Desde la raya
Cazatormentas
Perdidos los terrores infantiles, quizá lo único que me quede por encajar sin miedo es la propia vida
Héroes y soñadores
Tan distinto
![Cazatormentas](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2024/06/08/tormenta-RAblJR6ApO7cjUphkHWtoWI-1200x840@diario_abc.jpg)
Me encantan los días de tormenta como estos días primeros de junio, cuando el cielo destila calor y bochorno y de pronto estalla y se rebela y la tierra y el aire se alivian; sentir la caricia, el silbido de los árboles revueltos, inquietos bajo ... las órdenes del viento, las bandadas de pájaros presintiendo el agua, este rayo que nunca cesa; el olor a tierra mojada, las cortinas de agua como sombras lejanas sobre los campos, el Duero desdibujado bajo la calima, los cielos grises cárdenos como los toros de Victorino que pastan a su libre albedrío bajo las encinas.
Siendo niña, estos días de tormentas y calor húmedo, de restralletes y artificios en las alturas, me producían auténtico pavor, quizá heredado de mi madre. Pero aquellos miedos, como tantas otras cosas, terminaron disipándose con los años, asentándose en el olvido, hasta el punto de que he terminado casi persiguiéndolas como un cazatormentas desde balcones, miradores y terrazas, intentando captar ese instante en el que el cielo se rompe y retumba la tierra con el estruendo del turno, la luz efímera del rayo iluminando la noche, diseccionando las noches sin luna.
Podría escribir de muchas cosas hoy, en este domingo de junio, elecciones y tormentas, incluso divagar sobre el futuro más inmediato de esta Europa reglada, implacable, que de vez en cuando nos da y casi siempre nos quita, administradora del tiempo y los recursos, de los paisajes, los huertos y las granjas, de lo que producimos y comemos y casi hasta de la mochila que cada cual lleva a su espalda.
Esta Europa común de estrellas danzando en lo azul que, sin embargo, la gente siente ajena, lejana a su realidad, desposeída de presencia y autoridad, cuando es de donde deriva nuestro orden, madre y madrastra del Viejo Continente que un día se repartía el mundo.
Aquí, junto a la sombra románica de San Juan, bajo la luz incierta del mediodía, espero la inminente tormenta mientras las palomas bajan desde torres y tejados a comer granos de arroz que hace eran bendiciones y buenos deseos sobre unos recién casados que consagran su amor en voz alta, esta alegría de lo que empieza, esta nostalgia de lo que nunca tuve; esta soledad flanqueada por dos vermuts sin prisa, dos sonrisas, dos amigos que acompañan mis pasos por la vida y me rescatan en los equivocados.
Y así discurre el tiempo en la ciudad dormida mientras un puñado de gotas escupen barro sobre los coches y no se quiebra la tarde en el quejido hondo, roto, del rayo.
Perdidos los terrores infantiles, quizá lo único que me quede por encajar sin miedo es la propia vida, esta tormenta sin anunciarse, esta chispa, fuego que no quema.
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