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FOTOGRAFÍA

Los retratos de Pepe Castro: Diego y Pepe Rodríguez Rey

Los retratos de Pepe Castro: Diego y Pepe Rodríguez Rey PEPE CASTRO

POR MARÍA JOSÉ MUÑOZ

Los hermanos Rodríguez Rey, a la izquierda, Diego, (45 años); a la derecha, Pepe (43). Empresarios restauradores, regentan en Illescas (Toledo) «El Bohío», restaurante de alta cocina heredero del único bar de carretera que había entre Madrid y Toledo antes de la guerra civil.

Lo abrieron su abuela y la hermana de ésta recién llegadas ambas de Cuba, de ahí el nombre de choza caribe. La madre habanera de estos dos hombres de fuerte carácter e intensos ojos negros, y el padre, fotógrafo taurino, inauguraron en 1975 el segundo restaurante, pero no fue hasta que el genio de Pepe se instaló en la cocina cuando la excelencia y la altísima calidad gastronómica grabaron a fuego lento la marca «El Bohío», esa que mereció una Estrella Michelín y otra que seguro llegará pronto.

Vestidos igual que se los encuentra uno al traspasar el marco de ese paraíso de la papila gustatoria; serios, seguros de sí mismos, contentos de estar juntos y al borde de la risa; con traje y chaquetilla posan en el estudio del fotógrafo el jefe de sala y el cocinero mayor de «El Bohío», así, por este orden, inseparables desde que Teresa los parió, a uno en un taxi, por cierto, en plena plaza de Emilio Castelar de Madrid. Quizá de ahí, de ese padrinazgo espiritual que ejerció aquel político de excepcional oratoria le venga a Diego esa elocuencia en el trato con el cliente. Al fondo, oculto a la vista del que llega, Pepe crea ante los fogones humeantes. Es el ideólogo, el innovador; Diego es el mundano.

Apasionados ambos por la gastronomía, ya desde muy jóvenes pasaban sus vacaciones de agosto de muy diferente manera. Pepe, trabajando y formándose en los restaurantes de los más grandes cocineros (Martín Berasategui, Ferran Adià...), ¿Y Diego, dónde estaba Diego? Viajando y comiendo en los más prestigiosos restaurantes; el pasado verano se subió hasta Normandía: «otra forma más canalla de ver el tema», comenta.

Si en medio de esta crisis que ha caído como una bomba en mitad de La Sagra la gente sigue yendo a comer a su casa, por algo será. Que se lo digan a Mario Vargas Llosa, que ganó el Nobel de Literatura un mes después de probar allí el rabo de toro.

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