Artes&Letras / Teatro
Alonso de Santos: «Siempre he buscado una alegría que llevarme a la boca, al corazón y a la pluma»
José Luis Alonso de Santos, que recibe el Premio Max de Honor este 6 de junio, publica ‘Los jamones de Stalin’, galardonado en la Villa del Libro y que cobra una «actualidad dramática» con la invasión de Ucrania
Todo menos indiferencia. No hay obra de José Luis Alonso de Santos que salga al público, y que -si de verdad se lee o se ve directamente en escena- no suscite un movimiento de solidaridad o de rechazo. Eso explica la reciente concesión del premio Max de Honor ... por una carrera profesional como la suya plagada de aciertos, y fruto de una intensa y exclusiva dedicación. Acaba de salir su última obra -’Los jamones de Stalin’-, premiada en la Villa del libro de Urueña, y que a nadie dejará indiferente porque, además de actual, se trata de alta dramaturgia y de arte en estado puro. Vean.
¿Qué le queda del niño y del adolescente que nació y realizó sus primeros estudios en el «Valladolid profundo», como decía su paisano Jorge Guillén?
Sobre todo una afirmación primigenia de la que no puedo sustraerme. Cuando ya tienes una edad avanzada, que es mi caso, recuerdas los diferentes momentos de tu vida como una sucesión de etapas. Mi primera etapa es la vivida en Valladolid. Luego he tenido otras, pero siempre he seguido manteniendo ese enlace primordial con el lugar de mis orígenes al que vuelvo constantemente. De una u otra manera he tenido residencia fija en mi ciudad: la casa de mis padres, mis hermanos, amigos, los lugares donde estudié. Por tanto, la sensación que tengo, cada vez que llego de fuera, no es que viva fuera, sino que regreso a mi casa.
¿A ello han contribuido los reconocimientos públicos que han tenido con usted todas las instituciones vallisoletanas?
Sin duda. Cada premio ha sido como una gratificación y un cariño constante de la ciudad en que nací. He tenido también muchos reconocimientos de carácter provincial, que vienen a confirmar ese afecto incesante, y que desdicen -como recordaba mi amigo Zorrilla-, al viejo adagio tradicional de que nadie es profeta en su tierra. Eso, la verdad, no vale con Valladolid. Él en su tiempo lo fue, y mucho; y yo en el mío he sentido exactamente lo mismo.
Hablando de etapas, ¿qué elementos determinantes han influido en su evolución como persona y escritor?
Tengo la sensación de que la vida se desarrolla en dos planos. El primero, marca el hilo de continuidad en función de la sustancia que hay en cada individuo. El segundo lo marcan las circunstancias pues, como decía mi admirado Gracián, no basta con la sustancia. Se requiere también la circunstancia. Y estas circunstancias -históricas, de naturaleza, medioambientales, familiares, políticas, filosóficas, formativas y emocionales- son las que han ido marcado también esas diferencias.
¿Podría señalar alguna de esas circunstancias?
Le señalaré una importante. Mi primera etapa teatral coincide con la circunstancia histórica del franquismo. Ésta marcó todo lo que hice entonces, el por qué lo hice, y el para qué lo hacía. Todo esto puede percibirse en mi primera obra teatral, que firmé directamente con mi nombre, titulada ‘¡Viva el duque, nuestro dueño!’. Lo que son las cosas, pero el estreno de esta obra se hizo en el día y en el momento que estaba muriendo Franco. Por lo que soy, inevitablemente, el primer autor de la democracia. Esta circunstancia marca un camino y orienta el destino.
He seguido manteniendo ese enlace primordial con el lugar de mis orígenes al que vuelvo constantemente»
En el teatro se simboliza, se poetiza y se dimensiona a nivel humano lo más pequeño y lo más grande de nuestra existencia»
¿Y qué nos dice de la sustancia?
De este elemento central en cada individuo, curiosamente, lo conocen mejor los que te rodean y los que te estudian, como es mi caso, que uno mismo. Así que le seré sincero sobre lo que pregunta: hablo únicamente de oídas. En lo que atañe a mi persona y a mi escritura -algunos me consideran incluso un clásico que ha pasado a mejor gloria-, suelen señalar, como factores característicos, la coherencia, el trabajo constante, la búsqueda de la perfección en lo que hago, y un cierto grado de humildad que viene del conocimiento que de mí mismo tengo. Esto lo he oído mil veces, y me doy por contento, claro. Comprenderá que no quiera enmendar la plana a nadie.
