Guillermo Garabito - La sombra de mis pasos
Contra mí mismo
«Recuerdo la gravedad del suspenso, ya era perfectamente consciente de que las matemáticas se me daban peor que a Solbes, pero que encima se lo confirmasen a mis padres por escrito… todavía lo tengo atravesado»

Anoche recordé mi primer suspenso y lo sentí igual, como una lápida. Entonces pensé, lo recuerdo bien, en lo tonto que había que ser para suspender algo en quinto de primaria, lo que fuese, aunque la asignatura se tratase de matemáticas. Pasé el recreo inventando ... excusas a ver si acertaba a contarlo, tratando de buscarle una explicación al fin del mundo, sin dar a entender a mis padres que su hijo sería un paria toda la vida. Recuerdo la gravedad del suspenso, ya era perfectamente consciente de que las matemáticas se me daban peor que a Solbes, pero que encima se lo confirmasen a mis padres por escrito… todavía lo tengo atravesado. Después, en la ESO y en Bachillerato, me acostumbré con menos drama a cerrar el trimestre siempre con algún recado y así iba salvando los cursos. Mis padres nunca dejaron de ponerle gravedad, hasta el final, como si cada vez fuese un poco más tonto, un poco más paría.
Apenas me queda memoria de aquellos días de primaria, se me han ido borrando y me frustra perder los detalles, la nitidez de las escenas y los rostros. Mantengo sólo el recuerdo exacto de una profesora, precisamente la que me suspendió, y a mi amigo Mario. El resto queda en un eco lejano. Aquella profesora se llamaba Mariluz, era recta, parecía más seria de lo que era en verdad y a parte de enseñarme el máximo común divisor, se esmeró en cada uno de nosotros con empeño. Acabado el colegio, algún día al pasar por la Plaza de España, entrábamos Mario y yo a saludarla así como esperando, años después, su absolución. Sé que más tarde superó un cáncer y se jubiló, o puede que fuese al revés. Ecos, ya digo, que le llegan a uno como de vidas pasadas, porque con el coronavirus, en un año, hemos pasado muchas vidas.
Ayer se cruzó conmigo en la televisión -porque en la calle ya no se cruza uno con nadie reconocible- y me escribió para decirme que me había visto, que estaba orgullosa. ¡Ahí es nada! El mensaje me dejó claras dos cosas: la primera es que ya nadie lee el periódico y la segunda que, sin saberlo, acababan de absolverme de un suspenso que no recordaba que todavía doliese, pero aún tenía pendiente.
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