Cándido Méndez: «Sánchez debería convocar elecciones y llevar la amnistía en su programa»
El ex secretario general de la UGT repasa en un libro su trayectoria y reflexiona sobre el futuro de España
Asegura que los grandes sindicatos españoles no son corporativos y que por ello siguen teniendo un importante papel que jugar
Sánchez señala al juez del caso Begoña en otra carta por citarla como imputada
Cándido Méndez (Badajoz, 1952) llegó hace ahora treinta años a la secretaría general de la Unión General de Trabajadores (UGT), donde sucedió al histórico Nicolás Redondo Urbieta, fallecido el año pasado. Antes había liderado al sindicato en Andalucía, tierra donde pasó buena parte de ... su infancia tras desplazarse allí su familia, y había sido diputado del PSOE en el Congreso hasta que dimitió a mediados de los ochenta, como también hizo Redondo, por las discrepancias entre el partido y el sindicato hermanos (fundados ambos en el siglo XIX por Pablo Iglesias) a cuenta de la huelga general del 14-D en 1988, un hito histórico que no ha vuelto a repetirse en esas dimensiones. De eso y de su historia personal habla en 'Por una nueva conciencia social', el libro que Deusto pone a la venta estos días.
En realidad Méndez tenía el viejo proyecto de escribir un libro sobre su padre, también Cándido de nombre, y como él militante socialista y ugetista. «Él fue uno de los impulsores de la huelga campesina que precedió a la revolución de 1934 en Asturias, la huelga general revolucionaria de octubre», recuerda en el primer capítulo de su obra, donde cuenta cómo su progenitor sobrevivió a la Guerra Civil, pero terminó encarcelado, condenado a muerte, aunque luego la pena fue conmutada, y liberado en 1945, «aunque desde entonces tuvo que acostumbrarse a vivir con un estigma. Quedó en régimen de libertad vigilada, y su nombre pasó a engrosar una larga lista de personas no afines al gobierno franquista y cuya integridad estaba en entredicho para las autoridades». Finalmente su libro tiene un género híbrido, a mitad de camino entre las memorias personales, la crónica de su paso por la política y el liderazgo sindical y la reflexión sobre los retos económicos del futuro. De todo ello nos habla en media hora de intensa conversación.
¿Cómo ha cambiado el sindicalismo desde que usted llegó en 1994 a liderar UGT?
Ha habido un cambio radical, sobre todo por la disrupción digital. Pero si nos hacemos la pregunta de si son necesarias las organizaciones sindicales en un mundo tan distinto al de hace treinta años, yo digo que sí. Tan necesarias como hace treinta años. Además, yo creo que las características de UGT y de CCOO son las más adecuadas para esta época. Porque son poco corporativos, y se puede comprobar a lo largo de su historia. ¿Por qué hay pensiones no contributivas? Por un pacto sindical, después de la huelga del 14-D. Las no contributivas son la última malla de protección social en caso de vejez. La ley de dependencia, o la primera ley de igualdad, se pactó con las organizaciones sindicales. Y la última reforma laboral.
Dice en el libro que el éxito del 14-D no se ha vuelto a repetir. Y seguramente no lo hará.
A veces se piensa que los sindicatos son potentes si convocan huelgas generales, pero la influencia de las organizaciones sindicales está más relacionada con la capacidad de negociación que con las huelgas, que a veces son síntomas de debilidad, justo de lo contrario. El 14-D es irrepetible, entre otras cosas, porque había una única televisión, la pública [sonríe] que se fue a negro, ahora hay televisiones a cascoporro, como se dice vulgarmente.
¿Se ha resentido el prestigio de los sindicatos?
En España, si se hace un análisis sobre la valoración de las distintas instituciones, la única que se salva es el Ejército, y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Ni la Prensa, ni la judicatura, ni los partidos políticos, tampoco los sindicatos. Ahora espero y deseo que esté en fase de recuperación, o espero que ya esté recuperada, la Monarquía, la institución. Esa es un cara de la moneda, pero la otra es que en las elecciones sindicales las dos grandes confederaciones, UGT y CCOO, siguen teniendo prácticamente el 70% de la representación. E insisto, las organizaciones poco corporativas son las que más futuro tienen, porque precisamente la revolución digital está homonegeizando los distintos sectores. Hay muchas cuestiones transversales. Las hay sectoriales, sí, pero hoy cualquiera que vaya a una fábrica ve que en muchas lo que hay son ordenadores.