¿Por todas estas razones acaban de concederle el Max de Honor por toda una vida?
La verdad es que poco o nada tengo que añadir a su pregunta. Eso es lo que dicen y, al parecer, según consta, ésas serían también las razones de fondo por las que me han dado el Max de Honor.
¿Qué cualidad, no obstante, destacaría usted de sí mismo?
La principal cualidad que he procurado tener toda mi vida, y que me ha ayudado mucho, es la búsqueda constante de una alegría que llevarme a la boca, al corazón y a la pluma. En varios de mis cuadernos de notas, y en el encabezamiento de la primera frase, se halla presente esta recurrencia: que pase lo que pase y digas lo que digas, no hagas nada sin alegría. Cuando no tengo alegría, sinceramente, no trabajo. Simplemente veo la tele, leo un libro o paseo. Pero cuando trabajo, le repito, mi estimulante básico es siempre esa alegría de vivir y de escribir.
El escritor saca sus vivencias de lo vivido, lo soñado, lo leído, lo imaginado»
Nunca soy un testigo inocente, por supuesto, y tampoco pretendo serlo»
Soy el peor crítico de mis obras. Cuando veo que algo no mejora, lo rompo y adelante»
¿Cómo realiza ese dominio tan característico en usted que pasa de lo general a lo particular, de lo grande a lo pequeño, y de lo filosófico a lo normal a veces con una sola palabra?
Yo trabajo siempre buscando el «entre» que hay en esos términos opuestos que usted señala en su pregunta, y ese otro «entre» que se crea a base de palabras muy concretas, muy seleccionadas, muy precisas y definitorias. Este es mi territorio, y ahí entro yo solo. Es mi material básico, mi tajo, mi piedra, mi hierro, mi cincel, mi alma, mi canción, mi emoción, mi destino. No se trata de una palabra cualquiera, sino de dar con esa palabra poética que, mágicamente, lo relaciona todo. Esa palabra que, por ejemplo, usaba Calderón en sus alegorías, Lope en sus redondillas amorosas, o Cervantes en su humanismo contagioso e integrador.
¿Parecido a un cuadro de Rembrandt donde los detalles encajan con la totalidad artística y escénica de la obra?
Exacto. Es muy bueno ese ejemplo porque para mí una obra de teatro es también un cuadro. Allí dentro de ese cuadro se selecciona, se simboliza, se muestra, se poetiza, y se dimensiona a nivel humano lo más pequeño y lo más grande de nuestra existencia.
Hablemos de ‘Los jamones de Stalin’, su última obra y premio de la Villa del Libro de Urueña. Sale al tiempo que empezará a rodarse ‘La cena de los generales’, que tanto éxito tuvo en teatro. ¿Hay aquí un reparto de la historia con ajustes morales e ideológicos que no se han hecho en literatura en relación con la Guerra Civil?
Seguramente. El escritor saca sus vivencias de lo vivido, de lo soñado, de lo leído, de lo imaginado. Yo era un niño de los del hambre en la posguerra, y viví paso a paso, y dramáticamente, muchos momentos de la transformación de nuestro país. Lo anterior a nacer yo me lo contaron muchísimas veces mis padres y mi abuelos, que vivieron toda la guerra y toda la etapa anterior a la guerra. No soy un historiador ni un sociólogo y ni siquiera un político. Así que conste: mi visión es básicamente artística, y ambas creaciones, ante todo y sobre todo, son obras de teatro.
Al igual que Calderón hablaba del ‘Gran teatro del mundo’, que él conoció, yo hablo aquí en estas dos obras, que usted cita, del gran teatro del mundo que yo he conocido. Algo que en realidad vengo haciendo sistemáticamente en toda mi vida de escritor. Y claro, ahí entran las ideologías, los acontecimientos, las moralidades, los estragos, los relatos históricos tan dispares, y también los amores y los desamores. Yo cuento el cuento, podríamos decir, desde el punto de vista que quiero hacerlo. Lo que me hace volver a la pintura que antes recordaba usted. El pintor elige las manzanas que pinta, desde dónde las pinta y, sobre todo, para qué las pinta. Nunca soy un testigo inocente, por supuesto, y tampoco pretendo serlo. Doy mi lectura de ese gran teatro que contemplo a mi alrededor.
