Vítores, respeto y un sol templado
Miles de españoles se congregan, con respeto, en la plaza de Oriente para desear buenas venturas a Felipe VI por los diez años de su proclamación
Documental | 363 segundos: el discurso más difícil de Felipe VI
Felipe VI: «A la Constitución y a sus valores me he ceñido y me ceñiré siempre»
El sano pueblo de Madrid, el que hoy ha aclamado a Felipe VI a los diez años de su reinado, se ha levantado con premura. Quizá haya dormido profundamente, haya mirado al cielo y haya visto nubecillas; hilos de humo apenas se ha preparado ... el café, ha encendido el televisor, ha visto el izado de la bandera de la plaza de Colón... Y ha hecho lo suyo con la propia.
El madrileño, al compás siempre de los Reyes aunque no sea consciente, ha tenido noción de que este miércoles había y habría de brillar más que un sol. Y a las calles se ha echado. Desde lo más alto de la mañana se podía él inmiscuir en una cola multitudinaria para el cambio de guardia en la plaza de la Armería, una cola que era despachada raudamente. No sin su pequeña polémica; la pobre repartidora de banderas gratuitas de España, con no sé sabe que misterios castizos en la voz, iba a apartando a moscones que no iban a lo que iban, sino a hacerse con una bandera por la cara y sin una defensa del Estado constatable en su cartilla.
La fila estaba siendo mitológica y limpia, a razón de cómo llegaban los transportes y se despachaba adentro al personal. Había quien no decía nada, o quienes decían un poco más allá, como Alejandro y Pablo Narváez, de Ecuador, apellido espanolísimo, el vástago nacido en España. Había emoción entre ambos «por lo querido que es el Rey». Acaso porque Felipe VI, lo recuerdan casi a coro los Narváez, es «hijo predilecto» de muchas localidades a pocos kilómetros de la línea del Ecuador. El idioma y la monarquía representados en un comentario al azar.
Nacionalista toledano
En la puerta del Palacio Real, la guardia iba armándose con el metal refulgente infundiendo continuidad, Casa y Heredera. Algo de eso iba proclamando un «nacionalista toledano» en guasa, Antonio Díaz, que esperaba que los tres Ejércitos le desfilasen «a la cara». Preguntado por esa querencia al terruño 'bolo' (toledano), respondía que días como el del décimo aniversario le «suenan muy mal a los independentistas» y le «alegran». Eso iba pasando, mientras, en la fuente de Felipe IV, buscaban la mejor perspectiva con agradecimiento retrospectivo a Isabel II que erigió el monumento. Eloy y María José, abuelo y nieta, se habían quedado en el pequeño montículo de la estatua: «Si no, luego 'me se' pierde», decía con dejes del suroeste. No había que corregirle, tampoco preguntarle por eso tan difuso del «se». El «se» era la democracia, mostrándose a corona abierta.
El 'dramatis personae' que a las once y pico aplaudían al coche oficial era vario. Una chica con la Cruz de San Andrés no quiso dar razón de su aliño indumentario. En otra parte, el sofoco a la repartidora de banderas se le había pasado. Y es que fue llegar la familia real y que, como por milagro, se parase la breve turbamulta. Cuando las salvas conmemorativas, Luis Rodríguez, de Asturias, natural de Gijón, proclamaba que había «venido por el cambio de guardia, por ver». Y se encontró en medio del cogollo. La Marcha Real se escuchaba en algunos teléfonos; Madrid y visitantes se iban asentando.
Ya, con la Patrulla Águila, el delirio. El delirio, sobre todo, en esa salida de la plaza de Oriente al Palacio, a la izquierda de todos los reyes que fueron Historia pura. Una línea desde donde hacia atrás y a la derecha, como chutaba Sergi, habían de colocarse los usuarios, dichosos, de la monarquía constitucional. Lo decía la Policía y el sentido común a la vera de unas letras que decían : «Felicidades».
Humo rojigualda
Ricardo se ajustaba las gafas de sol, y a un «¿Qué quieres saber?» se contestaba a sí mismo con un dedo al aire, besándose un anillo y señalándose el boquete de la operación de traqueotomía. Decir dijo poco, tan rápido como el humo rojigualda que dejó en los cielos, sobre el antiguo alcázar, la Patrulla Águila. Pero en él residía el espíritu de agradecimiento a la Corona.
Entre desfiles y saludos, Miguel venía de museos, pero, la Historia, a su Historia, «que no le diera mucho el sol». La monarquía tiene sus tiempos, las ciudadanos también: son coincidentes, pero cuando también lo son a la hora, a la fecha y en el día, regalan estampas no de adhesión, que es palabra con carcundia, sino de admiración. Por eso las filas. Por eso nadie con una proclama gruesa. Por eso, una jornada particular.
En los escasos minutos del balcón abierto, como en un poema, se ha visto la Historia confirmarse a sí misma. Julio, el 'Melenas', («dí que soy de Huelva») no podía imaginar mejor guinda a sus vacaciones. Se lleva a Suiza el ver a su Rey y a quien le ha de suceder. «Guapa, Guapa», con cariño de madre a Leonor. Vítores con rima mala a Puigdemont iban entre los aplausos. Entró la Familia Real, y más de uno se vio en el mismo sitio hace tanto, y tan solo, una década. Cuando cerraron el balcón, alguna lágrima tamizada por las gafas de sol.
A la tarde, a todos ellos, les esperaran más sorpresas cuando el sol, templado, vaya cayendo entre la multitud.
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