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Fernando Ruiz de la Puerta o el alma de Toledo

El autor de temas simbólicos y esotéricos firma un completo recorrido por la historia de la magia en Toledo

Fernando Ruiz de la Puerta o el alma de Toledo

Por ANTONIO LÁZaro, escritor

Según los griegos ilimitado era el paisaje del alma, tanto que excedería los límites de la cartografía conocida. Nada más enigmático que nosotros mismos, que los entresijos de nuestros yoes, que las cavernas y laberintos del espíritu. Aplicada una lente o lupa psicofísica, hasta la gente con más aplomo y mayor imagen de seriedad resultan bichos raros, entes no dilucidados y puede que indilucidables.

Según los griegos ilimitado era el paisaje del alma, tanto que excedería los límites de la cartografía conocida. Nada más enigmático que nosotros mismos, que los entresijos de nuestros yoes, que las cavernas y laberintos del espíritu. Aplicada una lente o lupa psicofísica, hasta la gente con más aplomo y mayor imagen de seriedad resultan bichos raros, entes no dilucidados y puede que indilucidables.

Siempre he escrito que Toledo me recibió una noche de noviembre, allá en los lejanos ochenta, con niebla y con literatura. Perdido en la bruma y en la noche, un enano iniciático me guió hasta mi hotel, el desaparecido Lino en el arranque de la calle de la Plata. Toledo es escenario mayor de mis dos últimas novelas, Club Lovecraft y Memorias de un hombre de Palo, y en ambas me sumerjo, y trato de que los lectores lo hagan conmigo, en el laberinto de cavernas, simas, leyendas y espectrales corredores que el tiempo y la geografía han operado en esta ciudad.

Nada más llegar a Toledo traté de hacerme con un libro legendario, La Cueva de Hércules o palacio encantado de Toledo. Lo conseguí, en la librería del entonces Colegio Universitario en el Palacio de Lorenzana (antigua Casa de la Inquisición y para mí, escenario del famoso cuento de Poe El Pozo y el Péndulo, pero esa es otra historia). Y enseguida quise conocer a su autor, Fernando Ruiz de la Puerta. Recuerdo que, antes de saber que mi destino (laboral y personal) se ligaba con Toledo, había oído hablar en Madrid de un tipo que hacía extrañas expediciones a una cueva ciclópea y enorme a las afueras de Toledo, donde habría funcionado la enigmática cátedra de ciencias ocultas que dio fama universal a la ciudad del Tajo. Creo que fue en La Vía Láctea, un mítico bar de Malasaña, donde por aquel entonces pinchaba discos mi buen amigo Nacho Campillo, futura estrella del grupo Tam Tam Go.

A veces, los deseos se realizan y pronto tuve el privilegio de conocer personalmente a Fernando, desde entonces maestro y amigo con 25 años de amistad compartida. De hecho, en mi novela El Club Lovecraft efectúa un grato cameo y narra, entre jarras de cerveza, en una conocida taberna de la calle Santo Tomé la expedición a la cueva de Hércules patrocinada por el cardenal Silíceo: una aventura que, como sucedió con los arqueólogos de la tumba de Tutankhamon, costó la vida misteriosamente a sus intrépidos protagonistas.

Como editor institucional, he tenido el placer de colaborar profesionalmente con Fernando en la edición de su fundamental Enclaves mágicos de CLM, primera guía de lugares numinosos específicamente castellano-manchega. Fernando, tras dos décadas de silencio en términos de libro, había vuelto con una oportuna reedición de su agotadísimo clásico y con el delicioso La España encantada.

Para este profesor, matemático y astrónomo, la magia y lo mágico son intentos de los humanos, tan limitados nosotros, de tratar de leer el complejísimo y sutil libro de la realidad, trascendiendo las estrecheces de nuestras mentes en el estadio actual. Y Toledo es su gran visor cósmico, el compendio o suma de culturas y saberes cuyo poso permite tratar de descorrer los velos de Isis en pos de esa anhelada verdad universal. No conozco mejor cicerone en Toledo que Fernando. Lástima que la cueva de la finca Los Higares, que él identificó como la verdadera cueva de Hércules, no sea visitable a la fecha. Cuando se me ocurrió intentar conocerla hace ya casi una década, un par de jeeps me interceptaron el paso implacablemente.

Su más reciente libro, Historia de la magia en Toledo, representa una suma o síntesis de artículos, estudios y datos esparcidos por un sinfín de colaboraciones en revistas, periódicos y otros medios, con nuevas aportaciones fruto de su interminable y entusiasta afán investigador. En sus 235 apretadas páginas el autor ofrece un recorrido a la par riguroso y ameno a través de las artes mágicas toledanas, estructurado en cuatro grandes bloques: Toledo carpetano, Toledo musulmán, Escuela de Nigromancia y siglos XII al XVI (esto es, periodo medieval hasta los albores renacentistas, en que pareció posible una fusión entre magia y ciencia, hasta que se consolidó el desencuentro radical que perdura en la actualidad).

Con cuidada edición, este libro de Fernando Ruiz de la Puerta inaugura la colección Arcanum, que el editor Andrés Covarrubias incorpora a su ya prolífico catálogo de temas toledanos. Gracias a su lectura y a la interpretación de Toledo en término de las regiones simbólicas del Dante, comprendo que en mi ya larga vivencia de esta ciudad he pasado del purgatorio de Bajada de Infantes o Cuesta del Can al cielo de los Rosacruces del barrio de los Cobertizos, con una temporada en los infiernos (bastante gratos, todo sea dicho) de San Cristóbal.

De manera muy documentada y directa, la obra nos sumerge en un mundo sorprendente y a veces estremecedor, demostrando por qué Toledo fue considerada la capital de la nigromancia desde la Edad Media hasta pleno siglo XVIII, el mismísimo siglo de las Luces. La sombra del reverso oscuro se proyecta mayormente sobre las ciudades clericales y numinosas como Toledo. Fundamental la distinción entre satánicos, devotos y esclavos del demonio, y magos, que trataban de capturar a los demonios para a su vez esclavizarlos. Estos últimos tenían que purificarse mediante ayunos y oraciones e invocaciones a la Santísima Trinidad y a la Madre de Dios antes de proceder al negro ritual. En esta línea, no sorprende que el núcleo del libro sea la Escuela de Nigromancia, paralela en muchos sentidos (y a veces coincidente) a la célebre (y quizá más legendaria todavía) Escuela de Traductores toledana. De hecho, la magia se llegó a denominar por algunos ars toletana.

Para animar a la lectura de este libro, tan entretenido como esencial, nada mejor que una cita del autor: «Toledo ocuparía un lugar importante en lo que podríamos llamar geografía metafísica y mística. Es un lugar idóneo para recorrer de abajo a arriba, desde Malkouth hasta Kether, el árbol de los sefirotas de la Cábala hebrea, cuyos caminos y moradas se identifican plenamente con las callejas y plazuelas toledanas.»n

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