Aquel día quedará marcado para siempre en el calendario con el rojo de la sangre; con el negro del luto; con el invisible color del dolor y el miedo.
Aquel 11 de marzo acababa de cruzarme España entera de sur a norte, de mi Cádiz ... a mi Zamora, cambiando a última hora la ruta en tren por Madrid por el bus nocturno de Dainco, esa eterna Vía de la Plata que tomamos miles de usuarios al año a falta de un tren que vertebre todo el oeste.
Mensajes y llamadas desde primerísima hora alertaban ya sobre los horribles atentados en Madrid, sobre la barbarie del terrorismo que rompía por la mitad la columna vertebral del pueblo español. Aquel día, en víspera de elecciones, España se sintió desnuda, vulnerable, pequeña.
Aquel día de bombas y tragedia, 193 muertos, 1891 heridos; aquel caos, aquella herida mortal en el corazón de Madrid. Aquel día de ciencia ficción pero tan real en que se paralizaron los relojes y la vida se detuvo en sus andenes.
Sentimos en nuestras carnes el miedo, la indignación; conteníamos la respiración a la espera de noticias oficiales, un algo que justificase la masacre, si es que existe algo que pueda razonar la muerte de un solo inocente.
Aquel día comenzaron también los bulos y conspiraciones que tanto daño hacen a las víctimas y sus familias, incapaces de cerrar sus heridas con la incertidumbre siempre planeando; incapaces de saber si en verdad se hizo justicia o sus seres queridos pagaron el peaje de maniobras maquiavélicas en la oscuridad. Quizá nunca lo sepamos o quizá no haya más que rascar.
Veinte años después, veinte vidas, yo, que nunca he sido conspiranoica, ya no sé qué pensar en un país metido en el barro sin saber dónde se hace pie, si existe un tope para tomar impulso, salir de estas aguas turbias, respirar.
Veinte años después, de aquel día me queda la memoria de los muertos, tantas víctimas inocentes, madres, hijos, estudiantes, obreros, gente como tú y como yo que tuvo la mala suerte de subir en el tren maldito, en el vagón equivocado.
Veinte años después, el 11M continúa siendo una obligación con la vida por los que ya no viven; una deuda con la libertad de un país que no puede doblegarse a ningún asesino.
Os lo debemos, nos lo debemos desde aquel día.
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