Familia no hay mas que una
HASTA ahora se suponía que la condición «sine qua non» para hacerse político profesional era la de demostrar una honradez a prueba de bombas, declarar un patrimonio anterior y no dejarse influenciar en el cargo por algunas «amistades peligrosas». Bueno, pues parece que todo eso ha pasado a la historia. Desde el famoso «Caso Juan Guerra», lo imprescindible que hay que exigirle a un político no es la honestidad sino el que sea hijo único. Aquí, desde principios de los noventa, no ha habido políticos que, con razón o sin ella, no hayan tenido que dar cuenta de lo que hacen sus hermanos o cuñados. Ahora le ha tocado el turno al Partido Popular con la familia Giménez-Reyna y «Gescartera», pero antes ya le había ocurrido al PSOE. Desde Alfonso Guerra a Felipe González, desde Manuel Chaves a Carmeli Hermosín, desde Gaspar Zarrías a Javier Torres Vela, desde Pepote Rodríguez de la Borbolla a Luis Yáñez, el que más y el que menos se ha visto salpicado, con más o menos razón, por supuestos escándalos protagonizados por sus familiares más directos, escándalos que, a la postre, se han quedado en nada, pero que han desgastado y puesto en cuestión la imagen del político de turno.
Desde aquí quisiera hacer una defensa de los políticos con «henmanos» o familiares díscolos. Uno sabe que esa «profesión» tiene bastante de sacrificio, dedicación y, cómo no, también de estercolero. Como la mujer del césar, el político no sólo debe de ser honrado, sino que tiene que parecerlo. Más aún, está obligado no sólo a controlar a su mujer o marido y a sus hijos, sino a sus hermanos, cuñados, primos y demás familia para evitar verse salpicado por algún episodio escandaloso. Algo que considero excesivo. Nadie está libre de tener un familiar más o menos golfo que se aproveche del apellido. En la vida normal, el que más y el que menos tiene por ahí algún primo «choricete» incontrolado. Y mientras no se demuestre lo contrario, uno no es responsable de lo que éste haga. Eso, tan habitual en el día a día del común de los mortales, no le ocurre a los políticos. Porque ya no es que el hermano, el cuñado o el primo en cuestión se haya beneficiado del poder, sino simplemente que, aunque resulte que hace un siglo que el político en cuestión no sepa de sus andanzas, la oposición ya se encargará de sacarle a la luz pública los trapos sucios e implicarle en algún turbio negocio familiar.
Abogo, por lo tanto, en favor de la honestidad personal de cada uno y no en la de su familia. Por ello, y en previsión de los que pueda pasar, le aconsejaría al presidente de la Junta que, a la hora de formar su Gobierno, apostase claramente por políticos o políticas que sean solteros, hijos unicos y, a ser posible, de muy reducida y controlada familia. Sólo así evitará que, a la primera de cambio se vea ante una Comisión de Investigación parlamentaria. El que avisa no es traidor.
bfernandez@abc.es
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