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Pirómanos

EL espectáculo es dantesco y las únicas que parecen sentirse a gusto son las chicharras. La muerte y la desolación se extiende sobre las colinas hasta perderse la mirada en el horizonte, centenares de metros calcinados, negros, achicharrados, sin una brizna de hierba, sin un amago de vida. Lo único que sobresale en el decorado infernal son los troncos renegridos y abrasados de aquellos pinos que una vez cubrieron apretados las lomas y vestían de un profundo verde oscuro el paisaje, dando cobijo a verderones, cucos y lechuzas, a conejos, zorros y hurones.

Más de veinte años, en el mejor de los casos, tardarán en recuperarse estas tierras ennegrecidas, otrora rojizas; en crecer nuevos troncos y ramas que protejan del árido e inagotable sol, en extenderse raíces que contengan la tierra en tiempos de lluvias arrasadoras, en dar frutos y casa a la escasa fauna que merodea por el lugar.

El fuego ha abrazado estas lomas alimentándose del tesoro de la vida forestal y animal, como cada verano; podría ser cualquier loma, cualquier paraje, cualquier parque o reserva natural, porque ningún espacio de nuestra cada vez más desértica comunidad se salva del acoso destructor de los pirómanos.

Para la mayoría de la población el perfil del pirómano es el de un ser desquiciado, capaz de incendiar un bosque de doscientos años simplemente por el gusto de gozar de su minuto de fama, o por la morbosidad de provocar terror, o por el indigno y ruín interés de obtener sustanciosas ganancias urbanísticas tras su crimen. Pero dentro de este lote también entran esos otros ciudadanos negligentes y vándalos que tiran desde el coche botellas de vidrio o colillas encendidas que prenden con harta facilidad en los pastos que rodean cualquier carretera, los agricultores que descuidan su responsabilidad de controlar los rastrojos o los campistas que dejan abandonadas fogatas y basura. Para mentalizar a la ciudadanía del daño que puede provocar una dejación, convendría pasearles por uno de estos montes calcinados y contarles la razón por la que los inviernos nos llegan cada vez con más inundaciones y esta tierra nuestra padece agravado el cáncer de la desertización.

mcorrea@abc.es

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