. No ha habido en nuestra tradición un empeño más decidido de atrapar la materia y sacar de ella toda su poesía carnal. El imponente Ecce Homo de Fernández encarna la valentía de aquella generación que sobrepasó todas las convenciones. El desnudo heroico, con su pose en espiral, incita a descubrir el virtuosismo táctil de esa espalda sobrecogedora, un mapa anatómico de músculos, huesos, tendones y sangre: la misma espalda que Velázquez, en Cristo tras la flagelación, esconde a nuestra mirada pero nos deja adivinar, gracias a la mirada conmovida del niño.

La elección de la puesta en escena, solemne y nocturna, responde a esa idea barroca de encontrar belleza en la obscuridad

La elección de la puesta en escena, solemne y nocturna, responde a esa idea barroca de encontrar belleza en la oscuridad. En la penumbra de las salas el espacio real se confunde con el de la ficción: las esculturas se duplican en sus sombras recortadas; el fondo de un cuadro se hunde en el muro y deja a las figuras en el vacío; las vitrinas recogen el reflejo inconstante de imágenes cercanas. Es una atmósfera de intriga y silencio, en la que el espectador se ve solicitado por sorpresas visuales, fugas perspectivas o movimientos en diagonal.

En suma, una intensa experiencia estética; una mirada refrescante sobre el Barroco; un modo sugestivo de ver nuestro pasado; un desafío para los sentidos; una lección sobre las conquistas de nuestros pintores y escultores; una inquietante visión de nuestras imágenes sagradas. Disfrutemos de ello sin reservas. No estamos obligados a ser exóticos.

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