desde la raya
Aún quedan días de verano
Septiembre entra en el calendario vistiendo de naranja la piedra románica de mi ciudad
Ahora, el silencio
El chiringuito
![Anochece en Zamora](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/09/07/zamora-R8tLtDYgYfwe007LmgkDrDK-1200x840@diario_abc.jpeg)
Cuando llega septiembre es como si los árboles se anticipasen a lo que está por venir y sueltan despacito sus hojas, sin hacer ruido, depositando pequeños retazos de otoño sobre la hierba aún fresca y florecida, como si así doliese menos la desnudez del invierno, ... la luz del amanecer, tan blanca.
La caricia del viento comienza a ser más fría, incluso gélida si viene de la sierra -Sanabria, siempre Sanabria en mis letras, mis veranos, mis recuerdos- y la noche sobreviene cada día más pronto recordándonos que el otoño llama a las puertas con sus resecos nudillos de leña de encina; que el ciclo de la vida siempre se cumple queramos o no, que la naturaleza sigue su curso. Que más allá de septiembre, cuando todo sea blanco, hielo, soñaremos una nueva primavera, este camino que no acaba, esta rueda que nunca deja de girar, que hace surco en los sitios tantas veces pisados, pasados.
Septiembre es el eterno retorno para quienes tienen algún sitio donde volver, un arcón donde guardar como una reliquia santa los veranos, el descanso, la sal y el agua. Regresan los niños a sus aulas y colegios, sus primeros amigos y compañeros de vida; los adultos, a sus trabajos y oficinas; los ancianos, a su rutina de silencio y soledades en esta España Vaciada, Vacía y puteada, llena de olvidos, inviernos crudos, esta niebla a veces tan espesa, insalvable. Otros, los que vamos de por libre, inventamos cada día un destino donde llegar, un lugar donde acampar. Autónomos, apátridas, siempre en el alambre, 'freelances' que tantas veces quedamos a merced del viento, tan vulnerables, sobreviviendo como soldados en la trinchera de lo cotidiano, con domicilio en ninguna parte.
Septiembre entra en el calendario vistiendo de naranja la piedra románica de mi ciudad con la nostalgia de un verano que conjugamos en pasado, que ya no existe: la arena dorada de la playa en las suelas de las zapatillas, las chinitas del río en las cangrejeras, el olor a limpio y transparente del Lago en la piel; la casa del pueblo cerrada, la memoria de los que ya no están reverdecida; sus tumbas con las últimas flores, la promesa de regresar en noviembre y sembrar de crisantemos y lágrimas la tierra, esta memoria cada día más alargada de nombres y recuerdos.
Septiembre guarda sin prisa los abrazos y besos del fugaz agosto, los brindis y los bailes, la celebración, la buena suerte de tener una tribu, una tradición, un historia, ser parte de algo. Septiembre saca del cajón la pereza del primer madrugón, la alegría del primer uniforme, libros nuevos, nuevos ensayos, el primer día de tantas cosas, todo lo que comienza sin mirar atrás.
Y escribo esta columna como si fuese la primera y sonrío con los labios apretados. Porque aún quedan días de verano, soles y lunas, tantas cosas por compartir.
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