«En España la única institución que se salva por su valoración es el Ejército, ni la judicatura, ni la Prensa, ni los partidos ni tampoco los sindicatos»
Usted admite que aunque se opuso en su día a la entrada en la OTAN fue lo que modernizó el Ejército.
Sí. Yo he tenido la fortuna de asistir, durante ocho o nueve años, junto a la Patronal, a un debate en la Escuela Superior del Ejército. Y he visto el cambio radical. Un Ejército que estaba destinado a defender a un régimen de su propia población a uno que en sus misiones internacionales es un ejemplo en el mundo. Eso se debe, efectivamente, entre otras razones, a tener que viajar y a compartir experiencias con otros compañeros, en este caso de armas.
Otra institución que ha sufrido esa crisis general de desprestigio es la Iglesia. Usted habla mucho de ella en el libro, y rescata su papel clave en el tardofranquismo y en la Transición a la democracia.
Hay que hacer una diferenciación entre la Iglesia jerárquica y la de base. La Iglesia por la base, durante el franquismo, estuvo en contacto con los trabajadores e hizo una labor estimable. Yo me he reunido más de una vez en iglesias, en la clandestinidad. Y en cuanto a lo que digo de la Iglesia jerárquica hay una excepción, y habrá más, ojo, pero yo tengo muy presente la del cardenal Tarancón [Vicente Enrique], quien lleva a la Iglesia en España de ser instrumento del nacionalcatolicismo a rescatarla para sus fieles. Que le costó muchos quebraderos de cabeza. Yo soy voluntario en la Iglesia de San Antón, voy una vez a la semana a servir desayunos a los sin techo. Yo creo que la Iglesia mantiene esa tensión, entre el trabajo por la base y luego los problemas de la jeraquía, pero hay que reconocer que la jeraquía está también cambiando.
Señala que la socialdemocracia tiene dos retos o problemas, las políticas de choque contra el cambio climático que llevan a un retraimiento del crecimiento económico y la mano de obra barata que se importa con la inmigración desregulada. Esto es casi anatema para los partidos de izquierda hoy en día, incluido el suyo.
Hace cuarenta años, la irrupción de la doctrina Reagan-Thatcher tuvo un impacto formidable en la política y en las decisiones, basada en simplificaciones. A partir de ese momento se empieza a producir una decadencia de la socialdemocracia, que busca terceras vías contemporizadoras, como fue el caso de Tony Blair, y empieza a perder relación con el origen fundacional de la socialdemocracia, que es con la clase trabajadora y sus problemas. Ahora incluso ese fenómeno se ha incrementado, porque se ha pretendido sustituir como eje la lucha por el trabajo por luchas muy nobles, pero sectoriales. La lucha ecológica, la lucha por la igualdad de género… lo que se hace es descomponer en un espectro de diferentes facetas la igualdad. A su vez, yo creo que hay responsabilidad histórica de la socialdemocracia en relación con el ascenso de los partidos de extrema derecha. En muchos casos, y el más notable es el de Francia, son trabajadores los que votan a la extrema derecha, porque tienen miedo al futuro, a perder su trabajo.
¿Ocurrirá en España?
Lo que veo en España es que se produjo la fragmentación del escenario político con la irrupción de Podemos, Ciudadanos y Vox. Pero ahora está sucediendo lo contrario, y vuelve a recuperarse el peso de los dos grandes partidos políticos. La única enseñanza clara del 23J y de las autonómicas y municipales previas es que se recupera ese peso de los grandes y empieza a reducirse el de los extremos. Por eso yo tengo una diferencia notable con lo que hace el Gobierno -que es totalmente legítimo, lo quiero resaltar- y en relación a decisiones como la ley de amnistía. Pero ese no es el mensaje de la población española, para mí el mensaje es 'oiga, pónganse de acuerdo, porque ustedes son a la vez gobierno y oposición'. Uno es oposición en ayuntamientos y comunidades autónomas y otro en relación al Gobierno de la nación, y tenemos mucha tarea pendiente. Como es el cambio digital, la transformación verde, la ejecución de los fondos europeos, la resolución de los graves problemas de productividad que tiene nuestro país, o el problema de la vivienda. Estamos en un momento de grandes oportunidades y podemos tirarlo por la borda.
