Antonio Illán Illán
Una zanja con mucho trasiego
Diego Lorca y Pako Merino realizan un trabajo verdaderamente maratoniano, ímprobo, abrumador y fatigoso, pero le ponen fuerza y mucha pasión

Título: La zanja . Autores, directores e intérpretes: Diego Lorca y Pako Merino . Escenografía: Titzina . Vestuario: Núria Espinach . Iluminación: Albert Anglada y Diego Lorca . Música y sonido: Jonatan Beranbeu . Producción: Titzina Teatre . Escenario: Teatro de Rojas .
Los actores, directores e intérpretes de «La zanja» realizan un trabajo exhaustivo de creación a partir de la historia de Pizarro y Atahualpa y la situación real del capitalismo especulador minero que se introduce en el territorio de los indígenas actuales, con accidente de sustancia tóxica incluido. El ayer y el hoy, la realidad y el símbolo, el documento histórico y el sociológico. El trabajo es tan intenso que cuesta seguir los hilos de un ovillo que hilvana cambios de planos temporales, de identidad de los personajes, de estados de ánimo o de situación social y cultural, de tal manera que hay que estar muy atento o saber mucho de historia, de química, de sociología, de capitalismo invasor, de relaciones familiares, del indio del altiplano, de la naturaleza, de los engaños a las personas, de las violaciones, de las venganzas, de los fantasmas o de la cabeza del mito de Inkarri, que, tras cortársela, aún anda por ahí viva, según la leyenda, y le está creciendo el cuerpo. Todo se quiere contar en microescenas que se suceden sin solución de continuidad y si el hilo se pierde, no hay cosa peor en el teatro que no poder mantener la tensión, pues en la butaca, en la oscuridad y sin tensión ya sabemos lo que pasa, que Morfeo va y viene de los palcos a la platea.
La presencia de dos solos actores carnalizando tanta materia teatral, con una escenografía exigua, supone un trabajo verdaderamente maratoniano, ímprobo, abrumador y, sin duda, fatigoso. Pero le ponen fuerza y pasión, mucha pasión. Viendo esta permanente apuesta por cambiar la postura, la voz, el diálogo y el tema del que dialogar, la unidad de tiempo, de acción y de lugar, de los dos creadores de la compañía catalana Titzina, no me ha quedado más remedio que acordarme de Lope de Vega afirmando que «el teatro son dos actores, una manta y una pasión».
Hay quien ha afirmado que «La zanja» es uno de los mejores espectáculos teatrales producidos en 2018. Sí juntamos los hilos y terminamos por ver claro que el poder corruptor del oro o del dinero (como ya pasaba en la literatura del Arcipreste de Hita, de la Celestina o del Lazarillo) transforma a las personas y convierte a los ciudadanos más éticos en hienas, entonces empezamos a ver que en «La zanja» hay mucho meollo, que se puede perder con tanto ir y venir de tema a tema en los «corsi e ricorsi» de la historia.
Al final resulta que «La zanja» es una obra para levantar la negra bandera de los antivalores de la sociedad a lo largo de la historia , ya sea en tiempos de Pizarro o en la actualidad. En el fondo la zanja en la tierra es la metáfora de la que todo lo ¡bueno! sale (el oro) y en la que todo lo malo entra: la ilusión que se pierde y los sueños que se acaban, las vergüenzas y los muertos de una humanidad deshumanizada.
Quizá la demasiada heterogeneidad impida hacer una idea clara, mientras se ve la función, y haga falta una reflexión posterior, que no todos los espectadores van a realizar; sin embargo, en ese realismo, mágico a veces y crudo otras, en esos microdiálogos que rayan en el absurdo, aunque son muy definitorios de la cultura popular, hay personas que retratan lo que pasa y casi nunca se cuenta.
Meritoria es la interpretación compleja de Diego Lorca y Pako Merino , como ya se ha señalado, sobre todo en el aspecto corporal, con desdoblamiento continuo de personajes, y un poco atenuada la voz y el volumen de algunas vocalizaciones que no se entendían bien. Y así mismo de interés y muy bien aprovechada es la escenografía de muy pocos elementos, aunque efectivos, y la iluminación para resaltar situaciones.
Sorprendente el final frío que despista al espectador, que, al no saber si la obra ha terminado o no, se muestra parco en el aplauso, o al menos así lo vi en el Teatro de Rojas .
Seguro que los aventajados de la crítica y los sabios del teatro me llamarán paleto y clasicista si digo que no me parece una obra adecuada para la campaña de teatro escolar. Pues no me lo parece. Al público joven hay que atraerlo enseñándole buen teatro y que lo pueda asimilar bien en fondo y forma. Sin embargo para degustar obras como la de Titzina, de Cerdanyola del Vallès, hay que ir ya muy enseñado.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete