De madera y eléctrico: el barco del futuro se hace en Mallorca

Se construye de forma artesanal en un modesto taller de la localidad mallorquina de Portocolom, sin apenas maquinaria y con el trabajo de dos maestros d’aixa o carpinteros de ribera a pleno rendimiento durante tres meses. Su inventor, Marc Balaguer, ha necesitado tres años de ‘prueba-error’ para crear el barco del futuro. De ahí su nombre: Nauta Morgau. ¿Por qué? No contamina, es silencioso y tiene una larga vida. «No hay nada igual en la náutica actual, sólo es comparable a los cayucos hechos tradicionalmente en África o Indonesia», presenta orgulloso el ‘padre’ de esta embarcación sostenible y eléctrica, que sitúa a Baleares a la vanguardia de la navegación ecológica. A los pies de la catedral, en el lago salado del Parc de la Mar de Palma, ABC se embarca en una de estas exclusivas barcas hechas de madera, sin clavos y con un casco único. Con una eslora de cinco metros y una motorización de seis kilovatios, está hecha básicamente con madera y resina de epoxi. A diferencia del sistema tradicional, que utiliza tablas, clavos y estopa, es de madera laminada, encolada entre sí para crear una completa estanqueidad, necesaria para instalar los motores eléctricos y lograr una reducción considerable del mantenimiento. «Esto es un barco seco: puede estar siempre fuera del agua o siempre dentro del agua. No tiene el hándicap de la tradicional barca, que tiene que estar siempre en remojo y se puede sacar sólo en invierno. Es otro concepto: es un barco de madera pero lo puedes tratar como un barco de plástico», define Balaguer, que compara su ‘criatura’ con una silla de IKEA. «A la gente no le gusta el paralelismo pero son piezas encoladas. Si quitáramos el casco, veríamos todo hecho de trocitos de madera, unos pegados a otros, sin las costillas tradicionales porque no tiene una estructura dentro». Linajes del siglo XIX. La construcción de embarcaciones es un oficio casi en extinción, que ha pasado de generación en generaciónHacía tiempo que a Balaguer le frustraba dedicarse básicamente a reparar o hacer mantenimientos en un sector donde ya no interesa la construcción de barcos de madera. Un día decidió meterse en la aventura de construir barcos. De madera pero modernos. Modernos pero ecológicos. Hechos 100 por cien en su taller. Combinando el proceso artesanal con las nuevas tecnologías. «A base de estudiar mucho el sistema, mecanizar algunas cosas e industrializar una parte del proceso artesanal, dimos con ello», reconoce. «Buscamos una manera de solventar los problemas, aportando lo que sabemos hacer, que es una construcción naval sostenible, y aportando el plus de la motorización eléctrica para no contaminar y mantener las aguas limpias», describe este carpintero catalán que en 2008 se trasladó a la isla con su familia y dos caballos que tenía por entonces, empujado por el parón de la anterior crisis económica en busca de un futuro profesional. «Llegué a Palma de Barcelona porque un ‘mestre d’aixa’ me ofreció un año de trabajo pero al mes ya le costaba pagarme las horas y tuve que buscarme la vida, así que aprendí de forma autodidacta, trabajando con barcos antiguos como el Marigan o el Enterprise. Los siguientes cuatro años me los pasé restaurando o reformando barcos, y me di cuenta de que la construcción era ocasional, esporádica o inexistente». El declive del oficio empezó en los años ochenta. Los cambios socioeconómicos y tecnológicos lentamente desplazaron la flota tradicional y la construcción es casi anecdótica. «La fibra mató el mercado de la madera, además del ritmo de vida. La gente no tiene tiempo para cuidarla y se compra un barco de fibra, aunque no naveguen igual de bien», lamenta Balaguer. Una industria cambianteA este catalán se le encendió la bombilla hace siete años cuando trabajaba en la reparación de un barco de siete metros de un conocido diseñador de Santander. «Ahí me di cuenta de que ese era el camino de la construcción naval, el futuro o el presente; y empecé a hacer prototipos. Primero un barquito, luego otro, luego me encargaron uno de 11 metros. El siguiente reto es hacer una embarcación más grande de ocho o diez metros, que es lo que el mercado está pidiendo», rememora Balaguer, mientras abre su astillero en la localidad mallorquina de Portocolom. Para entender el germen de todo hay que pisar su ‘laboratorio’, ubicado en este pueblo pesquero situado en la parte oriental de la isla, famoso por tener uno de los pocos puertos naturales de Mallorca y en cuyo muelle se entremezclan modernos yates con las tradicionales barcas de pescadores, los llaüts. Portocolom es una de las cunas de este oficio en extinción, que ha pasado de generación en generación como parte de un saber que se pierde en el tiempo y que capacita a los herederos del maestro a continuar con el oficio y a hacerlo con las particularidades técnicas propias que transmite. Así se han formado durante generaciones familias como los Curret, Sala, Torres o Ferrer, algunas de las cuales han perdurado hasta hoy día como, por ejemplo, la familia March de Sóller o la de los Paraires de Alcúdia. En ambos casos, la historia de sus linajes se remonta al siglo XIX. Fabricantes como Nauta Morgau son herederos de un oficio con mucha tradición - ABCHuele a madera pero ¿dónde está la maquinaria? Cualquier carpintero se asombra al entrar a este modesto astillero de apenas 200 metros cuadrados donde se usan básicamente las manos y la cabeza. Hay apenas tres máquinas básicas; el