75 años del plan Marshall: España, de aspirante a verlo pasar de largo

Aniversario de la propuesta de Estados Unidos para ayudar a Europa económicamente tras el caos creado con el fin de la Segunda Guerra Mundial

George C. Marshall, Harry S. Truman y Paul Hoffmann, hablan sobre la implantación del Plan Marshall en la Casa Blanca el 29 de noviembre de 1948 ABC

Inocencio F. Arias

Fue en el verano de 1947 cuando 16 países europeos acogieron aliviados la propuesta de Estados Unidos de ayudarles económicamente para superar el caos creado por la Guerra Mundial. Eran días en que Churchill, ya no en el poder, definía a Europa como «un ... montón de basura, un osario, un terreno pestilente en el que crece el odio, incapaz de levantase por sí sola sin una ingente ayuda estadounidense».

El prestigioso general Marshall, Secretario de Estado parecía comulgar con el diagnóstico y a él se debe la elaboración del Plan de recuperación que lleva su nombre. Lo anunció en fin de curso en la Universidad de Harvard en 1947 : «La realidad es que las necesidades europeas en los próximos años en alimentos y otros productos son mucho mayores que su capacidad de sufragarlos, necesitan una ayuda sustancial. No puede haber estabilidad política sin la recuperación económica. Nuestra iniciativa no está dirigida contra ningún país o doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos».

Truman renunció a bautizar el Plan con su nombre por temor a acrecentar al rechazo que el proyecto encontraría en los republicanos del Congreso, pasmados de una magnificencia que costearía el contribuyente americano. Marshall huyó del unilateralismo, dejó bien claro que serían los europeos los que deberían fijar sus necesidades e incluso los que acordaran quién sería beneficiado. Bidault ( Francia) y Bevin (Gran Bretaña) se reunieron inmediatamente para desbrozar el terreno (Bevin había sido ovacionado en los Comunes cuando mencionó el Plan). El francés, que necesitaba los votos socialistas galos que querían cooperar con Moscú, sugirió invitar a Molotov.

El propio Marshall dijo en una radio que España podía ser candidata. Truman, Reino Unido y Francia no lo apoyaron. Franco tampoco

El ministro ruso aceptó sin vacilar pero pronto en las conversaciones mostró sus remilgos y desconfianza. Manifestaba que la participación podía derivar en una sumisión a Washington quien condicionaría su ayuda al comportamiento «dócil» de cualquier participante. Herbert Feis razona que los reparos y eventual negativa de Molotov se basaban en buena medida en su horror a que los datos económicos rusos fueran examinados por los occidentales en momentos en que la situación soviética era apurada, quería simplemente tapar sus vergüenzas. Añade que en su actitud había asimismo un componente de celos rabiosos: «Estados Unidos podía ofrecer lo que la URSS no podía».

Los partidos comunistas pusieron en marcha su maquinaria para atacar el Plan. El italiano Togliatti pedía a su correligionarios que se alzasen contra la esclavitud que impondría Estados Unidos y los comunistas franceses –Thorez era la voz constante del amo ruso– cerraron estaciones y empresas con huelgas y disturbios.

No se llamó a España

Los 16 países presentaron una lista de necesidades que ascendía a unos 29 mil millones de dólares. Finalmente, y después de agrias discusiones en el Congreso donde había disconformes en la derecha y la izquierda, se aprobó la concesión –el rapto de Checoslovaquia por Moscú influyó– de unos 13.000 a lo largo de cuatro años. La cantidad no es baladí, equivalía según Nial Fergusson a 5,45% del PNB americano de 1947. El alivio para Francia, Gran Bretaña, Italia, Austria, Portugal, Irlanda, Suiza…., vencedores, vencidos y neutrales en la guerra fue considerable. Carentes de divisas para costear importaciones, el Plan ayudó a equilibrar presupuestos y reducir la inflación. La generosidad yanqui tenía asimismo un componente político. Un redactor del Plan comentaría : «A los comunistas se les puede parar con pan y urnas y no con balas».

Hungría, Checoslovaquia, invitadas, fueron puestas firmes por Moscú. Rehusaron. No se llamó a España y Alemania, aunque esta ingresaría más tarde obteniendo la mitad de la cantidad que Gran Bretaña. España, con la ayuda del Pentágono y del lobby católico, había pasado el corte en la Cámara de Representantes estadounidense que aprobó nuestra inclusión por 149 contra 52, a pesar de la oposición de Truman. El propio Marshall, en una radio, dijo que España podía ser candidata.

Hubo una reacción diplomática británica, seguida de la francesa, temerosas de que la admisión española daría votos a los comunistas en sus países. Marshall corrigió manifestando que la decisión correspondía a los 16 participantes mientras una Declaración Conjunta de las dos Cámaras yanquis nos excluía aunque dejando la decisión final a los europeos. La noticia en España, según Marquina, produjo «como resultado un velatorio. Los Estados Unidos pasaron a ser muy impopulares». Bidault, con esos escrúpulos selectivos tan caros a cierta progresía (los fascistas de derecha, España, son intratables, pero nos apresuramos por sentar a la mesa a la quintaesencia del fascismo de izquierdas, Rusia), reiteró que el régimen de Franco no era presentable (el soviético evidentemente sí).

En una conversación con el columnista americano C. L Sulzberger en esas fechas, Franco dijo con curioso aplomo que España no deseaba entrar en el Plan «porque los otros no nos quieren» y añadió que «Estados Unidos es una nación curiosa: proporciona dinero pero deja que el receptor imponga las condiciones». Sulzberger ofrece en labios del «caudillo» dos perlas de actualidad, y que me perdone la memoria histórica: «La única forma de tener una guerra con Rusia es asegurarse de que Rusia se percate de que no puede ganarla». Y otra: «Stalin no permitirá que un Estado fronterizo con Rusia tenga un nivel de vida superior al del pueblo ruso». (Me disculpo de nuevo por mencionar al general sin cagarme en su padre).

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