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incendios forestales

En las entrañas del fuego en La Palma: «No queda nada, no hemos muerto de milagro»

Alfonso Ballesteros, su pareja y sus hijos de 4 y 6 años salieron con lo puesto huyendo del fuego, en cuestión de minutos las llamas ya habían alcanzado su casa

El corazón de La Palma, ardiendo y en riesgo crítico por un «descuido»

Alfonso Ballesteros visita su casa en Puntagorda, devorada completamente por las llamas REUTERS/Borja Suárez

Laura Bautista

Las Palmas de Gran Canaria

Alfonso Ballesteros, su pareja y sus dos hijos de 4 y 6 años lo han perdido todo. «Es impresionante la fuerza del fuego, no ha quedado nada», apunta en la visita en lo que hace apenas unos días era su vivienda familiar, hoy pasto de las llamas del incendio forestal de Puntagorda, La Palma. Él y su mujer estaban despiertos, eso les salvó. «Olimos a quemado, y en dos minutos ya teníamos el fuego encima», recuerda, «si llegamos a estar dormidos no lo hubiéramos contado».

Su vivienda en el centro del pueblo de Puntagorda es una de las primeras que arrasó el fuego, tal y como narra «desde el minuto cero yo ya sabía que nos íbamos a quedar sin casa». Aún así la fuerza de Alfonso y su familia es un ejemplo, «ya le he dicho a los niños que tenemos que pintar la casa nueva, no podemos venirnos abajo delante de ellos», ya que al final «son solo cosas materiales».

«No nos enteramos del fuego, fue mi mujer la que olió a quemado y gritó que había fuego», cuando se asomaron, ya tenían las llamas a 200 metros. «Le dije que despertase a los niños , los vistiese y se marchase, que no nos vieran nerviosos», pero en cuestión de segundos la situación se volvió crítica. «Ni los vistas, sal ya de aquí», le dijo a su mujer, «yo me quedo, esto no se quema, esta casa la apago», confió. En cuestión de minuto y medio «ya no podía respirar», la madera de tea de esta casa con zonas de más de 100 años de antigüedad generó un humo irrespirable. «Tuve que salir, no se veía nada», en ese momento «di por perdida la casa, ya no había nada que hacer», narra a ABC.

«Decidimos ayudar a los vecinos, mi casa ya estaba perdida»

Aún no había aún efectivos de extinción, ni voluntarios y aunque la primera cuba no tardó demasiado en llegar, juntos tomaron la decisión de dejar atrás su casa. «Mi casa ya estaba perdida, pero aún podíamos salvar la casa de algunos de mis vecinos», y así fue.

Desde una zona más alta pudo ver junto a su familia la dirección del fuego, y como ya consumía las entrañas de su vivienda. «Me tomé cinco o diez minutos para digerir la situación, y volví a ayudar a proteger las demás casas de la zona».

Se considera afortunado, «mis hijos son pequeños, no echarán de menos la casa y si nos ven bien lo llevarán bien», porque es cuestión de actitud, asegura, «les hemos trasmitido que no ha pasado nada, y ya están pintando la casa nueva y haciendo la carta a los Reyes Magos para tener de nuevo juguetes».

De la casa de Alfonso, en Puntagorda, no queda nada REUTERS/BORJA SUÁREZ

«Su sueño se vino abajo en un minuto»

Su mujer lo llevó un poco peor, aunque su derrumbe fue solo momentáneo, narra. «Ella es de Gran Canaria, se vino a vivir aquí para tener algo nuestro, donde no pagásemos alquiler, ese sueño se vino abajo en un minuto». Pero, como él mismo recuerda, «no se acaba el mundo». La lección del volcán la tiene aún presente. Ellos no lo sufrieron de forma directa pero sí personas cercanas. «Ellos lo perdieron todo y han seguido adelante, todo sigue».

«Cuando entre hoy me he quedado impactado, es que no queda nada, todo está inservible», explica, mientras recuerda la mesa de cristal derretida y una nevera irreconocible, es «increíble la fuerza del fuego». Venirse abajo «no es negociable», porque cuando ocurren cosas así «puedes perder el tiempo llorando y compadeciéndote y empezar a reconstruir». Alfonso Ballesteros, de 40 años, trabaja como agricultor, y tanto él como su mujer conservan el trabajo, y eso «hará que sea todo más fácil».

Lo que más le pesa son los recuerdos que guarda la casa, familiar, «las vivencias de abuelos y bisabuelos», las fotos y las memorias de varias generaciones. «Mi familia vive en mí, y aunque ahora ya no tengo fotos para recordar la cara de quienes ya no están las tengo en la memoria» y eso «es lo único que importa», ya que se encargará de trasladarle todo a sus hijos cuando crezcan.

Alfonso comprueba el estado de su casa, con uno de las bicicletas de sus hijos arrasada REUTERS/BORJA SUÁREZ

«Lo bueno de estas cosas, de una catástrofe de esta magnitud es la respuesta de la gente», celebra, «se me ha gastado la batería dos veces recibiendo llamadas de personas para ayudarnos con todo», y ya están temporalmente viviendo en la casa de un vecino hasta poder encontrar un nuevo hogar.

El fuego empezó en una zona de pinar, «no creo que nadie pretendiese quemar mi casa pero es inconsciencia», porque «si yo estoy durmiendo con ese humo negro no estoy ni yo ni mis hijos ahora mismo, no hemos muerto de milagro».

Para su nueva casa, «los cimientos somos nosotros» y confía plenamente en que las administraciones le ayuden a volver a empezar. El Cabildo y el Ayuntamiento ya se han puesto en contacto con él, y cuenta con ayuda de vecinos, tanto para comida, como ropa y un techo temporal. Por el momento «viviremos en una casa prestada, pero cuando llegue la hora de reconstruir espero que me apoyen las administraciones» y lo dice con confianza. «No quiero nada regalado pero ahora no tengo margen, mi situación es empezar de cero con dos niños» y confía y tiene seguridad en que las administraciones no miren a otro lado.

Alfonso Ballesteros ha abierto un canal para recaudar fondos con quienes puedan y quieran ayudarles a la reconstrucción de su casa a través de radios locales y su perfil personal en redes sociales, porque como ha asegurado, sabe que las ayudas "no llegarán rápido"

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