Artes&Letras / Hijos del Olvido
La aventura sin retorno de dos zuavos palentinos
Fueron la sombra de Alfonso de Borbón y Austria-Este, con quien lucharon en favor de Pío Nono y en la tercera guerra carlista

De todos los personajes que han desfilado por esta sección, los de hoy responden como ninguno a su leitmotiv. Son un genuino y radical ejemplo de hijos del olvido. Tanto es así, que ni en el pueblo que los vio nacer, Castrillo de Villavega, se ... recuerda a estos dos palentinos cuya vida se convirtió en una increíble aventura sin retorno.
Vi sus nombres por primera vez con ocasión de la compleja investigación que precedió a la obra Wils y el Batallón de Zuavos Carlistas. Lo llamativo de su peripecia vital y -por qué no decirlo- el paisanaje hicieron que reparase en su ignota historia. Me sentí en deuda con ellos y ahora me dispongo a saldarla, aunque sea con las inevitables limitaciones de espacio de un artículo periodístico.
Todo comenzó un día del verano de 1868, cuando dos jóvenes, Pablo Sánchez y Santos Gutiérrez, partían de Castrillo hacia ese punto del orbe al que conducen todos los caminos: Roma. Garibaldinos y piamonteses se habían lanzado a la conquista de los Estados Pontificios, último obstáculo para culminar la reunificación de la nascente Italia. Ante la grave amenaza, voluntarios llegados desde todos los rincones de la cristiandad acudieron en auxilio de Pío Nono. Nacían así los Zuavos Pontificios, legendaria unidad militar por cuyas filas pasaron once mil voluntarios, cien de ellos españoles.
Gracias a su expediente, hallado en el Archivio di Stato de Roma, sabemos que ingresaron en sus filas el 1 de agosto, dispuestos a morir por el Santo Padre. Combatieron y fueron protagonistas de un acontecimiento histórico de primer orden: la caída de Roma, en septiembre de 1870, fin del poder terrenal de los Papas.
La casualidad quiso que coincidieran en su compañía con el más linajudo de los aristocráticos zuavos: Alfonso de Borbón y Austria-Este, un infante de España que quiso servir como soldado raso. Desde ese momento sus destinos quedaron unidos para siempre y se convirtieron en las personas de más confianza del infante y de la que pronto sería su esposa: Nieves de Braganza, hija del rey portugués.
Alfonso era hermano de Carlos VII, pretendiente al trono español. Por esa circunstancia, cuando en 1872 estalló la tercera guerra carlista, fue nombrado general en jefe de los ejércitos de Cataluña, Valencia y el Centro. Los palentinos eran su misma sombra. Primero en la clandestinidad, en el sur de Francia, y, después, en España, como oficiales del batallón de Zuavos Carlistas que se formó con viejos camaradas de Roma y no pocos voluntarios extranjeros. Siempre iban con el Estado Mayor, junto a don Alfonso. Al tanto de sus más íntimos secretos, se hicieron cargo de delicadas misiones y compartieron peligros. La intervención de Sánchez en uno de los atentados sufridos en las montañas catalanas fue providencial para salvar su vida. Fueron condecorados por su arrojo en las batallas de Alpens y Berga.
Se convirtieron en testigos del esplendor de una época en el imperio austro-húngaro
A finales de 1874, por desacuerdos con su hermano en la forma de llevar la guerra, Alfonso abandonó España. Fue Sánchez en persona quien antes visitó a Carlos VII para tratar de reconducir la situación. A partir de ahí, el exilio sería la patria de los palentinos y descubrirían un mundo fascinante junto a los infantes. Emparentados estos con la realeza europea, se retiraron a sus posesiones en el Imperio Austro-Húngaro: Viena, Graz, los palacios de Ebenzweier o Puchheim. Sánchez era ayuda de cámara, Gutiérrez empezó como primer criado y acabaría siendo cajero de S.A.R. Ambos de su máxima confianza, eran tratados como miembros de la familia. Así, fueron testigos del esplendor de una época, de fastuosos bailes y recepciones a los que asistían personajes como el emperador Francisco José, su idolatrada esposa Sissi, Zita de Habsburgo...
También pudieron recorrer caminos jamás hollados por la mayoría de sus contemporáneos. Los infantes, incansables viajeros, visitaron los lugares más exóticos del planeta: Oceanía, Japón, África… En un diario, localizado en el AHN, Gutiérrez escribe cómo los campos del Punjab (India) le recuerdan a los de Castilla. En otro manuscrito, hallamos referencias al camarote de Sánchez durante un crucero por el Nilo.
Parece que ya no regresaron a España, salvo visitas esporádicas como la de Gutiérrez a Osorno en 1894. A Sánchez se le pierde la pista en Austria. De Santos sabemos que, aunque tarde, encontró el amor. «El viejo Gutiérrez, de 56 años, se casa con la joven chica de 21, Julia Voglmayr», le escribía Alfonso a su madre. Poco después, en 1904, fallecía lejos de su patria. En su recordatorio puede leerse: «Sirvió a Dios y a sus amos con fidelidad inquebrantable captándose el más profundo cariño de estos durante sus 34 años de servicio. Ave Miles Christi. Requiesce in Pace».
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