No lo contéis
Es tan bonita, tan hermosa, que en este mundo tan feo, tan horrible, donde vivimos, lo mejor que nos podría pasar es que nunca nos encontraran
19 de enero
El 'Francaño'

Zamora acude a Fitur mostrando sus tesoros, las perlas que adornan su corona románica, cúpula de su Catedral, ubre, Vía Láctea que guía al peregrino.
Podría contaros sus secretos más guardados. El olor a pan y leña de encina de los hornos; el cántico temprano ... de los gallos, la alegría de las campanas en las espadañas; el revoleo de palomas y cigüeñas, los mirlos de pico naranja, las urracas tapizando de blanco y negro el paisaje.
La textura áspera de la tierra, el barro, la humilde consistencia del palomar, la paja, el adobe. Su cielo, planetario inmenso donde se posan las estrellas, azul limpio al clarear como el manto de la Purísima. El cantar de los molinos de Aliste y las aceñas medievales, la erosión de las piedras de la molienda, esa rueda de la fortuna que gira sin terminar de posarse sobre mis gentes, santos inocentes de la frontera, allá donde se acaba el mundo a orillas del Duero. La elegancia en majestad de las garzas sobre los azudes, los patos salvajes deslizándose en el agua, las crecidas de los deshielos que pasan bramando, bravías, hacia Oporto, donde todo muere disuelto en vino dulce.
Las encinas y jaras de Sayago, sus charcas de primavera rodeadas de margaritas y cicutina, el granito conformando altozanos, peñas modeladas por el mismo Dios. La humedad que perfuma las bodegas de Tierra del Vino, Fermoselle; la divina Toro, esas ciudades en el vientre de la tierra donde macera, madura el vino oscuro que será rastro cereza, beso en los labios.
Que al amanecer el Lago de Sanabria es un espejo pulido y luego sus aguas se pican y las montañas visten de plomo, centinelas de soledades, paisaje de toda mi infancia. La pólvora de toros de fuego en Puebla la Bella y sus cuestas imposibles. El olor puro, transparente, del agua donde aprendí a nadar; la roca del espigón y noches de queimada donde nacieron amistades macizas, eternas, como sus montañas.
La frondosidad verde de los Valles, la berrea del amor en la Sierra de la Culebra, huellas del lobo en la nieve, brezo que viste de nazareno el monte. Los castaños milenarios de La Alcobilla, que transfieren en un abrazo la fuerza telúrica del santuario, rezos, romerías, el ondear de los pendones como titanes; los Viriatos de Sayago hacia la ermita de la Virgen del Castillo, el pendón carmesí de la Patrona, la Virgen de La Concha, encaminándose cada Lunes de Pentecostés hacia La Hiniesta, en el corazón de la Tierra del Pan.
Pan y Vino que alimentan mis ojos, nuestra alma, desde que Zamora nos presta cuna, salmodia del Duero, nana primera; murallas de vida que derribamos para continuar en pie.
No lo contéis; es tan bonita, tan hermosa, que en este mundo tan feo, tan horrible, donde vivimos, lo mejor que nos podría pasar es que nunca nos encontraran.
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