La acción de Los jamones de Stalin se desarrolla en una taberna de pueblo donde caben muchos mundos conflictivos. ¿Esta complejidad explica que haya tardado veinte años en resolverlos?
Hay obras que brotan como una explosión y se escriben rápidamente. En cambio con otras no acabas de estar satisfecho en relación con el resultado, y sigues cambiándolas y retocándolas durante toda la vida. Lo mismo les ocurre a los compositores con sus sinfonías. En ‘Los jamones de Stalin’ hay una mezcla de estilos y de lenguajes, de síntesis temporal y teatral en cuestiones muy amplias en el tiempo histórico y en la causalidad, que requieren un trabajo estilístico muy determinado. Hasta que no he estado del todo satisfecho, no me he decido sacar la obra. Nunca ha estado cerca de la papelera, como ha sucedido con otros muchos proyectos míos, pues soy el peor crítico de mis obras. Cuando veo que algo no mejora, lo rompo y adelante. Ya decía Lope que una de las tareas más importantes del escritor es saber romper lo que escribió cuando su paso a la literatura, al teatro o al arte, es más que dudoso. Publicar por publicar no tiene mucho sentido.
‘Los jamones de Stalin’ es una obra de máxima actualidad. Hay un personaje clave que reivindica su nacionalidad ucraniana frente a Rusia. ¿Intuyó usted que explotaría el conflicto?
Pues sí, porque antes de la invasión general de ahora, ya estaba la anexión de Crimea como espoleta. Y es que volvemos a lo que hablábamos al comienzo de esta entrevista: las circunstancias organizan mucho nuestra vida, nuestro trabajo, e incluso nuestras intuiciones. De pronto ‘Los jamones de Stalin’ cobran una actualidad dramática. Stalin, durante mucho tiempo, ha sido un personaje intocable para muchas generaciones y gentes de antes y de ahora. Su espíritu ha revivido en Putin con la invasión genocida de Ucrania. Esto obliga a replantearnos muchos prejuicios, formulaciones, y visiones históricas falsas y trasnochadas sobre el tema de Rusia y el comunismo en la Guerra Civil española. Éste es mi punto de vista en esta obra. Simplemente.
Un punto de vista polémico, ¿no cree usted?
Seguramente sí, pero la vida es esto: polémica, conflictos, choques dialécticos, y enfrentamientos reales. Y si no que lean cómo comienza la ‘Celestina’, o la ‘Ilíada’ por hablar de algo más universal. El silencio, la sumisión y el balar sólo cuando lo dice el jefe o el tirano de turno, es condición de corderos. Y a mí, perdóneme usted, no me gusta este tipo de silencios. Por esto, precisamente, escribo obras de teatro: para sacar mis palabras y mis opiniones, y esparcirlas libremente al viento.
¿Qué le hubiera gustado a usted ser en la vida o hacer que no haya hecho?
Pues si le digo la verdad, y por qué le habría de mentir, no cambiaría ni uno solo de los días de mi vida tanto en el ser como en el hacer. Sería lo que soy, haría lo que hago, y estaría tan ricamente contestado sus preguntas. La verdad es que me lo he pasado siempre muy bien, no sé por qué... A lo mejor es porque me he conformado siempre con poco. Le voy a ser sincero: creo que la sociedad, mi país, y mi ciudad, me han dado siempre mucho más de lo que merezco.
Si ahora se le apareciera Aladino, ¿qué le pediría?
Pues aproveche la ocasión y pida, pida…
Me ha convencido, y póngalo ahí, por favor. Me gustaría hacerle al genio una petición extraordinaria: que pudiera comer todo lo que yo quiera. Ya ve lo que son las cosas: de pequeño no podía hacerlo por pobre y por vivir en la posguerra. Ahora de mayor tampoco por lo de la microbiota y el intestino. Si quieres estar sano, tienes que pasar por otra posguerra y estar a dieta rigurosa y perpetua. ¡Qué mala suerte la mía! Pero en la vida no podemos tenerlo todo. Qué le vamos a hacer. Aladino, tú a tu lámpara.
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