«Hay una responsabilidad histórica de la socialdemocracia en el ascenso de la extrema derecha»
Pero el PSOE dice que el resultado de las catalanas y la victoria de Salvador Illa sí avala la amnistía como una medida para la convivencia en Cataluña.
No estoy de acuerdo. Ahora mismo, y nadie se salva, los partidos políticos cocinan unas narrativas para influir en el estado de ánimo que tienen poco que ver con la realidad. Hay análisis desde la izquierda catalana que creen que el resultado del PSC podría haber sido mejor sin la amnistía. Han ganado las elecciones, sí, pero es que el PSC ha llegado a tener 52 diputados en 1999, no lo perdamos de vista, y ahora tiene diez menos. Y hay otro elemento, el otro día, cuando se aprueba definitivamente la amnistía, la palabra que pronuncian los partidos independentistas es 'victoria', y esa palabra tiene un antónimo, que es derrota. Victoria y derrota tiene poco que ver con reconciliación. Y la reconciliación se tiene que hacer efectiva por los partidos que rompieron la legalidad del Estado, con una insurrección. Pero no es así.
Esto choca con el posicionamiento actual de la UGT y de su sucesor al frente de la misma, José María Ávarez.
Las organizaciones sindicales son muy complejas, y además muy abiertas, con distintas sensibilidades de verdad. Los brazos de madera no se estilan, no hay unanimidades. Y yo entiendo la posición de las dos direcciones sindicales. Tienen que contemplar la diferencia de posiciones porque tenemos trabajadores afiliados de todas las tendencias. Y además el último llamado a dar una opinión soy yo, que he sido secretario general de una de ellas.
¿Y entiende la segunda carta del presidente del Gobierno sobre el caso que afecta a su esposa?
Yo puedo hablar como afiliado…
Usted es un exdirigente importante del PSOE, fue diputado…
[Sonríe] Sí, y lo dejé hace tiempo. Yo no soy partidario de las relaciones epistolares. Yo creo que en una sociedad democrática que funciona hay dos maneras de dirigirse desde la Presidencia del Gobierno a la nación, una es una rueda de prensa y otra una comparecencia ante el Congreso. Ésta es una fórmula inédita. El presidente del Gobierno debe tener conciencia de que representa a todos los españoles, le voten o no le voten.
Felipe González dijo que no se creyó que Sánchez pensara en dimitir, cuando su primera carta. ¿Usted?
Yo ni me lo creí ni me lo dejé de creer. Y voy a precisar. Yo lo que creo que debe de hacer es convocar elecciones, y presentarse y rendir cuentas. E incorporar en el programa electoral la amnistía, y que el pueblo español tome la decisión.
«Los independentistas hablan ahora de 'victoria', su antónimo es derrota, y eso no tiene nada que ver con la reconciliación»
Volviendo al pasado, en La Transición la UGT era el patito feo, si me lo permite, frente a CCOO y la USO.
[Se ríe abiertamente] Me ha gustado mucho esa comparación, porque cualquiera que conozca el relato sabe que el patito feo al final era un cisne. Es verdad que había menos visibilidad de la UGT, no lo puedo negar, pero sí había UGT, había UGT [cambia enseguida a un tono más severo] Y hay que tener en cuenta que la UGT fue ferozmente reprimida hasta los años cincuenta. Y era la única organización que tenía la dirección en el interior, luego ya tuvo que salir porque asesinan en 1953 al que era nuestro responsable, aquí, en lo que es actualmente la sede de la Comunidad de Madrid, a Centeno [Tomás, dirigente del PSOE y la UGT en el interior en los primeros años de la dictadura].
