'Limpiezas Traumáticas', la empresa familiar de Albacete que lleva diez años borrando los peores asesinatos
Un libro de la periodista Beatriz González recoge la historia de Manuel González, su fundador, y de todo un equipo de profesionales que pasó de adecentar edificios en Hellín (Albacete) a abrir sucursales por media España para limpiar las huellas de la muerte
El crimen de Pioz, autopsia de un asesinato a través de WhatsApp
![Manuel González (a la izquierda), junto al grupo de profesionales de la empresa 'Limpiezas Traumáticas'](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/10/01/limpiezas-Rqd3KeHRi0ND1Hac7uZLq4L-1200x840@abc.jpg)
Cuando entran, los cuerpos ya no están, pero saben todo lo que ha pasado ahí. O lo imaginan por los restos que ven: una mancha de sangre en el suelo que marca el recorrido hacia una puerta a la que la víctima no llegó; arañazos en la pared que muestran cómo intentó defenderse… Estas son algunos de los rastros de los más sonados asesinatos que se han perpetrado en España. Escenas del crimen que bien podría describir un policía, un juez e incluso algún escritor de género negro o policíaco que esté preparando su próxima obra.
Sin embargo, lo más sorprendente de estas descripciones es la exactitud con las que la narra alguien que no tiene que ver con esas profesiones, sino con el sector de la limpieza. Manuel González es el fundador de Limpiezas Traumáticas, una empresa familiar que comenzó hace diez años limpiando edificios en Hellín (Albacete), de donde es originario, a abrir sucursales por media España para borrar las manchas que la muerte ha dejado en los escenarios de los más viles crímenes del país.
Una década de historia que ahora ha sido recogida en un libro escrito por la periodista Beatriz González (Madrid, 1976), 'Limpiezas Traumáticas. Familia González, 10 años eliminando las huellas del crimen' (La Esfera de los Libros). La autora cuenta a ABC que conoció a Manolo, como llaman al responsable de esta empresa familiar, pocos meses antes de comenzar a escribir su relato, fruto de otros trabajos periodísticos.
«Al otro lado del teléfono me encontré con un tipo muy afable, sensible, que hablaba de su trabajo con muchísima empatía hacia las familias de las víctimas, y me pareció que había una historia muy interesante detrás de todo aquello. No solo por los casos mediáticos de crímenes cuyos escenarios habían limpiado, de los que se habla en el libro, sino también por cómo esa forma de vida afecta a su día a día», afirma.
Manuel González llevaba más de 20 años trabajando en un instituto en Hellín, llevando el mantenimiento, y cuando sus hijos se quedaron en paro se le ocurrió montar una empresa de limpieza para ellos. Así empezaron: limpiando portales, oficinas, los calabozos de comisarías… Hasta que un día una trabajadora social que los conocía les preguntó si podrían limpiar el piso de una persona con síndrome de Diógenes que había fallecido en su casa y nadie se había dado cuenta hasta unas semanas después.
De esa manera comenzó esta exitosa empresa que ahora tiene delegaciones en Madrid, Valencia, Málaga, Granada, Murcia o Jaén, entre otros lugares. «Aunque no dan pistas de su facturación o de lo que cobran por servicio, porque se presupuesta en función de lo que les vaya a llevar ese trabajo, sí reconocen que la empresa es muy rentable», señala Beatriz González.
Para hacerse una idea, la periodista informa de que en otras empresas de su sector los servicios suelen oscilar entre los 1.200 euros si es un trabajo sencillo hasta los 5.000 euros o más cuando se trata de un trabajo muy complicado que puede llevar más de una jornada completa con 6 o 7 trabajadores. Y cada semana tienen al menos 5 o 6 trabajos, más en determinadas épocas como el verano o la Navidad, cuando pueden hacer dos diarios.
«Trabajar con la muerte pone mal cuerpo. No todo el mundo está hecho para ello», asegura Manolo, que apunta al éxito de su trabajo: «La clave no está solo en dejar los escenarios como si en ellos no hubiera pasado nada, sino también en el trato con las familias, en intentar ponerles las cosas lo menos difícil posible en un momento muy complicado para ellos, en el que se agradece cualquier forma de ayuda».
![Estado en el que quedó la vivienda de los tíos del autor del crimen de Pioz (Guadalajara)](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/espana/2023/10/01/pioz-U18577464064Mry-624x350@abc.jpg)
Por eso, tal y como señala la autora del libro, «con el tiempo han aprendido a poner masilla en las marcas que puede dejar una cuchillada en la pared o el hueco de un casquillo, a deshacerse de los muebles o los colchones llenos de sangre que la familia no quiere ni ver, precintándolos con bolsas negras y metiéndolos en un camión donde recogen todo lo que luego se incinera… De alguna forma, aunque es un trabajo por el que obviamente se paga, es también una labor social».
Los peores asesinatos
En estos diez años, el equipo de Limpiezas Traumáticas lleva ya unos cuantos asesinatos a sus espaldas, como se suele decir. La escritora, después de hablar con sus empleados, dice que todos recuerdan especialmente, para mal, tres crímenes: el de la familia de Pioz (Guadalajara), el de una madre y su hija en Móstoles (Madrid) y el de Laia, una niña de 13 años, en Vilanova i la Geltrú (Barcelona). ¿Por qué? El común denominador de los tres es que había víctimas que eran niños.
Para limpiar los rastros de la muerte, según explican, usan productos químicos que levantan la sangre y los fluidos corporales, ozono para desinfectar y unas vaporetas especiales para que no quede ningún rastro de nada. Además, dependiendo de lo que haya pedido la familia, se deshacen de lo que no quieran ver, ya sean muebles, colchones… Lo que sea que les haga dejar de pensar aún más en la tragedia.
Pero lo que es más difícil de borrar son las imágenes del horror que se han encontrado. «Ellos cuentan que los muertos acaban agolpándose en sus cabezas, que uno no acaba de acostumbrarse a este trabajo. Cada uno lleva su historia consigo, lo que ha visto, lo que ha limpiado, lo que ha hecho… Pero no lo comentan entre ellos, se lo guardan. Manolo contaba que en los escenarios de crímenes más impactantes no se miraban para no verse llorar los unos a los otros, pero que se sentían», relata Beatriz González.
Sin embargo, sí han aprendido a separarlo de su vida personal, a salir del domicilio donde han estado trabajando e intentar no pensar más en ello. En ocasiones, María Dolores, una sobrina de Manolo que trabaja en las oficinas y es psicóloga, les da «un repaso», como dice Manolo, cuando los ve muy tocados. «Si no, sería imposible sobrellevarlo», reconocen a la periodista, que se queda con una frase en modo de advertencia que le soltó el fundador de Limpiezas Traumáticas en su primera jornada con ellos: «A estas cosas hay que venir preparado. Entrarás con nosotros, olerás, verás y, al final, te arrepentirás».
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