resto es electroportátil, maquinaria pequeña y, sobre todo, muchas herramientas de mano. «Es un taller artesanal pero el producto que hacemos no está entendido como tradicional sino que hemos dado el cambio hacia algo moderno», defiende su dueño, inspirado en muchos astilleros de EE.UU. con producción prácticamente ‘a mano’. Balaguer tuvo que estudiar milimétricamente el sistema de construcción, mecanizó algunas partes e industrializó una parte del proceso artesanal. Le incorporó baterías de litio para alimentar el motor eléctrico, lo que permite tres horas de autonomía a máxima velocidad o hasta siete u ocho horas si se reduce. El resultado: «Una embarcación muy abierta en la que puedes ir navegando con la popa y los pies dentro del agua; es como una navegación a vela sin las limitaciones de la vela», ‘vende’ casi como un reclamo publicitario. Y otro plus: no necesita licencia. Incluso para profesionalesAunque sus embarcaciones se destinan para uso recreativo, la marca está abierta a hacer modelos de uso más profesional para la vigilancia de puertos o de parques naturales, lo que contribuirá a desmasificar los puntos de repostaje de combustible y aportar fluidez al tránsito portuario. «Cuantas más embarcaciones sostenibles y eléctricas se introduzcan en el parque actual, mayores beneficios presentes y futuros tendremos en nuestro entorno», añade Balaguer, que destaca que el mantenimiento de estos barcos es mínimo. Basta una lijada, una matizada y un pulido cada 15 años y la madera seguirá estando en el mismo estado. «Lógicamente es más cara que una barca que contamina, pero digamos que estás comprando el combustible y el mantenimiento de diez años de golpe. Es una inversión, sí, pero si una persona que puede pagar un barco no la hace, ¿quién lo va a hacer? ¿Qué mensaje estamos dando si lo sostenible es caro?», plantea el CEO de Nauta Morgau, que defiende que su empresa demuestra que es posible tener un barco eléctrico a precio razonable. En busca de negocio. Pese a las horas de estudio y trabajo, los constructores de Nauta Morgau afirman que lo más difícil ha sido encontrar financiaciónDicen que quien prueba un barco eléctrico no se vuelve a subir nunca más a un barco normal, pero todavía hace falta un cambio de mentalidad en el sector: «Encender un motor de gasolina en un puerto debería ser como encender un cigarrillo en un bar o un restaurante. Ahora se entiende como algo anecdótico pero todo llegará», augura este ‘mestre d’aixa’ autodidacta. En un tiempo no muy lejano, los ‘mestres d’aixa de Mallorca eran famosos por la calidad de su trabajo. Los buques que salían de sus manos, transformados en veleros de todas las medidas, eran conocidos y valorados por otras comunidades marítimas del Mediterráneo. Tanto es así, que en 1750 el mismo Gobierno francés pidió al Rey de España que le enviase tres maestros mallorquines para construir cuatro jabeques para la armada francesa. Lo cuentan Bàrbara Tomás y Bernat Oliver en su libro ‘Els mestres d’aixa de Mallorca’, donde advierten de que, tras la época de los grandes veleros, hoy casi han dejado de construirse: «Corren otros tiempos y el sector de la barca de madera, afectado por las transformaciones que ha generado el turismo, la construcción en serie de barcas de plástico o la gentrificación de los puertos se ha visto reconvertido, casi reinventado, hasta el punto que ahora hablamos de maestros que, más que reparar, restauran». Los hermanos Pere y Andreu March, construyendo un barco en 1967 - Familia MarchMaestros cotizadosHasta mediados del siglo XX el oficio tenía una gran representación en toda la costa mallorquina. Tradicionalmente los maestros situaban sus obradores bien cerca de los muelles. El contacto directo con su principal objeto de trabajo, las barcas, les permitía trabajar sin necesidad de trasladarse. «Los maestros trabajaban en sus talleres mientras los vecinos se paraban a observar su trabajo. A menudo se veían expuestos a sus comentarios, casi siempre críticos. Antoni Munar (1931), conocido como ‘Boliquet’, y maestro del Molinar, recuerda cómo bromeaban sus amigos y vecindarios cuando se juntaban en el taller: ‘¡Esto no puede nadar nunca!’, ‘¡Está lleno de agujeros!», relata a ABC Bàrbara Tomás. A partir de los ochenta empezó el declive del oficio debido a los cambios socioeconómicos y tecnológicos que desplazaron la flota tradicional. «La fibra acabó con el mercado de la madera», reconoce Balaguer, que cree que otro de los motivos de esta decadencia ha sido la falta de modernización en un oficio «muy purista» que quizás ha preferido dejarlo morir antes que renovarse. Mientras el sector agoniza, Balaguer trata de reinventarlo con esta nueva tendencia en la navegación, que además contribuye a frenar el cambio climático. Y no le va mal. Carpintería Naval Mallorca, el taller donde se creó esta máquina del futuro -ahora Nauta Morgau, que significa «la navegación del mañana» en latín y esperanto-, se prepara para cerrar sus puertas y abrir uno más grande. La marca busca un espacio más amplio donde aumentar la producción de barcos, cuatro o cinco a la vez, y más grandes. No paran de entrar pedidos de Formentera, Cerdeña y muchos más lugares del mundo. «¡Qué bonito es hacer barcos!», le dicen de vez en cuando. «Vente ocho horas a lijar y lo verás», bromea mientras echa la llave al astillero y entonces confiesa que lo más difícil no fueron las horas de estudio o trabajo, sino encontrar financiación.

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