Hay que ubicar cómo se produce el debate para la recuperación de las libertades democráticas. Hay un movimiento muy fuerte en el que se vinculan las reivindicaciones sociales y laborales con la reivindicación de la democracia. Los vehículos materiales eran pedir cosas muy básicas. Había zonas de España donde no había ni agua corriente ni calles ni aceras, en los años sesenta. Se habían hecho bloques de aluvión, sobre todo en las grandes ciudades, y había problemas de pavimentación. Esas reclamaciones materiales, o salariales en las empresas, pues eran los vehículos para pedir libertad y democracia. Yo creo que una de las características de La Transición es que había una conjunción espléndida, entre diferentes instituciones, y también asociaciones de barrio, vecinos, sindicatos, partidos… la sociedad civil estaba bullendo, es una de las cosas que noto en falta ahora.
En segundo lugar, se produce una convergencia entre jóvenes y viejos, entre gente del régimen que sabe que hay que avanzar hacia la democracia y antifascistas, o antifranquistas. Uno de los pilares fue la amnistía, que es la reconciliación. Entonces sí que se hace de la necesidad virtud, de la necesidad democrática se ejerce la virtud de la reconciliación, que no es el caso actual. Eso genera el marco para construir una Constitución que es de las más avanzadas de Europa, si no la más avanzada, quizás con la excepción de la portuguesa. Pero en paralelo, en los años en los que se estaba discutiendo hubo quince mil huelgas en España, protagonizadas por las organizaciones sindicales. Así se expresó la sociedad civil. Hay países de Europa que no tienen recogido el derecho a huelga como derecho constitucional, España lo tiene, tampoco la negociación colectiva, y España lo tiene; hay países de Europa donde los sindicatos no están en el título preliminar de la Constitución, como ocurre con la nuestra, que también reconoce a la Patronal.
La UGT en esos primeros años tiene un papel muy importante, porque acordamos con la Patronal para el marco de democratización de las relaciones laborales, en el Estatuto de los Trabajadores, y llegamos a acuerdos sobre los salarios, la inflación y la jornada laboral, que redujimos en 126 horas anuales. Y eso es lo que da pie o pone la base para que en España se instaure la jornada de 40 horas y los treinta días de vacaciones retribuidas. Pero esa decisión política tiene una base de acuerdo entre sindicatos y Patronal. A patir de ahí se produce una expansión de las organizaciones sindicales, y luego yo creo que uno de los grandes aciertos de UGT y CCOO ha sido la unidad de acción.
Una de las ideas más polémicas que defiene en el libro, y que empieza a tener actualidad en países de nuestro entorno, es su defensa del servicio militar obligatorio, de la mili.
Se ha recuperado en Suecia, y en otros países. Hay que hacer una precisión, el servicio militar obligatorio no está eliminado, está suspendido. Yo soy partidario de recuperarlo. ¿Con la fórmula de mi etapa vital? No, un año no. Tres meses. Porque yo creo que sería un factor de cohesión social y de un mejor conocimiento de los jóvenes entre ellos. Habrá quien diga que para eso están los Erasmus, bueno, eso para el que vaya de Erasmus. Yo soy un partidario del pueblo en armas, si se me permite la expresión. Junto a un Ejército profesional yo creo que los ciudadanos deben estar familiarizados con el uso de las armas, para respetarlas, entre otras cuestiones. Yo estuve en una compañía de operaciones especiales, y he tirado con todo tipo de armas ligeras. Cuando llegué a ser diputado, nunca se me ocurrió pedir licencia de armas, y pedir una pistola, muchos diputados lo hicieron. Y luego, evidentemente, esos tres meses o menos, y evidentemente chicos y chicas.
¿Quienes son los que tienen mayor nivel de oposición? Los propios militares. Ellos cren que eso detraería recursos e inversiones. Y además, yo creo que no somos conscientes del momento en que vivimos, En Europa hubo dos guerras mundiales y nosotros no participamos, pero ahora pertenecemos a la OTAN, al aparato militar. Ya estamos incluidos, porque tenemos bases, compromisos militares y políticos, en los mecanismos de defensa occidentales.
Pero habría mucha oposición social, como ya la hubo antes de la extinción de la mili.
No lo sé. A lo mejor nos llevábamos una sorpresa.
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